LOZA, ‘vasijas de barro fino’, palabra hermana del port. louça íd., de origen incierto, probablemente del lat. LAUTIA ‘ajuar proporcionado al huésped’, relacionado a su vez con LAUTUS ‘suntuoso’; de ahí loza con el sentido etimológico de ‘objetos domésticos de lujo’, del cual es probable que derive lozano ‘elegante’, luego ‘hermoso’ y finalmente ‘frondoso, lujuriante’.

1.ª doc.: «loça, vasos de barro: fictilia vasa, frivola», Nebr.; en portugués, 1254.

También en C. de las Casas (1570): «loça: scoviglie, stoviglie, vasellamento»; Percivale (1591): «vessels of earth»; Oudin (1607) «loça, vasos de barro: vaisselle de terre, petites ustensilles faites de terre», a lo cual agregó en la ed. de 1616 «loça: porcelaine et vaisselle de terre fine»; Covarr. habla también de platos y escudillas de barro, como no podía ser menos en vista de su etimología LŬTĔA ‘cosas de lodo, de barro’; Aut., diccionario más objetivo y libre de prejuicios, puntualiza que se trata de lo «fabricado de barro fino y lustroso» y cita ejs. del sevillano Pedro de Medina («en este lugar de Triana se hace mucha y mui buena loza o vedriado») y de Cervantes; Fernández de Oviedo habla de «loca o barro labrado muy gentil» (DHist., s. v. barro, ac. 4); Cej. VII, § 90. Efectivamente es palabra de uso general, pero dada la naturaleza de su significado no hemos de extrañar que no se halle en literatura antes del S. XV. En portugués es louça, documentado no sólo desde 1540, en Mendes Pinto (Vieira), sino ya en 1446, en las Ordenações Afonsinas (Moraes), y anteriormente en documentos de 1258 y 1254, citados por CortesƟo, s. v. loiça («toda madeira lavrada, assy louça como outra»), que es el ej. más antiguo en ambos idiomas; en el vecino y en gallego designa cualquier clase de vajilla, fina u ordinaria, de barro, de tierra, de porcelana o de metal (louça de fôlha, de estanho, de cobre, de ferro); además se llama louça a los recipientes cargados en la bodega del barco, o sea toneles, pipas y cubos, de lo cual hay el ej. de Mendes Pinto y otro de Duarte Pacheco (1629), vid. G. Viana, RH XI, 157-81. Para el empleo popular del port. louça, vid. L. Chaves, Homen. a F. Krüger, 1952, I, 199-206. Que la relación con el barro es inconstante y de importancia secundaria, aun en castellano, se prueba por el testimonio de Las Casas y Oudin, y lo confirma el diccionario mercantil de Nemnich (1797) al incluir en sus listas la loza de piedra, loza de Fayanza y loza de China2.

En cambio me parece tener mucha antigüedad otra acepción, que puede deducirse de un proverbio, puesto que los refranes suelen conservar material lingüístico antiquísimo (comp. mis observaciones relativas a TROPEZAR y al it. stanco, en el artículo ESTANCAR). Registra por primera vez este refrán, en forma completa, Gonzalo Correas en 1627: ande la loza, que de vieja me tornaré moza, con la explicación «dícese a los que huelgan en bailes y placeres»3; pero ya antes había registrado Covarr. la frase ande la loca, con forzada explicación semántica4, que Oudin trata de hacer más plausible5; también la emplearon Fr. Ant. Pérez (1603; Cej. VII, p. 427) y Quevedo: «Neptuno en viéndolos dijo / a gritos: ¡ande la loza!». La frase francesa que Oudin cita como paralela, no es forjada para el caso, sino realmente usual en otro tiempo y empleada por Rabelais: «nous ferons tantoust bonne chère, tout ira par escuelles: nous sommes céans de nopces. Tenez, beuvez, soyez joyeulx», «Vive le noble Panigon!... en cuisine tout y va par escuelles... Ainsi, mon ami, dit Pantagruel, tousjours à ces cuisines» (IV, cap. 12, p. 67; cap. 10, p. 59). Sin embargo, ya se ve la diferencia: en fr. y occ. el dicho tenía sentido literal, y se trataba en realidad de comida, que se echaba verdaderamente por escudillas enteras. En castellano tiene un significado mucho más lejano del del vocablo loza.

