PÍCARO, origen incierto; es probable que pícaro y su antiguo sinónimo picaño sean voces más o menos jergales, en sus orígenes, y derivadas del verbo picar, por los varios menesteres, expresados por este verbo, que solían desempeñar los pícaros (pinche de cocina, picador de toros, etc.); hubo ciertamente un influjo posterior del fr. picard, que dió lugar a la creación del abstracto picardía, por alusión a esta provincia francesa, pero no hay pruebas convincentes de que este influjo determinara la creación del vocablo.

1.ª doc.: pícaro de cozina, 1525; pícaro ‘sujeto ruin y de mala vida’, h. 1545.

De 1548 es la primera obra fechada con certeza donde se emplea el vocablo en esta última ac.: «cuando Dios llueve, ni más ni menos cae el agua para los ruines que para los buenos; y cuando el sol muestra su cara de oro, igualmente la muestra a los pícaros de corte que a los cortesanos», es lo que se lee en la Carta del Bachiller de Arcadia debida a E. de Salazar; además pícaro aparece ya en la Farsa Custodia de Bartolomé Palau, que según Bonilla se escribió entre 1541 y 15471. No necesito detenerme mucho en el sentido de pícaro, que debo suponer bien conocido de todos los que me lean; no estará de más, con todo, recordar que muchas veces, en los primeros tiempos, su matiz peyorativo se refiere más bien a la situación social de un personaje que a su carácter moral o a una actuación más o menos contraria, a las leyes: en un mundo que no soñaba todavía en la igualdad social, era poco menos que nula, para la mente popular, la distinción entre vicio y miseria; Salazar nos muestra que al pensar en los pícaros se podía incluir a cualquiera caído en la extrema pobreza, para lo cual bastaba una actitud severa o desdeñosa por parte del hablante; es verdad que normalmente se pensaba en un aspecto harapiento y en la falta de un oficio u ocupación permanente, y aunque el pordiosero, el vagabundo, la muchacha liviana, el ladronzuelo y el «buscón» eran pícaros típicos, no se descartaba el que el pícaro trabajase en menesteres despreciados y más o menos transitorios, pero honestos, como esportillero, criado de un pobre, recadero, mozo de jábega o de espuelas, pinche de cocina y aun matarife o ayudante de verdugo.

El gran desarrollo de la novela picaresca en España, y el interés internacional que ha despertado, han invitado a muchos a ocuparse del origen de la palabra pícaro; son innumerables los eruditos que expusieron su opinión, pero entre ellos abunda menos el lingüista que el historiador de la cultura y de las letras. La bibliografía que iré indicando tiene así la virtud de ofrecer una documentación muy completa del vocablo, y me ahorrará el repetirla aquí; mas por otra parte la discusión a menudo ha girado largamente sobre puntos que o parecían difíciles al erudito poco experto en lingüística, pero que no hubieran detenido mucho al profesional. Mencionaré entre ellos la derivación con sufijos átonos, tan corriente en español; el traslado de acento al adoptar una palabra francesa, (picárd > pícaro, como chauffeur > chófer); la formación de duplicados en ambientes sociales diversos2; la semántica y morfología audaz de la lengua jergal; el empleo de nombres de lugar que recuerden palabras comunes de la lengua, para disto frazar un concepto vulgar: quien recuerde llevar a Peñaranda por ‘empeñar’, hacerse el sueco (a causa de zueco, zoquete), estar en Babia, y análogos, no estará muy decidido a admitir picardía como prueba en la cuestión de si pícaro viene o 45 no del fr. picard.

