LASTRA, ‘piedra plana y de poco grueso’, voz bastante extendida dialectalmente en la Península Ibérica, sobre todo en el Norte, desde el Pallars hasta Galicia y Tras os Montes, hermana del it. lastra ‘baldosa’, extendido por la mayor parte de Italia (poco en los Alpes), de origen incierto, quizá prerromano, pero es más probable que sea un antiguo préstamo de los constructores de iglesias traído de Italia, donde sería derivado regresivo de lastricare ‘pavimentar’, derivado a su vez de lastrico ‘pavimento’, para cuyo origen, V. ÁSTRAGO.

1.ª doc.: Ad Lastras, en doc. de 853, Cartulario de San Millán.

El vocablo aparece también en doc. de Sahagún, de 1048, citado por Hubschmid, y en los dos siguientes, que nos permiten ver como ya se empleaba entonces para determinaciones topográficas: «includit... fonte Privati usque ad illa lastra et per soma iera et ad illos pedruecos de Sancti Cipriani», doc. de Santoña, de 927 (Bol. Acad. Hist. LXXIII, 425); «en tres vales una terra de Sancti Stephani; en la lastra una terra de Sancti Stephani», doc. del mismo lugar, de 1210 (ibid. LXXV, 342). Por lo demás el vocablo no apareció o apareció muy poco en literatura, en la Península Ibérica. No tengo noticia de ejemplos literarios en castellano, catalán ni portugués; en la tradición lexicográfica castellana aparece por primera vez en el vizcaíno Terr. («lastra: lancha, piedra, losa»); el artículo «lastra: lancha, piedra chata o extendida» aparece en la Acad. ya en 1843; en portugués falta todavía en los diccionarios de los SS. XVIII y XIX; antes se hallan algunos que me parecen derivados de lastra, aunque los diccionarios suelen atribuirlos a lastro ‘lastre, arena o guijarros que se ponen en la cala del navío, como contrapeso’: sobre todo lastrar ‘pavimentar’, ‘cubrir un tejado con chapas’, que ya está en FernƟo Lopes, a med. S. XV («uma grande e espaçosa pomte, lastrada de terra e d’area», CortesƟo), y en PantaleƟo d’Aveiro, a. 1593 («o telhado lastrado de chumbo», Moraes); en cuanto a lastro ‘fondo (del mar, o del río), piso (de una cueva, etc.)’, ya documentado en Juan de Barros, h. 1550, se puede vacilar, y es difícil asegurar si tienen o no razón los lexicógrafos al identificarlo con lastro ‘lastre que se pone en el fondo del navío’, pues existe también la ac. ‘base, fundamento (p. ej. de una virtud)’.

De todos modos, aunque el vocablo haya encontrado poca acogida literaria, hoy está arraigado en muchas partes de la Península. De Oeste a Este encontramos los datos siguientes. Minho lastroada ‘pedrada’, Braganza lastrão ‘base de piedra sobre la que giran las galgas en los molinos de aceite’ (Fig.), trasm. lastra «pedra larga, lagem, lanchƟo» (RL V, 95; XIII, 119), «lâmina de pasta argilosa que se converte en telha», gall. lastra ‘gneis y micacitas’ (BRAE XXII, 489), ‘lancha o piedra delgada’, lastrar ‘enlosar, solar con lastras o losas algún sitio’ (Vall.). Sanabria llastra ‘piedra larga y aplastada, de forma irregular’ (Krüger, Dial. de S. Cipr., p. 63), salm. lastro ‘lancha, lastra’, Sierra de Francia lastrero ‘cantera’ (Lamano) Quintanillabón lastra ‘losa’ (La Bureba) (RDTP IX, 47), Colunga lastra ‘laja’ (Vigón), L(l)astres pueblo de Asturias, Albacete lastra ‘astilla de madera’ [?] (RFE XXVII, 249).