No hay necesidad de insistir en que el étimo LŬTĔA es imposible, puesto que el ou portugués postula AU imperativamente. Aunque GdDD 4000a acepta el étimo LAUTIA, transige sin embargo con el étimo LUTEUS para explicar varias palabras sueltas que en realidad nada tienen que ver con loza ni con LUTEUS: el santand. (es)lociar ‘embadurnar, enlodar’ creo que deriva de ludo ‘luciente, liso’ (V. s. v. LUZ) y de su derivado luciar, de donde ‘ponerse afeites y untos en la cara’, ‘embadurnársela’ (y luego ‘enlodar’); la voz local ast. y leon. llueza (tsueza) ‘lodo, barrizal’ podría salir también de este loc(i)ar por derivación regresiva, o quizá tenga que ver con el gall. luxar ‘ensuciar’, que si viniera de un LUS?- habría dado lues- en leonés.

Baist trató del vocablo sin llegar a conclusiones decididas, pues vacilaba entre *GLAUCĔA, derivado de GLAUCUS ‘verdoso, verde grisáceo’, aplicado a la loza vidriada o barnizada, y *LAUTĔA, derivado de LAUTUS ‘suntuoso, lujoso’ (KJRPh. V, 408-9; ZRPh. XXX, 467-9).

Finalmente M-L., quizá inspirándose en esta idea de Baist, propone la solución más satisfactoria a mi entender: el lat. LAUTIA. Verdad es que M-L. se limitó a sugerir la idea lacónicamente (REW 4949) sin fundamentarla en el aspecto semántico.

¿Qué significa LAUTIA? Se trataba, en su ac. más conocida, de un término del derecho público romano, que aparece en antiguos senatusconsultos y repetidas veces en las Historias de Tito Livio: al llegar a territorio romano los embajadores de potencias amigas, era costumbre darles hospitalidad a expensas públicas, lo cual solía expresarse con la fórmula consagrada loca lautiaque praebere; es expresión que hizo fortuna y la hallamos repetida hasta la latinidad tardía, generalizando la aplicación a la vida privada en el sentido de ‘proporcionar hospitalidad, dar acogida en una casa’: Apuleyo la refiere a su asno al ser admitido y alimentado en un establo (Metam. IX, 11; III, 26), Símaco lo dice de un amigo que dió entrada a las Musas en su palacio (Epist. X, 21), y la mencionan Servio (a propósito de Eneida VIII, 361) y muchos más. No creamos que se trata de una fórmula rígida: los autores demuestran tener conciencia del valor del vocablo por sí solo, al emplear lautia (lautiorum) como sustantivo independiente, con el valor de hospedaje, o mejor, puesto que de un plural se trata, como expresión de los varios objetos, comodidades y servicios que se ponen a disposición de un huésped; así escribe Cicerón a un amigo en sus Cartas Familiares «mihi si spatium fuerit in Tusculanum veniendi, istic te videbo: sin minus, persequar in Cumanum, et ante te certiorem faciam, ut lautia parata sint» (IX, 5).

Esta concreción del sentido no es supuesta, sino muy real, y la oposición entre loca y lautia en la fórmula consagrada sugería naturalmente que lautia expresaba el complemento natural de los lugares o habitaciones destinadas al huésped, es decir el conjunto de utensilios y muebles que necesita el hombre para comer, asearse y dormir con comodidad. Si es verdad que lautia viene de lautus ‘lavado’, según ya decía Festo y admiten hoy opiniones autorizadísimas6, el sentido primitivo sería ‘enseres de tocador’; si el vocablo pertenece más bien a la familia de dare, como prefiere Walde-H., y sugieren Plutarco y Polibio con sus traducciones griegas7, seguimos sin salir de la esfera de lo concreto, e importa poco para la fijación semántica final en el latín tardío, pues el cambio del arcaico dautia (Paulo el Diácono) en lautia, hubo de realizarse bajo la acción de lautus ‘lavado’, ‘aseado’, ‘suntuoso’. A nosotros hispanistas lo que más importa es el sentido que tomó en la baja época según tres autores especialmente próximos a lo español por la fecha y la geografía: un viejo gramático anónimo de la colección Endlicher y el autor del antiguo glosario falsamente atribuido a Cirilo en un ms. del S. VII (CGL II, 298.12), donde hormiguean los vulgarismos de sabor hispánico [denostado, gammus, strigare ‘restregar’), coinciden en traducir lautia por Ɔνƌομένια o Ɔνƌομενίαι ‘ajuar de casa; muebles, vestidos’, y ya algo antes el gramático africano Carisio (S. IV) lo equiparaba a supellex ‘vajilla’ (I, p. 21, ed. Putsch): difícilmente podía orientarse el vocablo en otro sentido, dado el influjo persistente e inevitable de lautus ‘lavado’, ‘lujoso’, que tanto se deja sentir ya en las definiciones de los antiguos («lautia: esculenta et poculenta ad lautiorem victum accommodata», cita de Forcellini), y que influyó también en el matiz de esplendidez, lujo y abundancia que manifiestamente connota a lautia en el contexto de clásicos como el español Séneca8, el aquitano Sidonio Apolinar9 y otros tantos10. ¿Cómo no recordar, ante estas descripciones de banquetes, la lo(u)ça hispanoportuguesa, que si no siempre es de lujo, casi siempre se caracteriza por un material fino por lo menos (Oudin, Aut.)?

