GALLOFA, ‘mendrugo o pan que se da como limosna’, probablemente contiene el lat. gallus ‘francés’, por alusión a los peregrinos de Compostela, que en su mayoría eran de esta nacionalidad; es verosímil que se trate de una expresión galli offa ‘bocado del francés’ creada en el latín de los conventos medievales.
1.ª doc.: J. Ruiz, 1206c.
Esta etimología, aceptada aunque con cierta cautela por Diez (Wb., 150), fué rechazada por Schuchardt (ZRPh. XXIX, 327n.), M-L. (REW, 4689) llegó hasta afirmar que no se podía tomar en serio, y varios filólogos han seguido luego su ejemplo. Sin embargo, si tenemos en cuenta que la relación con los romeros está documentada firmemente por el ej. más antiguo, y los que siguen son lógicos desarrollos de la misma, y si agregamos que la aplicación a los conventos es entonces natural, y la corroboran algunos de los testimonios citados, no hay gran dificultad en admitir que los frailes medievales de España crearan la expresión Galli offa1, que luego se hiciera popular. En sus objeciones, algo mitigadas, contra el étimo galli offa, otra vez adopta Spitzer (MLN LXXI, 380-1) su actitud, a mi entender, demasiado optimista frente a lo medieval y conventual: es mostrarse exigente de veras tildar de poco caritativa una denominación como ‘el bocado del francés’. Es perder de vista los momentos de cansancio y mal humor que pasa inevitablemente quien se considera destinado a un sacrificio constante unilateral, es olvidar los frailes legos y las almas vulgares, que no podían escasear en los monasterios. Ramon Llull, que era fraile y heroico, apasionadamente religioso y hondamente medieval, nos pinta admirablemente estas almas timoratas y de sentimientos pedestres, aunque sinceramente caritativas y religiosas, en las compañeras y superioras de la Sor Natana de su Blanquerna, bello caso de humana pasión sublimada. Berceo nos habla de las almas mezquinas que rodeaban al patrón de Silos y formaban la mayoría en su convento. Sin duda eran los Domingos y las Natanas los que iban a la cabeza y daban la señal guiadora, pero los que forjaban el lenguaje aceptado por el pueblo, si no eran el lego glotón ni la tornera rezongona, eran por lo menos otros miembros de la comunidad, inteligentes pero más realistas, como el padre repostero de Blanquerna, que sólo piensa en adquirir para su convento nuevos prioratos siempre y nuevas granjas. A éstos se les puede disculpar si dieron inocente expansión a su cansancio latente hablando de la galli offa. Y ¿a quién sorprenderá en España una expresión nacionalista y módicamente antifrancesa? Insiste Spitzer de nuevo y sin eficacia, en MLN LXXIV, 145, contra mi etimología: «contrived ad hoc» serían mis explicaciones semánticas; lo serán desde luego, como las de Spitzer, y las de todo etimólogo lo son por definición. No sé por qué ha de ser un pecado seguir alguna vez a Covarrubias, cuando atinara.
Para otro vocablo bajo-latino del mismo significado, también castellanizado y de historia similar, V. BODRIO; para otro posible deriv. de Gallus en el sentido de ‘romero’, V. GALLARUZA; también podría tratarse de un mero deriv. de GALLUS con el sufijo popular -ofa, aunque éste tiene más vitalidad: en catalán y lengua de oc que en castellano.
Las demás etimologías que se han propuesto hasta ahora no ofrecen base adecuada. Schuchardt quiere partir de gallofa ‘hortaliza’, sentido raro y secundario, según dejo escrito, y lo deriva de oc. galhofo ‘vaina de legumbre’, que a su vez resultaría de un cruce del gr. κέλυưος íd. con el adjetivo lat. vg. *GALLEUS ‘parecido a una agalla’ (después ‘retoño’ en romance, V. GAJO), pero esta palabra occitana es moderna, defectuosamente documentada2, y esta etimología nos obligaría a suponer que la palabra castellana es occitanismo, contra toda verosimilitud histórica y filológica, y a admitir que el sentido en que aparece desde el S. XIV es muy secundario; todo esto es increíble: a no ser por la autoridad de su autor, nadie hubiera hecho caso de esta etimología, y el propio M-L., después de darle entrada en su 1.ª ed., trató de reemplazarla por otra en su edición última. Pero ésta, propuesta por Lokotsch en su superficial diccionario de orientalismos, es aún peor: hebr. ganab ‘robar’ (REW, 9665), que no explica en absoluto la forma de la voz castellana, y la existencia del alem. jergal gannef ‘robar’ no puede mirarse como apoyo útil.