Se localiza el vocablo, además, en varios puntos de Castilla la Vieja: en Segovia lastra ‘terreno abundante en piedras, de mala calidad y poco a propósito para el cultivo’ (Vergara), en Cuéllar aparece con el mismo significado (BRAE XXXI, 159). Lastra ‘bancal de forma oblonga situado en la ladera de un cerro’ en Villar del Arzobispo (Llatas). Anoto llastra en muchos pueblos valencianos de la zona central, entre ellos Vilamarxant, Cassinos y hacia Torrent y Llombai (Lastra con l- en Olocau), generalmente en el sentido de ‘lista o franja de terreno de forma alargada’, pero en Cassinos me lo definen «una llenca de terreno pobre que s’ha tret un treballador», «finca treta a força de sacrificis i suor».

Pero en las Sierras de Almería lastra de nuevo vuelve a designar un bloque de piedra pendiente y liso en la montaña. Vasco vizc. lastra ‘bloque de piedra delgada y larga’ (Azkue), y arlasta ‘bloque delgado de piedra’ vizc. de *arlestra, cpto. con arri ‘piedra’; lastra «campo antes cultivado y hoy en barbecho» en Villarreal (part. de Jaca junto al límite de Navarra y Zaragoza, Bergmann, Grenzgebiet Ar.-Nav., 53), Venasque llastra ‘lámina de pizarra de gran espesor y dimensión’ (Ferraz). Ribag. (cat.) llastra ‘piedra de pizarra’ (Congr. Intern. Ll. Cat., p. 230), Valle de Boí llastra «peña pendiente» (Ag.)1, más al Este el vocablo ya no es conocido2, pero sí en el Sur, donde lo he oído en varios pueblos de la zona catalana de Teruel.

Obsérvese, por otra parte, la laguna que queda entre Navarra y Venasque, tanto más sorprendente cuanto que el Alto Aragón es buen refugio del léxico arcaico3. Los datos de la toponimia coinciden con esta distribución geográfica, pues las localidades llamadas Lastra, Lastras, Lastres o Lastrilla se hallan en número de tres en Lugo, dos en Asturias, una en Palencia, cuatro en Ávila, tres en Segovia, cuatro en Burgos, una en Santander (Madoz), la arriba citada de los Pirineos de Lérida, y hay un Riu Llastres al Oeste de Tarragona (pero éste ha de ser más bien OLEASTROS). El área del vocablo no pasa a la vertiente Norte del Pirineo.

Pero reaparece en Italia, y aquí con mayor vitalidad, y con mayor extensión y arraigo aún que en nuestra Península. Lastra «pietra con superficie piaña, usata per lo più a lastricare strade», «un cristallo grande da finestre, vetrate»; de que la lastra es ante todo una baldosa o adoquín empleado para pavimentar calles y lugares semejantes, dan fe muchas frases proverbiales como ci ha consumato le lastre, hablando del enamorado que pasea la calle de una mujer, etc.; dialectalmente el vocablo se halla en los Alpes orientales (Comelico lastra ‘superficie escarpada, pelada y pedregosa’), en los Abruzos (en Campobasso ‘piedra de trillar’), en el Sur (en Tarento ‘cristal de ventana’), y seguramente en otras partes; del italiano pasó a la En-gadina en el sentido de ‘plancha de hojalata que cierra un horno’, y esporádicamente y con la misma procedencia aparece en un escritor anglonormando de fines del S. XII (FEW III, 223a). Efectivamente es palabra antiquísima en Italia, que según veremos ya aparece por los años de 830 y en otros muchos documentos de la alta Edad Media, reunidos por Du C.