Y si los textos literarios medievales no guardaran sobre esta palabra un silencio bastante natural para narraciones históricas, épicas o religiosas, no hay duda de que la sorprenderíamos en acepciones más amplias que cubren otros aspectos del contenido ideológico de lautia: testigo la frase tradicional ande la loza ‘échese el resto, divirtámonos sin temor al gasto’, que tanto se acerca a las dapes Cleopatricae de Sidonio, a los convivia, lacunaria y aurum de Séneca, al lautior victus de los otros.

Un derivado arcaico no tenido en cuenta hasta aquí, muestra otra prueba de la tendencia a tomar un sentido abstracto y ponderativo. El gall. louzo es ‘sustancia, materia, enjundia’: «e verás axiña o louzo que teño» copla que Sarmiento pone en boca de un rústico (1081), y nos lo explica expresivamente: voz muy común, significa materia circa quam, v. g. «fulano hiciera esto pero non ten louzo», «fulano hiciera hijos, pero no halla louzo en su mujer; en cast. dicen hiciera si tuviese barro a manos» (CatVG., pp. 66, 267).

Por lo demás la laguna se rellena con un derivado probabilísimo de loza: el adjetivo lozano, que por suerte abunda en la Edad Media, por ser entonces palabra tan de moda como el bizarro y el gallardo de los clásicos, el galano o galante del S. XVIII y el rozagante de muchos contemporáneos. Como todos estos adjetivos, loçano llegó a significar muchas cosas, pero la idea madre ha de ser la de ‘elegancia’, inseparable de la hermosura, inseparable a su vez del vigor o gallardía físicos. No es muy natural que alguien se empeñe en querer separar el vocablo de este orden de ideas. Si se llama loçana a una mujer naturalmente hermosa, también se la ha calificado después de rozagante, aunque el vocablo designara propiamente los vestidos lujosos y arrastradizos; si loçano llega tantas veces a ‘valiente’ y aun ‘soberbio’, bizarro y gallardo presentan también las dos caras según que se apliquen a la mujer o al varón; si otras veces es ‘sensual, dado a amoríos’, acordémonos de que garrido vale no solamente ‘hermoso’ y ‘elegante’ («vestida no de labradora sino de garrida palaciega», Quijote), sino que también equivalió a ‘lascivo, deshonesto’ en su vieja patria galaico-lusitana.