En efecto, entre las muchas etimologías propuestas sólo esta última y la que deriva pícaro del verbo picar pueden detener largamente la atención del etimologista avezado. Que picard pude convertirse en pícaro no debe parecer dudoso: y lo he justificado fonéticamente3, y hasta puede darse prueba documental: Bartolomé de Villalba (1577) emplea pícaro para denominar a los habitantes de una provincia o país, que evidentemente ha de ser Picardía4. Pero dejando aparte que el oficio que les atribuye está a cien leguas del de pícaro, tenemos ahí un caso aislado, en un autor caprichoso y excéntrico, que no prueba la existencia de un uso general ni aun extenso, y que no es difícil interpretar como corolario posterior del empleo de picardía para ‘cofradía de pícaros’. Como los picardos no figuran con caracteres típicos en la literatura española, habría hecho falta, para sentar bien esta etimología; demostrar en forma absolutamente firme que el picardo tenía, por lo menos en Francia, una fama tan general de pereza, pobreza o vagabundez, como la tuvieron en toda Europa el escocés por su desnudez y avaricia (V. ESCUETO), o el griego por sus continuas y sangrientas pendencias (V. GRESCA) 5; en lugar de esto sólo logran Nykl y Spitzer aducir casos en que un picardo determinado resulta ser bandido o peleante o mala lengua, y unos testimonios sueltos, ni numerosos ni conspicuos, donde vemos que los celos y malquerencias entre vecinos, existentes en todos los países, han dado también algún fruto lingüístico en el Norte de Francia: el dicho referido por Oudin «ressembler le Picard = éviter le danger» y dos pasajes latinos de los SS. XIII y XV donde se les acusa ora de cobardes, ora de iracundos, es todo lo que queda de su erudita encuesta, resultado que no podemos calificar de coherente ni probatorio.

Más sólida es la tesis de M. P. y de Sanvisenti al derivar pícaro del verbo picar y su familia: el derivado pícaro es perfectamente comparable a páparo ‘hombre simple e ignorante que se pasma por cualquier cosa’ fh. 1625, Huerta, en Aut.], del verbo infantil papar, como papanatas; y también puede compararse con los ast. pítara ‘silbato’ y báilara ‘perinola’, derivados de sendos verbos, y con arrepápalo ‘buñuelo’6. Fuerte apoyo de esta idea constituye el sinónimo picaño, apoyo tan fuerte que en él hubiera debido estar siempre el quicio de toda la discusión etimológica; porque no se trata de una palabra algo rara, ni de analogía más o menos remota y discutible, sino de un sinónimo perfecto y frecuentísimo. Todavía lo era en la época clásica de la picaresca, como lo prueban varios pasajes de Quiñones de B., Lope de Vega7, Covarr., Rodrigo de Reinosa8 y el autor de La Vida del Pícaro (1601), verdadera autoridad en la materia, que acopla en un verso los dos sinónimos: «¡Oh vida picaril, trato picaño!», mientras el primero de estos autores nos muestra repetidamente su perfecta equivalencia: «J. M.: Plaza, plaza al comisario / de las jaulas de la mar, / que a encerrar lleva calandrias / porque cantaron acá. JOSEFA: De galera es tu vida, / mundo picaño, / pues en ti no se excusa vivir remando»9; y es sabido que ya debió existir en el S. XIV puesto que los autores de la Danza de la Muerte y del Libro de Buen Amor sustantivan su femenino con el valor de ‘vida picaresca’, ‘picardía’: «Don sacristanejo de mala picanna, / ya non tenés tiempo de saltar paredes, / nin de andar de noche con los de la canna, /... / andar a rondar vos ya non podredes» (Danza, 561); bien sabido es que J. Ruiz emplea dos veces la misma frase y con igual valor (222c, 341c) y además pone en boca de la enamorada D. Garoza el deseo de que su galanteador le hable «buena fabla, non burla nin picannas» (1493c)10.

Coincide con cierta palabra vasca, pero alejándose tanto en lo semántico que lo natural es pensar que haya una mera coincidencia, un espejismo: pikaina ‘primicia (que se ofrece a Dios o a sus ministros)’, pikain labortano y en el b. nav. meridional de Amikuse, pikainak ‘la flor y nata’ (Axular, 1643, cf. Michelena, Fuentes de Azkue §§ 202, 438), ‘el mejor bocado’ (Oihenart S. XVI) y aun empleado como adj. ‘excelente’ (S. XVII); bikaiña «la nata», bikain es guipuzcoano y usado en parte de Vizcaya. No creo que haya base suficiente para sospechar que en castellano sea un vasquismo jergal (empleado con antífrasis) por más que eso nos recuerde casos (bastante heterogéneos) como ganzúa, etc.; tanto menos cuanto que la p- invita a creer que, en sentido inverso, es en vasco donde es préstamo y no lo contrario, por un caso muy comparable a los de guapo y majo, voces jergales adoptadas en ciertos lugares por el uso común, con matiz meliorativo; pero seguramente es más sencillo y convincente admitir que la voz vasca viene de bih(i)- ‘grano, fruto’ + gain «surface, sommet», de donde ‘nata de la leche’, ‘primicia’, ‘cosa excelente’ (Michelena, Via Domitia IV, 20), y que por lo tanto hay con el castellano una mera coincidencia.

