TOCAYO, origen incierto: como la documentación más antigua del vocablo procede de España, no es probable que derive del náhuatl tocaytl ‘nombre’, pero faltan investigaciones semánticas en textos antiguos que confirmen si procede de la frase ritual romana Ubi tu Cajus, ibi ego Caja, que la esposa dirigía al novio al llegar a su casa la comitiva nupcial.

1.ª doc.: Aut.

Con la definición «lo mismo que colombroño»; la Acad. en eds. posteriores: «respecto de una persona, otra que tiene su mismo nombre». Es frecuente ya en obras madrileñas y andaluzas del S. XVIII; Ramón de la Cruz en un sainete escrito en los años de 1760 introduce a dos personajes llamado él Pepe y ella Chica (pero del texto resulta que su nombre propio es Pepa), a quien aquél dirige las palabras «¡Tocaya mía, valor!». El gaditano González del Castillo (h. 1790) hace a un Juanito decir a una Juana: «Adiós, tocaya» y replica ella «Vaya usted con Dios, tocayo». Poco después ya aparece como término generalizado con el valor más abstracto de ‘homónimo’; así en L. Fz. de Moratín: «me alegro de que haya vuelto vivo el tocayo de la sierpe» (citas que saco del dicc. de Ruiz Morcuende) y textos semejantes de Hartzenbusch, Antonio de Trueba y Vital Aza pueden verse en Pagés. Actualmente tocayo, -a, con estos dos valores son palabras bien conocidas, por lo menos en España y en varios países americanos1. Del castellano ha pasado al portugués con el mismo sentido, pero allí sólo es palabra empleada en el Brasil, en Tras os Montes (Fig.) y en el Minho (Leite, Opúsc. II, 403); falta todavía en Moraes y en D. Vieira.

Uno de los primeros en proponer la etimología mejicana fué Eufemio Mendoza en su Catálogo de palabras mexicanas introducidas al cast. (1872)2, quien por lo demás vacila, como poco convencido, entre dos étimos distintos: «del verbo tocayotia, poner nombre; su ac. actual es de homónimo; quizá sea contracción de tonacayo, nuestra humanidad»; realmente A. de Molina (1571) registra como náhuatl «tonacayo: cuerpo humano, o nuestra carne», pero está claro que esta etimología no es posible. En cuanto al otro, lo han repetido después muchos eruditos, entre ellos Alfredo Chavero3, Robelo (pp. 691 y 698-9), Lenz (Dicc., 721-2, quien dice que tocayo es usual en Santiago de Chile), Zauner (Litbl. XXXIII, 376), Jesús Amaya (en Malaret)4; pero no ha logrado convencer generalmente5. Robelo cree que debe partirse de tocaytl ‘nombre’, ‘fama y honra’, Lenz indica más bien tocayo ‘firmada escritura’ y el verbo tocayotia ‘nombrar a alguno, llamarle por su nombre’; en efecto estas palabras y otras de la misma raíz que interesan menos, se encuentran ya en el dicc. náhuatl de A . de Molina (1571), y nadie discute que sean voces genuinas en el idioma de los aztecas. Pero no se trata de esto, sino de probar que tocayo viene de una palabra nahua concreta. Ante todo hay que evitar el tomar estas pequeñas cuestiones como asunto nacional, en lo cual parece caer Robelo («dejemos, pues, a Bastús con tucayus en Roma, y quedémonos con tocayo en México»)6.

El caso es que no hay en náhuatl un adjetivo que pudiera servir de base a tocayo, ni se ve forma concreta de derivarlo del verbo tocayotia o del sustantivo tocaytl; es cierto que A. de Molina trae tocaye «persona que tiene nombre, o claro en fama y en honra, o encumbrado en dignidad», pero esto equivale evidentemente a ‘renombrado’, ‘afamado’ y de ahí no saldría tocayo. Hay que precaverse ante el peligro de las homonimias en etimología, sobre todo si no hay identidad semántica. Ante los hechos citados, no se puede descartar el que tocayo venga en una forma u otra de algún miembro de esta familia léxica azteca, pero hace falta demostrarlo mejor, y habría que empezar por dar pruebas de que el vocablo se empleó primero en Méjico que en España y en América del Sur, o al menos presentar indicios claros en el mismo sentido, a base de la mayor popularidad del término en Méjico, de una fecundidad en derivados que no tenga en España, o de más amplio desarrollo semántico. Por la documentación que he podido encontrar más bien parece ser un término humorístico y callejero nacido en España; tocayu y tocaya eran ya usuales en bable en el año 1804, como se ve por la correspondencia entre Jovellanos y Pedro Manuel de Valdés Llanos (Julio Somoza, Cosiquines de la Mio Quintana, Oviedo 1884, 225, 230), fecha temprana que hace dudar también de un origen mejicano.