Teniendo esto en cuenta, aceptemos con agradecimiento las copiosas listas de ejs. del sabio artículo de Malkiel (Univ. of Calif. Publ. in Ling. I, vii, 260-7) y las de Cej. VII, § 89: salta a la vista ante esta muchedumbre innumerable que se trata de una voz favorita, de una palabra al uso, llena de resonancias afectivas, que forma parte de este mundo fantasioso y cambiante de la moda: siendo esto así aquel autor debiera haber empezado por las aplicaciones femeninas, en lugar de comenzar por los ejemplos relativos al varón (según convenía a su tesis), y aunque sus clasificaciones semánticas son generalmente aceptables, no podemos dejar de rebelarnos ante el segundo grupo de ejs. femeninos: donde Malkiel quiere ver ‘noble, majestuosa’, los autores, con los sinónimos que escogieron, nos muestran en todas partes la intención de decir ‘hermosa’, cuando no ‘elegante’: bella e loçana, loçana e hermosa, apuesta e loçana, rezan casi todos estos ejs.; ¿cómo no ver la noción de elegancia cuando los autores escriben «dar te he esas cosas bien loçanas e fermosas» (J. Ruiz, 1005b, a la serrana que le pide dijes y atavíos), «venía (la Riqueza) loçana con sus arreos» (Martínez de Toledo), «la sortija y la manilla te hazen yr muy loçana» (Urrea), «traya en la cabeça muy rricos apostamientos e lócanos», «paños reales muy rricos e loçanos» (traductor de John Gower), aunque se empeñe Malkiel en traducir en unos casos ‘fuerte, vigorosa’ y en otros ‘bella’? No me cabe duda que fué ‘elegante’ el sentido fundamental, procedente de LAUTIA y loça ‘suntuosidad’, ‘lujo’, y que de ahí se pasó a ‘hermoso’, ‘gallardo’, ‘vigoroso’ y finalmente ‘valiente’ y algunas veces ‘soberbio’11, y una vez más el lenguaje arcaico de los antiguos poetas gallegoportugueses nos indica el buen camino, pues allí abunda más que en parte alguna la ac. ‘elegante, bien ataviada’, alternando, claro está, con la de ‘poderoso’, ‘arrogante’: me limito a remitir a los glosarios de Lang, Canc. Gallego-Castelhano («neat, elegant»; «finery, elegance»); Magne, Demanda do Santo Graal («vestido de galas, adornos e atavíos, que vive em luxo»); José Joaquim Nunes, Cantigas d’Amigo; Mettmann, Ctgs.; y R. Lapa, CEsc., cada uno de los cuales aduce abundante ejemplificación. Claro que, por supuesto, la acepción ‘elegante, bien ataviado’ es menos frecuente al hablar del hombre, en quien importa más el vigor físico y moral que la hermosura o la gracia en el atavío, y, sin embargo, aun ahí tenemos frases inequívocas como «onbre loçano, moço e fermoso» (Corbacho) o «ha de ser lindo, loçano / el galán a la mesura, / apretado en la cintura» (Suero de Ribera), por más que en el trabajo citado las hallemos bajo el epígrafe erróneo «chivalrous, gallant».

En los ejs. más antiguos: ¿tiene ya el mismo sentido? Quizá no importaría mucho, que ya es sabido cuántas veces una cronología mecánicamente aplicada puede desorientar al etimologista: si bastara este medio infalible en nuestros estudios no tendríamos por qué ser lingüistas y nos bastaría la labor de acopio meramente filológica. Pero advirtamos que aun entre estos ejs. más antiguos abunda y aun quizá predomina lo estético, aunque oscilen entre la elegancia y la hermosura o prefieran este último matiz, al fin bien poco distante: «si se levaret nulla mulier pro sua lozanía» en el arcaico fuero de 109512, «de su cuerpo muy loçana», aplicado a Sta. María Egipciaca, «fruente blanca e loçana» en la Razón de Amor, etc.

Por otra parte convendrá que nos acordemos de la tendencia romance a sustituir el adjetivo radical por uno sacado del abstracto derivado correspondiente, reemplazando invĭdus por invidiosus de invidia, perfĭdus por perfidiosus o perfidiatus, fr. avaritieux o cast. avariento en lugar de avaras, cat. superbiós en vez de soberbio, humildoso o sanitoso o vanidoso superponiéndose a humilis, sanus y vanus, LEVIANUS a LEVIS, SUPERIANUS (> soberano, sobeirari) a SUPERUS o SUPERIOR; y resultará claro para todos que loçano, port. loução, es un *LAUTIANUS derivado de LAUTIA, que ha hecho las veces del clásico LAUTUS, y nadie vacilará en identificar la vida loçana con el lautus victus et elegans de Cicerón, los cavalleros loçanos con el lautus eques Romanus de Nepote, los ricos apostamientos e loçanos con el lautum et copiosum patrimonium del grande orador; y si a veces el vocablo romance se desvía, con alusiones deshonestas como en la Lozana Andaluza o la louçainha da carne del Castelo Perigoso13, no olvidemos que Plauto distinguía entre la mulier lauta y la nondum lauta, entendiendo por aquélla a la que ya no era virgen; y si pueden sustantivarse los loçanos aplicándose a gente de vida soberbia o vanidosa también Marcial y Plinio nos hablan de las cenae lautorum; finalmente, a fuerza de ampliar los sentidos de lautus, el adverbio laute acabó por convertirse en un mero intensivo en el latín familiar (J. B. Hofmann, Lat. Umgangssprache, § 69), y hasta esto puede llegar a repetirse en romance con los variadísimos usos de loçanamente en la Edad Media.