Por otra parte no es picaño el único derivado de nuestra familia verbal que hace compañía semántica a pícaro: picorro es ‘mozo de espuelas’ o ‘picador’ en Villasandino («un picorro de cavallo / traygo e otro apeado; / un ome de pye escudado, / bien como leal vassallo», Canc. de Baena, n.° 72, v. 41), así como picaño vale ‘cochero’ en Francisco de Quirós (1656) «palaciego cortesano, / que es cochero de sí mismo / por no sufrir un picaño» (cita de Pidal en dicho Canc.), y picayo debe de designar a un personaje de la misma estofa en J. Alfonso de Baena («señor, yo me tengo por nesçio picayo, / pues me sonastes asy el cordován», ibid., n.° 409, v. 1).

Que en todos estos casos se trata de ocupaciones honestas aunque muy humildes, es cierto desde luego, pero en nada se opone a la etimología, según he dicho arriba, y así lo aprobará cualquiera que lea la copiosa documentación exhumada por Fonger De Haan en su eruditísimo trabajo (pp. 171-5), donde vemos reglamentada en tantas ordenanzas municipales del S. XVI la indumentaria que debe llevar el pícaro, tomado siempre por lo mismo que ‘esportillero’ o ‘mozo de recados’; sin duda estas precauciones se encaminan a evitar que el pícaro abuse de esta actividad como un pretexto para meterse en casa ajena y hacer de las suyas sin ser conocido, pero no es menos cierto que, para estos legisladores, ganapán y pícaro estaban equiparados como oficios legítimos, y sólo se diferenciaban en el color de la librea. Y no sólo no se opone esto a la etimología, sino que nos la explica precisamente en su aspecto semántico. Sabido es que pícaro se tomó en fecha temprana por ayudante de cocinero o pastelero, por manera que pícaro es a picar (carne, etc.) lo mismo que pinche de cocina es a pinchar: ya M. P. citó el pasaje de Agustín de Rojas «llegamos al fin de nuestra jornada... yo en piernas y sin camisa... viéndome tan pícaro determiné servir a un pastelero», y el largo trozo de Mz. Montiño (S. XVI), donde se trata, como de algo de extraordinario e inaudito, de una cocina en que no había pícaros; bastaba recordar las conocidas frases del Quijote y el Guzmán de Alfarache: «muchos moços, o por mejor dezir pícaros de cozina» (II, xxxii, 126), «sollastre o pícaro de cocina» (I, ii, cap. 5), o el pícaro de la cozina del Rey de quien se sirvió Antonio Pérez en sus maquinaciones, según consta en el proceso de 1578. Ahora bien, el pícaro de cozina es el documentado más antiguamente entre todos los pícaros, puesto que ya figura en el Libro de Guisados de Roberto de Nola (p. 239). Para la relación semántica entre ‘pícaro’ y ‘pinche de cocina’, vid. ACOQUINAR. Y había otros oficios picariles no menos relacionados con el verbo picar, que no se han tenido en cuenta, pues Quevedo evidentemente lo toma por sinónimo de ‘picador’: «para ser toreador sin desgracia ni gasto, lo primero caballo prestado... andarse por la plaza hecho caballero antípoda del toro... y en viéndole desjarretado entre pícaros y mulas, haga puntería...» (Libro de todas las Cosas, Cl. C., 147).

No hace falta más para probar que pícaro debe ser derivado autóctono de picar, que el lenguaje del hampa aprovecharía como denominación de otras actividades menos honestas, que también «picaban» o «mordían» a su manera. ¿Hará falta recordar el mordelón mejicano? M. L. Wagner puso también de relieve, en un autorizado artículo todavía reciente, el carácter jergal de los inseparables pícaro y picaño.