Es indudable que el cast. gallofa, o más precisamente su derivado gallofo, ha obtenido una extraordinaria difusión internacional. No creo que quepa dudar entre si el primitivo es gallofa o el adjetivo gallofo. Aquél expresa la realidad concreta y cotidiana, lo tangible e inmediato; éste es el comentario, tantas veces metafórico y malicioso, pues muchos de los motejados de gallofos o galloferos no habrían nunca comido una verdadera gallofa, pero merecerían su dictado por una propensión reincidente a pedir sinecuras: recuérdese el pasaje del Lazarillo, «después que estuve sano todos me decían: ―tú, bellaco y gallofero eres; busca, busca un amo a quien sirvas» (M. P., Antol. de Prosistas, p. 86). Por lo demás, la mayor frecuencia y antigüedad de gallofa indica lo mismo: gallofo aparece primeramente en el glosario de Toledo (h. 1400), traduciendo el lat. (h)istrio en su ac. medieval de ‘desharrapado’ (vid. la ed. de Castro), después figura en Covarr. (vid. arriba), Percivale define «a begger» y Oudin le hace equivalente de gallofero «gueux, belistre, poltron, coquin, mendiant, escornifleur». Ahora bien, si gallofa es el primitivo, pero éste casi sólo se encuentra en castellano, y gallofo se ha extendido por todos los romances y aun más allá, ¿qué deducir sino que España es la patria del vocablo, como lo es de su sinónimo BRIBÓN (léase este artículo)? Tal deducción es ciertamente forzosa. El mendrugo o gallofa era el detalle humilde y pasajero, que sólo interesaba en Castilla, pero el gallofo volvía después a su tierra, convertido en una calamidad europea: de ahí el préstamo lingüístico temprano, que afecta sólo al derivado y no al vocablo matriz. Del castellano pasó al cat. gallòfol o gallof o gallofo (éste desde el S. XV) y al oc. galhofo, ya citado: la forma de ambos (cat. -ol, oc. -o m.) basta para revelar su origen castellano; existe también gaiofre en lengua de Oc, forma algo más alterada, y que cuenta un antecedente muy antiguo en el adjetivo gaillofre, que aplicado a los caballos malos o rocines ya figura en el orleanés Guillaume Guiart (1307), vid. Du C., s. V. gallofero. En Italia hallamos gaglioffo ‘mendigo de mala vida’ ya en antiguos autores toscanos, Domenico Cavalca († 1342) y Giovanni Sercambi († 1424, vid. M. L. Wagner, VKR IV, 184), y es palabra frecuente en el S. XV y princ. S. XVI (Tommaseo); después tiende a convertirse en término histórico o a tomar el significado secundario de «uomo goffo e buono a nulla»; pero el vocablo vive en los dialectos: gajufar está ya en el sentido de ‘vagabundear’ en un antiguo glosario alto-italiano del S. XV (Mussafia, Denkschr. d. Wiener Akad. XXII, 161), triestino ant. galufà ‘robar’, emil. ant. y lomb. gajofa ‘bolsillo’ (< ‘zurrón de peregrino’), genov. garoffo ‘intrigante’, sardo gaglioffu ‘maligno, astuto’, jerga palermitana (g)allòffu ‘forastero’, esloveno goljùf ‘engañador’, neogr. ƔαλοǢưος ‘adulador’ (G. Meyer, Roman. Lehnworte im Neugriech., 21)3, finalmente tenemos por otra parte el port. galhofa ‘gallofa’ (el derivado galhofaria ya a med. S. XVI: Albuquerque), y acaso tengamos un cambio de sufijo en el santand. galusa ‘estafadora’4, y otros vocablos más alejados semántimente, que Rohlfs (ZRPh. XLI, 457) quisiera relacionar con el nuestro. Esta gran difusión internacional de gallofo no puede parecemos extraña, dado el extraordinario aflujo de romeros de toda Europa a la España medieval, camino de Galicia: y no falta en el uso léxico de esta tierra algún detalle de forma y sentido que denota especial arraigo5; compárese aquí el artículo ESCUETO. Ac. especial aragonesa (y también catalana [1672]) es la de gallofa ‘añalejo, librito para regir el oficio divino’, expresión metafórica de la humildad clerical.
DERIV.
Gallofo (V. arriba). Gallofero [Sánchez de Badajoz, 2.° cuarto del S. XVI, vid. Fcha. y Cej.; 1555, Lazarillo; etc.]; gallofería. Gallofear [Covarr.] o gallofar [Oudin].
1 Para descendientes romances de OFFA, vid. REW, 6041a y 6042; además OFFULA, REW, 6047. Como todo esto, salvo el vco. opil, se encuentra en dialectos italianos, réticos y balcánicos, es oportuno y será bueno no olvidar un indicio de la presencia del vocablo en ibero-romance: oflares aparece como glosa del lat. obolus (traducido por el ár. qīrât) en R. Martí. Confirma Griffin, p. 248, que así se lee en el ms. y no *oblares como imprimió Dozy. Se trata de un derivado *offularis con un sentido como ‘limosna’ o ‘perteneciente a la comida del pobre’ enlazándolo el glosador con ‘óbolo’ en el sentido de ‘pequeña dádiva, socorro modesto’. Para la importancia numérica enorme de la afluencia de peregrinos europeos a Santiago, véanse los datos citados por Cej. en nota a su edición de Juan Ruiz.― ↩
2 Sabido es que Mistral suele mezclar palabras diferentes. En su artículo gaiofo (galhofo) da ejs. de las acs. «vaurien, belître», «sale, vilain», «goulu, goinfre, ivrogne», «enfant joufflu», en las cuales el vocablo es hispanismo evidente, tomado en fecha moderna de nuestro gallofo; y no da ejs. de la otra ac. ‘vaina de legumbre’, antes se limita a remitir a sus artículos cofo y caiofo. Hay derecho a sospechar, por lo tanto, que esta última ac. sólo se apoya en una identificación etimológica de Mistral entre tres voces diferentes.― ↩
3 Nótese que es muy natural la mayor difusión de gallofo en Italia y tierras adyacentes que en Francia, pues los romeros iban tanto a Roma como a Santiago, y muchos pasarían después allá, alentados por el feliz éxito de su primer viaje a Galicia.― ↩
4 Comp. Canarias galucias ‘picardías’, ‘garatusas’, ‘monerías’, ‘habladurías’ (Pérez Vidal).― ↩
5 A galoufa ‘rancho que se come a bordo de un barco’, Castelao 235.5f. ↩