En cuanto a la etimología, Diez (Wb., 244), guiándose por la semejanza con el it. piastra «lastra di ferro o altro métallo»4, procedente del grecolatino EMPLASTRUM ‘emplasto’, propuso mirarlo como un mero duplicado de este vocablo, con pérdida fonética de la P. No era extraño que tan inconcebible fenómeno no causara escrúpulo en tiempo de Diez, pero ya es más chocante que M-L. siguiera admitiendo esta etimología (REW 2863), sin más que decir que esta eliminación no estaba explicada; y así es natural que lo mismo yo (BDC XXIII, 296) que Krüger (l. c.), Wartburg y Hubschmid (FEW V, 196-7; RF LXIV, 49-50) nos negáramos a aceptar la idea. Pero sólo este último lingüista ha tratado hasta ahora de sustituirla por algo más o menos positivo, suponiendo que viene de un *LASTRA, procedente de *LAK-STRA, que a su vez sería derivado del hipotético galo *LAKE; otro derivado de éste sería *LAK-SKA, de donde vendría lasca, lo cual desde luego es imposible, pues este vocablo no significa, según él cree, ‘losa de pizarra’ o ‘fragmento de piedra’, sino ‘rebanada’, ‘astilla’, de cualquier material (V. mi artículo).

El trabajo de Johannes Hubschmid es meritorio y de él he sacado varios datos importantes, pero en cuanto a *LAKE, ya hice notar en mi artículo LAJA cómo carecen de toda base varios de los fundamentos de ese tipo etimológico, y los demás son supuestos y harto arriesgados. Es evidente la imprudencia de levantar otra audaz construcción encima de cimientos tan endebles. Por otra parte, el área del tipo lastra, limitado a Italia y al Norte Ibérico, es singular, y nada tranquilizador el buscar un origen céltico a un vocablo que falta totalmente en la Galia transalpina y aun en la cisalpina. Verdad es que de *LASTRA deriva Hubschmid el valesano lafra ‘baldosa’, completamente aislado, admitiendo que LASTRA pasara a *laθra en galo tardío; por otra parte el trentino y dolomítico lasta ‘losa de piedra’, y Brescia y Valvestino lasa (lašo), vendrían de una variante morfológica *LASTA, con evolución fonética a *LASSA en dicha etapa idiomática. Audaces combinaciones. Aunque el paso romance de str a fr no sea posible en las dos localidades valesanas en cuestión, es normal desde luego en hablas francoprovenzales vecinas, y nada se opone a que el valesano lafra sea importación reciente del it. lastra, alterado en su fonética al pasar por las zonas intermedias: el aislamiento absoluto de este vocablo en galorrománico invita a considerarlo italianismo. También las formas citadas de Brescia y el Trentino serán alteraciones debidas a alguna contaminación u otra causa moderna.

Más importante que especular sobre tales variantes locales me parece establecer bien el ambiente lingüístico a que pertenece lastra. Transcribo el primer ejemplo italiano, en que se trata de la edificación de una iglesia: «jussu Pontificis, nocte una, tanta allata sunt omnia paramenta: calces et latercula, petras et bísalos, lapides et ligna, columnas et lastras, arenam et sábulos...», en una hagiografía escrita por Agnello, obispo de Ravenna, por los años de 830 (Muratori, Rerum It. Scr. II, i, 106b). Al mismo orden de ideas pertenecen los testimonios reunidos por Du C.: «tabula lapídea vel bractea tenuis, quo modo secari soient marmora ad pavimentum vel ad pañetes inducendos», «aperiri fecit altare praedictum et arcam magnam ultra communem staturam, in ipso sub una lastra marmórea positam», «lastrum: basis seu pes columnae»; V. testimonios romances semejantes, desde el S. XIII, en Tommaseo. Luego está claro que lastra en italiano no es vocablo topográfico, arraigado en el terruño, sino término perteneciente al ambiente culto de la construcción de basílicas y sepulcros religiosos. No es que esto pruebe, incontestablemente y por sí solo, que el vocablo no es prerromano, pero en vista de que por su área no tiene probabilidades una hipótesis céltica, y de que apenas se puede hallar un substrato prerromano común al Centro y Sur de Italia y al Norte de Iberia, conviene mirar si hay posibilidades romanas o postromanas.