Es posible y verosímil que estas palabras, ya existentes en el S. XIV en una de sus variantes sufijales, recibieran en el XVI algún refuerzo gracias a la popularidad que en España dieron entonces a los picardos las guerras de Flandes y las invasiones que culminan en la batalla de San Quintín; nada más fácil que el empleo de Picardía, conforme indicó Sanvisenti, como «voce di cobertanza» o expresión jergal indirecta del oficio y la comunidad de los pícaros; lo mismo que en Italia, donde no existía pícaro11, pero sí el verbo impiccare ‘ahorcar’ se empleó Picardìa como nombre de la ‘horca’ (así ya en C. de las Casas, a. 1570). Esta naturaleza del cast. picardía nos la descubre La Pícara Justina: que aquel «sastre natural de la provincia de Picardía, que yendo y viniendo en romería a Santiago tres veces, se hizo rico con limosnas» tenía poco que ver con los picardos y mucho con los pícaros, nos lo hacen sospechar sus acciones, y lo vemos claro cuando Justina se aplica este dictado geográfico a sí misma, de quien sabemos por otros pasajes que era hija de León. Así, por este medio indirecto del floreo verbal, nació el empleo del sustantivo abstracto picardía, que todavía por entonces designaba la cofradía de los picaros y su adecuada manera de ser; leamos si no otro trozo del texto de La Pícara por excelencia: «Ea, Justina, vean que sois pícara de ocho costados, y no como otros... que en no hallando a quien servir, cátale pícaro, y puesto en el oficio, vive forzado y anda triste, contra todo orden de picardía». De ahí se pasaba fácilmente a tomar este sustantivo como abstracto correspondiente al adjetivo pícaro, según ocurre ya en el más antiguo testimonio del vocablo, que es el Lazarillo de Tormes: pero esta aparición tardía, en comparación con la de picaño y aun la de pícaro, es buena prueba de la secundaria incorporación de picardía a nuestra familia de palabras12.

No haría falta rechazar las demás etimologías propuestas. A. H. Krappe (ARom. XVIII, 430-2). siguiendo a Alonso Cortés (RH XLIII, 33n.) y a G. de Diego (RFE XVIII, 14), quería derivar pícaro de bigardo, primitivamente Pyghard, nombre de una secta protestante de Bohemia, que otros relacionan con Picardía; de hecho se ha empleado alguna vez (vid. G. de Diego) bigardía en el sentido de ‘mojigatería’ o ‘hipocresía’ (comp. beguino ‘santurrón’), pero este hecho tiene apoyo literario e histórico aún más débil que la relación de pícaro con picardo, y se le aplicar con mayor gravedad las objeciones formuladas a este étimo; admitir con G. de Diego que el origen de pícaro es otro, pero el abstracto picardía se explica por el cruce con bigardo, es complicado e inútil, puesto que más fácilmente podía actuar el influjo del nombre geográfico. Preferible sería partir del flamenco picker o pickaert (como sugirió brevemente G. J. Geers, Mél. Salverda de Grave, 1933, 133, aprovechando una idea del dice neerl. de Verwijs y Verdam), puesto que este vocablo significó realmente ‘ratero’, ‘ladrón de bolsas’, y puede derivar del verbo picken (= ingl. te pick, comp, pickpocket ‘ratero’), como indican sus otras acs. ‘picapedrero’ y ‘segador, cosechador’; pero los testimonios seguros del vocablo se reducen a dos del S. XVI (V. el dicc. citado; en otro parece tratarse de un error de lectura), y siendo así es más probable que, en la ac. que nos interesa estemos ante una adaptación local del cast. pícaro tan lozano por esta época e indudablemente llevado a Flandes por los Tercios. Las etimologías arábigas de De Haan y de Bonilla son imposibles por obvias razones fonéticas y de toda clase, y la sugestión de un origen gitano debe desecharse siempre que se trate de una palabra del S. XVI.

Termino anotando la bibliografía principal. Bonilla y San Martín, RABM V, 374ss.; Rev. Crít.

Hisp.-Amer. I, 172; Fonger De Haan, Homen. a M. y Pelayo, 1899, II, 149-190; M. P., Bausteine Mussafia (1905), 388-913; Sanvisenti, BHisp. XVIII (1916), 237-46 (con apostilla en el tomo de 1933); Nykl, RH LXXVII (1929), 172-186; Spitzer, RFE XVII, 181-2; M. L. Wagner, ARom. XIX, 120-121.

DERIV.

Picaresco [1599, G. de Alfarache]; picaresca [1613, Cervantes]. Picaril [1601, Vida del Pícaro], Picarón; picaronazo. Picarote. Apicarar; apicarado. Picardía [1554, Lazarillo]; picardihuela; picardear [Quevedo, Buscón], más raramente picarizar.