Por lo demás, que el latín tardío sintió la necesidad de formar un adjetivo derivado de LAUTIA, para sustituir al LAUTUS anticuado, no es cosa nueva, pues que también existió lautiosus, salvado del olvido por el glosador francés que tradujo lautia por lautiositas, junto con «delicatives viandes» y «delicativeté» (Du C., s. v.). Para terminar, dos palabras sobre un detalle fonético. Así lo(u)ça como loçano (loução) tienen ç sorda constante en castellano14 y en portugués; y es verdad que el castellano cambia T? entre vocales en la sonora z, pero adviértase que ahí estamos tras la semivocal U, y así como CAUTOS da coto a pesar de TOTUS > todo, no es sorprendente que loça se oponga a -eza -ITIA; luego lo que era objeción dirimente contra LUTEA no es obstáculo en nuestro caso15.

En cuanto a la etimología germánica preconizada por Malkiel, para demostrar brevemente su imposibilidad palmaria, basta indicar que no existe ejemplo alguno (ni él ha probado de hallarlo) del grupo FL- inicial convertido en una l- portuguesa Esto se opone de un modo rotundo a su étimo gót. FLAUTJAN ‘jactarse’, ‘alabarse neciamente’, que ya tantos otros aspectos inverosímiles presenta: derivado romance en -ano de un verbo inexistente en romance16, aplicación a un radical verbal de un sufijo que sólo se agrega a raíces nominales, sin hablar ya de lo semántico ni de otras dificultades que él mismo, honestamente, se adelantó a reconocer17. Pero todo esto es secundario en comparación del tratamiento de FL- > l-, imposible en portugués, y raro y puramente dialectal en español. Aun prescindiendo del portugués, tampoco logró Malkiel hacer verosímil el tratamiento l- en español, con carácter general. En realidad ni siquiera trató de hacerlo, pues entretenerse en demostrar, como hace, que los sonoros GL- y BL- dan o pueden dar l-, no interesaba para el caso, tan poco como enterarnos de que STL- daba L- en latín arcaico, o echar mano de las etimologías falsas de LANCHA (PLANCULA), LADILLA (*BLATELLA) O LÁTIGO (PRACTICUS). El tratamiento FL-> l- es un dialectalismo leonés, quizá debido a ultracorrección del cambio de L- en ll-, o quizá explicable por otra causa, pero de todos modos leonés (nombres asturianos Laviana y Laciana); si los historiadores gallegos o leoneses como Lucas de Tuy hicieron preponderar las formas Laín y Lambra (frente a la Doña Llambla de la castellana Crónica General), y si lacio se impuso al liado de Berceo, poco importa, puesto que las formas regulares se hallan en otras partes, y *lloçano no aparece en ninguna entre los centenares de ejs. que tan eruditamente nos presenta nuestro colega (quien supongo no querrá refugiarse en el lloçano de los sayagueses que escriben lloco, lluna, llazo), como tampoco hallamos un port. *choução o un leon. occid. *xouçano que hagan pareja con los Châmoa y Xaíniz que él mismo nos cita. En una palabra, llevó razón Baist al anunciar que nadie lograría con éxito separar lozano de loza18.

DERIV.

Gall. louceiru ‘estante para guardar la loza’ (con ç sorda en las hablas del Limia que distinguen las dos interdentales: VKR XI, 197); cub. locería ‘lugar donde se vende loza’, ‘conjunto de la que constituye un ajuar casero’ (Ca., 131). Lozano [loçano, princ. del S. XIII, Berceo; Sta. M. Egipc.; Razón de Amor; V. arriba y el citado artículo de Malkiel]; lozanía [doc. de 1059]; lozanear [A. de Cabrera, 1549-1598]; lozanecer o enlozanecer [S. XIII, 1.ª Crón. Gral.]; enlozanarse [S. XV, Malkiel, p. 266]. De un verbo *louçãar, deriv. de loução, por combinación con el gall. estralar ‘estallar’: gall. estralouzar ‘retozar, enredar metiendo ruido unos con otros’ (Sarm. CaG. 185r).