Y así volvemos muy naturalmente a la idea que propuso Bastús y reprodujo honesta y útilmente el propio Robelo en su libro: «¿por qué estos nombres no pudieron haberse formado de la fórmula que se pronunciaba en la celebración del matrimonio más solemne, o por confarreación, de los romanos? Cuando la comitiva nupcial llegaba a la puerta de la casa del marido, éste saliendo al encuentro preguntaba a la que iba a ser su esposa, quién era ella, y ésta respondía con la frase sacramental Ubi tu Cajus, ibi ego Caja: en donde tú serás llamado Cayo, a mí me llamarán Caya, esto es, donde tú mandarás mandaré yo, o bien tú y yo seremos iguales en la casa». En apoyo de esta idea observo que los dos ejs. más antiguos de tocayo nos presentan a un hombre y una mujer que se dan recíprocamente el nombre de tocayo y tocaya, y añado que el ambiente del teatro madrileño era propicio a toda clase de retruécanos, sin excluir los alusivos a la educación clásica: recuérdese el probable origen de tertuliano y TERTULIA, voces teatrales también y fundadas en una especie de chiste clásico. Puede conjeturarse que al principio se llamaran recíprocamente y en tono humorístico tucayo y tucaya los estudiantes y sus novias o amoríos, y que el pueblo, que no entiende de Derecho romano, interpretara esta identidad de vocablos como alusiva a una identidad de nombres7; o bien se puede partir del apellido común a marido y mujer. Los personajes de Ramón de la Cruz son precisamente una pareja de enamorados. Todo esto, claro está, deberá probarse mejor, estudiando los textos populares españoles de los SS. XVIII y XVII. Señalo el caso a la fina e inmensa erudición de don Alfonso Reyes, mejicana y clásica a un tiempo, así en lo latino como en lo hispánico8.

1 Aunque no creo que se pueda limitar geográficamente el uso en España, de todos modos me prod.uce el efecto de una palabra más popular en Madrid. Desde luego es familiar, y no se emplearía en estilo elevado. Alguna vez se dice en catalán, pero con fuerte tono humorístico, y con plena conciencia de emplear un vocablo castellano.―

2 Z. Rodríguez en su diccionario de chilenismos (1875) dice tomar la etimología mejicana de un libro del chileno Vicuña Mackenna (1869), pero no da cita precisa.―

3 Memorias de la Acad. Mexicana III (1883), 22-43, especialmente p. 25; trabajo que he leído, aunque ahora no está a mi alcance, pero recuerdo que no contiene pruebas más convincentes que las de Robelo y Lenz.―

4 Dice éste que viene del náhuatl «tocayotl y tocaitl: nombre y tocayo», pero ni se halla una palabra tocayotl en Molina o en otros dicc. nahuas de que yo tenga noticia, ni tocaitl significa ‘tocayo’.―

5 P. ej. Hz. Ureña, a quien nadie podrá tildar de demasiado escéptico en estas materias, aunque conocía la etimología mejicana (vid. BDHA IV, p. xlvii), se abstiene de opinar sobre la cuestión, ahí y en Indig. En la p. 386 de aquella obra nos informa de que tocayo en la capital mejicana se emplea como nombre del pavo; evidentemente jocoso.―

6 El libro de Robelo es excelente, pero más de una vez cae en esos pecadillos nacionalistas. En las pp. 682 y 698 asegura que tilde viene del náhuatl tiltetl y ofrece un premio a quien le presente la palabra tilde en un libro anterior a la conquista: TILDE está en Enrique de Villena (1415), en Nebrija (1493-5), atildar en Montaños (med. S. XV), etc.―

7 El paso de *tucayo a tocayo se debería a esa intervención del pueblo, que no sabe hacerse suya una palabra nueva sin incorporarla a alguna raíz castellana. No hay palabras castellanas en tuc-, pero sí son fecundas las familias hispanas de TOCA y TOCAR.―

8 Parece un poco fantástico sugerir que sea una palabra gitana derivada del scr. toká(Ʌ) ‘descendencia, hijos’ que ya está en el Rig Veda II, 33.14 y que, en VII, 63.3, aparece en la forma de dativo tokȄya; y sin embargo, por más seductoras que sean las coincidencias no pasarán de ser casuales. Pero elocuente para los tentados de creer en el origen nahua.