1 No puede darse por probado, a pesar de que así lo admita De Haan, que el relato hecho por Sandoval, cerca de un siglo más tarde, de un suceso de 1520, nos dé la seguridad del empleo del vocablo en esta fecha.―

2 La existencia de picardo, que ya es antiguo en castellano (frecuente desde princ. S. XVI), pero que como nombre serio se tomó del lenguaje escrito aun más que del uso hablado, no debilita en nada la posibilidad de que soldados y tahúres adoptaran la palabra en otra forma al aprenderla de viva voz, en una época en que ya no sonaba la -d final. Comp., p. ej., griego, GRINGO y GRESCA; escocés y ESCUETO.―

3 Bastaba el sentimiento general de que el francés adelanta el acento en vocablos como barbare, bulgare, cathare, zingare, y debemos conceder a Peseux - Richard (RH LXXXI, i, 247-9) la posibilidad de que ayudara el modelo de húngaro, pueblo bien conocido. Pero el que más hubiera podido influir es esguízaro ‘suizo’, que según indicaron De Haan y Spitzer se empleó como sinónimo de pícaro («dos bribones que... habían sido compañeros suyos en la vida esguízara y picaresca», en el Alfarache de Martí).―

4 «Era gente la portuguesa, que puesto caso que no comen como alemanes, ni beben como flamencos, ni juegan como genoveses, ni huelen como italianos, ni visten como españoles, ni prestan como pícaros, ni dan como si fuesen Alexandres, ni hablan como atenienses, ni se refrenan como lacedemonios, que le parecía a él... que era gente fundada en razón», II, 274. La fama dejada por los financieros flamencos y alemanes traídos por Carlos V parece haberse trasmitido ahí a sus vecinos picardos.―

5 En cuanto al supuesto paralelo de flamenco, en que tanto hincapié han hecho W. Mulertt (VKR III, 135-7, 146-8) y otros, esta palabra tan reciente tiene muy poca aplicación al pícaro del S. XVI, tanto más cuanto que ha llegado a su significado andaluz por vía muy indirecta y sin comparación con nuestro caso (V. mi artículo respectivo).―

6 No todos los casos reunidos por M. P. en su artículo son aplicables: los más derivan de sustantivos, algunos no me parecen contener un verdadero sufijo (alárgalo y rápalo serán combinaciones sustantivadas de infinitivo más pronombre); los restantes, como he venido subrayando en tantos artículos de mi libro, no son formaciones españolas con sufijo átono, sino derivados pre-romances con sufijo -ŬLUS, -էNUS, etc., tardíamente adaptados a los tipos españoles en -´aro , -´ano , etc. Pero bastan en nuestro caso los ejs. citados arriba: para una creación jergal no era preciso contar con modelos abundantes.―

7 «Saca del çurrón la bota. HAMETE: ¡O, bon mego! [‘amigo’]... MATÍAS: Ved con qué espacio lo toma. HAMETE: ¿Que esto no probar Mahoma? / ¡Joro a Dios estar bicaño!» (el morisco estropea las vocales y cambia la r en b), Pedro Carbonero, v. 402.―

8 Este temprano autor, de h. 1500, lo pone por mote a un rufián. A pesar del escepticismo de De Haan, no cabe dudar del significado que le da.―

9 NBAE XVIII, 513. En otro pasaje no menos claro lo aplica un personaje a unas criadas que le han enharinado para embromarle (p. 584).―

10 De la vitalidad del vocablo tenemos pruebas en significados secundarios: picañón es el ‘queso de Cabrales’ en Asturias (Vigón), picaño ‘remiendo que se echa al zapato’ según Covarr.; y si Juan del Encina aplica picaño a un vegetal punzante, en la Estremadura portuguesa pícaro es el nombre del «pedúnculo do figo» (RL XXXVI, 150).―

11 Algunas veces se ha citado un it. piccaro. Se acentúa en la á y es voz rarísima, ausente en la mayor parte de los diccionarios. Goldoni la emplea una vez con referencia a España; luego parece ser hispanismo ocasional, mal conocido y por lo tanto estropeado, como muchas veces dicen Alváro por Álvaro los italianos.―

12 Si en catalán se emplea picardia y su derivado picardiós (popular especialmente en el Sur del Principado), pero no pícaro, es fácil de explicar por la entrada reciente de estos vocablos castellanos en este idioma y por las dificultades que presentaba pícaro a la catalanización.―

13 La opinión de Morel-Fatio fué algo vacilante: después de adherirse a la tesis de De Haan (BHisp. 1899, 211-30), se pasó a la opinión de M. P. (Rom. XXXV, 120).