1 Este sentido tan amplio se conserva hasta la actualidad. Una gallega a quien conoce mi familia se lamenta siempre, después de un convite, de la mucha loza que le tocará fregar, refiriéndose explícitamente a los cacharros de metal más que a los platos de barro.―

2 No veo otro fundamento que el prejuicio etimológico a la afirmación de Cabrera († 1833) de que loza designa propiamente el barro mismo de que se hacen las vasijas, en lo cual ha acabado por seguirle aun la Acad., si bien no antes de 1899.―

3 Luego añade, a modo de explicación etimológica, pero sin aclarar por qué entra en el proverbio: «loza se llaman los platos y escudillas y vasijas en junto, que se hacen de aquel barro» (ed. 1924, p. 50b).―

4 «Quando hazen mucho ruido las mocas holgándose unas con otras a semejança del que hazen los platos y las escudillas quando ellas mismas las lavan en los barreños».―

5 «Que tout aille par escuelles, faisons ripaille, bonne chère», ed. 1616 (no en 1607).―

6 Ernout-M., s. v., y bibliografía en Walde-H.―

7 Ξένια ‘presentes de hospitalidad’, παροχƲ ‘abastecimientos, víveres proporcionados a alguno’.―

8 «An, ut convivia populis instruantur, et tecta auro fulgeant, parricidium tanti fuit? Magna enimvero lautia sunt, propter quae mensam et lacunaria... maluerint», Controversiae II, ix, 11. Otros leen et lauta, pero como observa Hildebrand en su edición de Apuleyo la falta consistente en cambiar lautia por lauta es comunísima en los manuscritos.―

9 «Dapes Cleopatricas et loca lautia putes», Epist. VIII, xii, 8.―

10 «Loca lautia prolixe praebuit... cibariis abundanter instruxit», Apuleyo, l. c.―

11 Recuérdese todavía la dualidad semántica de brío, aplicado al varón valiente, pero también al brío de una mujer hermosa o bien vestida.―

12 ¿Quién no ve que es forzar el texto atribuir la lozanía al raptor y no a la robada?―

13 Magne, A Demanda do Santo Graal, III, 241.―

14 La única excepción es el sardo lo?anu, con s sonora (ZRPh. XXXIV, 586), castellanismo que pesa muy poco para el caso, dada la frecuencia con que se alteran arbitrariamente los sonidos al pasar los vocablos a un idioma que no tiene la equivalencia de aquéllos. Por lo demás no sólo Nebr. y PAlc. escriben loça y «loçano o gallardo: lascivus, elegans», sino que la grafía con ç es constante en los textos de la época alfonsí, en Juan Ruiz, etc. (vid. Malkiel, y comp. Cuervo, RH II, 21; Obr. Inéd., p. 427).―

15 Quizá alguien objete que tras se sonorizan las fricativas (CAUSA > cosa con sonora medieval). Esto nos dejaría en duda, pues nuestra africada no es fricativa ni oclusiva. Pero, sobre todo, las diferencias dependen más bien del timbre que del modo de articulación, comp. PAUPER > pobre, oc. paubre, frente a AUCA > oca, auca; recordemos que el resultado de GAUDIUM vacila entre gozo y goço. Es asunto complicado, pero de todos modos no hay otro ej. de AT? que se pueda oponer al nuestro; y una base A?C? no sería preferible, pues el castellano lo mismo sonoriza C? que T? tras vocal sencilla.―

16 Trata Malkiel de orillar el tropiezo admitiendo como posible que el participio activo FLAUTJANDS se romanizara en *FLAUTIANU; pero claro está que el resultado sólo podía ser *FLAUTIANTE o *FLAUTIANDU. Para ello recurre al influjo subsidiario de ufano, sobrançano. Pero esta clase de combinaciones deja incrédulos a todos los críticos.―

17 Grave es la de que en voces tardías como las de origen gótico no es de esperar alteración alguna del elemento inicial de los grupos de L. En efecto FLASKO > frasco, BLANK > blanco (port. bronco), etc. En cuanto a que -JAN diera -iar (y no -ir) en iberorromance, es muy dudoso, pues de las etimologías que reúne Gamillscheg para demostrarlo sólo una entre las hispánicas (ATAVIAR) es aceptable. Lo normal es -ir.―

18 La nota reciente de Harri Meier sobre loza y lozano (RFE XXXIV) rechaza la etimología de Malkiel por razones semánticas análogas a las que doy. Aporta poco interesante.