Ahora bien, junto a lastra se halla lastricare «pavimentar con lastre», el cual, según hoy sabemos, deriva de làstrico ‘pavimento’, y éste a su vez procede del lat. vg. *ASTRէCUM, gr. vg. ıστρακον, gr. ƽστρακον ‘pavimento que se hacía con cascos o tiestos de vasija’, V. aquí s. v. ÁSTRAGO. Si junto a PETRICARE estaba PETRA, junto a rampicare está rampa, brancicare junto a branca, sbarbicare junto a barba, nevicare junto a nevé, y así rosicare, zoppicare, morsicare, etc., ¿no era natural que de lastricare se sacara lastra para denominar «le piètre da lastricare»? ¡Tanto más cuanto que ahí tenemos el probable influjo de piastra, sinónimo de lastra!

Yo no dudaría en dar esta etimología por segura, desde luego, si no causaran algún escrúpulo las formas iberorromances. Por una parte, en la Península Ibérica tenemos ÁSTRAGO y su familia, hermana y sinónima de lástrico, pero no conocemos una variante hispánica con l- inicial aglutinada ni un verbo correspondiente del cual se pudiera sacar lastra fácilmente. Quizá sería menos arriesgado suponerlo que imitar las combinaciones prerromanas que he criticado arriba; pero así y todo me parece muy expuesto. En cambio considero lícito admitir un préstamo temprano del lastra italiano a los constructores de iglesias hispánicos. Nótese que la zona del Alto Pallars donde hoy encontramos llastra es precisamente la zona de Sant Climent de Taüll, donde se levantan las antiguas iglesias pallaresas del Románico primitivo, con sus admirables frescos de influjo bizantino y con todo un arte primitivo, pero lleno de resabios orientales, que bien puede señalar precisamente hacia esa Ravenna medio griega del S. IX, donde por primera vez aparece el vocablo. Otro foco de expansión de la palabra, a juzgar por el área actual y los ejs. antiguos, parecen constituirlo la Basílica de Compostela y los monasterios leoneses, donde hay también influjos orientales e itálicos. Por lo demás, para un vocablo eclesiástico apenas es necesario justificar la posibilidad de introducción de un término procedente de la Roma papal, y la pobreza de España en los tiempos primitivos de la Reconquista obligaría ya a suponer que mucho del arte de construir iglesias se volvería a aprender de Roma. La dificultad estriba en que en España los ejs. antiguos que he citado no se refieren a la construcción, sino que aparecen como denominaciones topográficas. Habrá que pesar la posibilidad de que en España el vocablo sea de otro origen que en Italia y acaso prerromano. No sería el primer caso de esas coincidencias. Sin embargo, nótese que no escasean los testimonios hispánicos de lastra como piedra de pavimentar (V. arriba), recuérdese que el hiato geográfico entre el área norteña del vocablo y el área catalana es menos favorable a un origen ibérico que a una importación itálica con focos diversos, y piénsese que si lastra era una piedra plana no debe extrañar mucho que los notarios eclesiásticos aplicaran el vocablo a piedras de esta forma, aun cuando fuesen naturales, sobre todo al deslindar las propiedades de una iglesia o de un monasterio. Y se me concederá que si la temprana importación del it. lastra a España no es segura, debe por lo menos considerarse posible, y verosímil por lo tanto la etimología que he propuesto5.

Ha aparecido ahora una nota de Johanes Hubschmid, ZRPh. LXVI, 32-33, y el trabajo suyo cuya aparición anuncio en la nota 5 (V. allí p. 37). No hay duda ahora de que las variantes lasta y lasa son importantes, sobre todo la primera, cuya existencia confirmo todavía con la nota de A. Prati, I Valsuganotti (1923), p. 73: Cima Lasta [1765] es una de las cumbres más importantes de la Valsugana (Trentino, junto al Véneto), y hoy se emplea allí lasta «lastra», refiriéndose «alia párete nuda della cima di quel monte». Todo esto obliga a estudiar de nuevo la posibilidad de un origen prerromano. Quizá esté ahí la verdad. Y sin embargo de ninguna manera anula esto la posibilidad de la etimología romance, tan convincente, que he dejado expuesta. Además de que lasta y lasa pueden ser debidos a cruces locales, hay la posibilidad de un proceso fonético puramente romance, por lo menos en el primer caso: recuérdense encastrar y encastar, claustra y clasta-crasta (V. CLAUSURA nota 2, CÁRCAVO n. 13; Fs. Jud, 566), ostra y ostión, vco. ostro y osto ‘hoja’, vco. lastro y tasto ‘paja’, orchestra y orquesta, rastar y rastrar, est(r)ella, regist(r)o, rist(r)e, estrella, est(r)ellar, (r)est(r)allido, last(r)e, magiost(r)a. Desde luego sólo parte de estas formas se crearon por eliminación espontánea de la r del grupo str, mientras que en las demás se trata por el contrario de una r introducida secundariamente, y en alguno hay una disimilación de tipo ordinario; de todos modos las primeras bastan para probar la posibilidad de una eliminación de la R, y todas juntas habrían facilitado, así como así, la creación del duplicado lasta junto a lastra. Por encima de todo: falta estudiar detenidamente la fonética de las hablas locales italianas donde aparecen lasta y lasa.

DERIV.

Lastre ‘piedra de mala calidad en lajas resquebrajadas’ [Covarr.]; lastrón. Alastrar ‘coserse contra la tierra una ave u otro animal para no ser descubierto’ [«alastrarse el animal: asternor», Nebr.; Pineda, 1574, DHist.], ‘amusgar el animal las orejas’. And. solastra ‘piedra plana y fina’ (AV).

1 Son conocidos los despeñaderos llamados Les Llastres de la Morta, en el camino de Boí al valle de Arán.―

2 Por ej. en Àreu, en el Pallars Oriental. En la vecina localidad de Tor me dijeron que significaba ‘terreno fangoso’, dato que me parece suspecto en vista de su aislamiento.―

3 Quizá tenga razón Krüger al suponer que lenastra ‘losa’ en el Valle de Vio (Die Hochpyr. A, II, 79) resulte de un cruce del tipo LENA (FEW V, 249a), bien representado en los valles aragoneses, con un lastra preexistente; pero claro que es inseguro, pues también podría tratarse de un mero derivado de LENA.―

4 A veces también de tierra, madera o cristal. Antiguamente aparece en el sentido de ‘losa de piedra’.―

5 En carta hace hincapié Hubschmid en las variantes locales alto-italianas lasta y lasa, como indicios de un origen prerromano (con formación sufijal diferente), tal como hacía ya en el FEW, agrega ahora más testimonios de la primera y remite a un artículo suyo Pyrenäenwörter vorroman. Ursprungs, que ha de aparecer en Salamanca en el verano de 1953. Para que podamos dar tanto valor a estas formas (que pueden ser variantes modernas, explicables acaso por la fonética local, o bien por contaminaciones) tendrá que darnos Hubschmid más detalles acerca de los dialectos y de los diccionarios dialectales donde figuran estas formas, probarnos que está realmente familiarizado con el pormenor fonético de estos dialectos y agregar más precisiones sobre el contexto y la semántica de los documentos citados, que descarten toda sospecha de que se trate de una voz de sentido distinto, todo lo cual suele abstenerse de hacer en sus trabajos (la mayor parte de sus citas traen el vocablo con mayúscula: ¿cómo sabemos su significado si es nombre propio?, ¿qué es cuppis del doc. de 1340 que acompaña a lasta como sinónimo? ¿Se trata del alto-it. cop(po) ‘teja’?). Cierto es que Tagliavini (ARom. X, 8) trae «lasta o lastra (REW 2863) frequentissimo topónimo» y atestigua que en el Cadore vale «piano roccioso fortemente inchinato», pero ¿cuál es la forma viva en el Cadore y cuál es la que se funda en una interpretación, siempre discutible, de la toponimia? Y en definitiva, aun si diéramos por probado que lasta significa lo mismo que lastra y que ya era usual en el S. XIV y aun antes, esto no sería prueba todavía de que no es forma secundaria, debida a una contaminación u otra causa local, y menos aún lo es de que lastra sea prerromano. La propuesta etimología romance sigue siendo aceptable, el problema de los detalles queda en pie, y los nuevos datos anunciados por Hubschmid deberán estudiarse con cuidado, y con saludable escepticismo esta etimología prerromana.