ZARABANDA, origen incierto: lo único que consta es que este baile es oriundo de España, y es probable que aquí se creara también la palabra, con materiales puramente hispanos; se han propuesto varias etimologías persas, suponiendo que sea palabra trasmitida por el árabe, pero todas ellas son inverosímiles.

1.ª doc.: 1539, Fernando de Guzmán Mexía.

En su Vida y tiempo de María Castaña, que según B. J. Gallardo (Biblioteca de L. Esp. raros y curiosos IV, 1528) está fechada en Panamá en 1539, se lee que en aquellos tiempos felices todo se hacía «al son de zambapalo y zarabanda». El primer léxico que recogió el vocablo es el de Oudin (1607): «çarauanda: sarabande, une sorte de danse»; Covarr.: «çarabanda: bayle bien conocido en estos tiempos, sino lo huviera desprivado su prima la chacona: es alegre y lascivo, porque se haze con meneos del cuerpo descompuestos, usóse en Roma [cita los conocidos versos del epigr. 7, libro 6, de Marcial]... Aunque se mueven con todas las partes del cuerpo, los braços hazen los más ademanes, sonando las castañetas... la palabra ç. es hebrea, del verbo çara, que vale esparzir, o cerner, ventilar, andar a la redonda, todo lo qual tiene la que bayla la ç., que cierne con el cuerpo a una parte y a otra, y va rodeando el teatro o lugar donde bayla...». Aut.: «tañido y danza viva y alegre, que se hace con repetidos movimientos del cuerpo, poco modestos; por extensión se llama qualquier cosa que cause ruido, bulla o molestia repetida». Cervantes se refiere muchas veces a ella, llamándola «la alegre zarabanda» (La Ilustre Fregona, Cl. C., 287), incluyéndola en el repertorio de Preciosa (La Gitanilla, 5), mencionándola junto con el zambapalo (cito ejs. en ZAMACUECA), y aun creando el neologismo poetas zarabandos (Viaje del Parnaso, 5). El pasaje más característico es el del Celoso Extremeño: «¿qué diré de lo que ellas sintieron cuando le oyeron tocar el Pésame de ello, hermana Juana, y acabar con el endemoniado son de la zarabanda, nuevo entonces en España? No quedó vieja por bailar, ni moza que no se hiciese pedazos, todo a la sorda y con silencio extraño, poniendo centinelas y espías que avisasen si el viejo despertaba» (Cl. C., p. 128). Rdz. Marín escribió a este propósito una erudita disertación (en su libro El Loaisa del C. Extremeño, pp. 257-75); cita ahí una muchedumbre de testimonios literarios de fines del S. XVI y del XVII, de entre la cual extracto los datos que siguen; los más antiguos son tres, sacados de varios romances y jácaras fechados en el año 1588: «no hay en el galeón mujer, / ni la dama cortesana, / con quien se pase la noche / bailando la zarabanda», «al estragado apetito / mostrastes la zarabanda, / porque el manjar desabrido / se comiese por la salsa». Como muestra de la letra de una zarabanda transcribo el principio de una impresa en 1626: «Ándalo, Zarabanda, / que el amor te lo manda, manda. / La Zarabanda está presa / de amores de un licenciado /...». Fué lugar común entre los moralistas de estos años deshacerse en improperios contra la zarabanda, que todos coinciden en presentar como una invención reciente. Así Mariana: «entre las otras invenciones ha salido estos años un baile y cantar tan lascivo en las palabras, tan feo en los meneos, que basta para pegar fuego aun a las personas muy honestas. Llámanle comúnmente zarabanda... lo que se sabe es que se ha inventado en España, que la tengo yo por una de las graves afrentas que se podían hacer a nuestra nación»; López Pinciano (1596): «se levantó la una y la otra de la mesa, y la moça con su vihuela dançando y cantando, y la vieja con una guitarra cantando y dançando, dixeron de aquellas suzias bocas mil porquerías, esforçándolas con los instrumentos y movimientos de su cuerpo poco castos... Ésta es la zarabanda que dicen»1. El vocablo tuvo fortuna internacional: en Francia, sarabande se encuentra desde 1605 (BhZRPh. LIV, 72-73), en Inglaterra desde 1607; los franceses le cambiaron el carácter convirtiéndolo en un baile lento y grave. Pero en todas partes se reconoce unánimemente la procedencia española2. Es lo único que consta en cuanto al origen, aunque se han lanzado etimologías a docenas, unas más ridículas que otras, pero casi todas lo son. Puede verse la lista completa en el trabajo de Rdz. Marín: no hace falta refutarlas.

Ha sido lugar común buscar la etimología en persa, sin duda por la terminación -and o -band, que es tan frecuente en este idioma. La más antigua es la de Ménage, quien partía de sarband «venda o faja con que se ciñen la cabeza las mujeres» (compuesto de sar ‘cabeza’ y band ‘ligadura’), etimología que se viene llevando y trayendo, a base de achacar a esta palabra persa el sentido de «especie de danza» o «especie de canto», que no ha tenido nunca (falta en los dicc. de Steingass y de Richardson-Johnson). También se ha querido partir del persa sarāyand ‘canto o cantor’, que no conviene fonéticamente; etc.

Más razonable parece la sugestión de Ribera (Disertaciones y Opúsculos II, 144-6), aceptada por Steiger (Festschrijt Jud, p. 673): persa dast-band «a dance where they join hands» (Steingass), propiamente ‘atadura’ (band) de las ‘manos’ (dast). Esto por lo menos puede documentarse en árabe, en la forma dastabánd, en el Tratado musical de los Iȟwân Asafa (S. X), ya citado por Freytag, quien traducía el vocablo por «conjunctio manuum, ut videtur, in saltatione». Realmente, nos dice Ribera, en dicho tratado, tras enumerar los géneros musicales que habían de ejecutarse en convites, banquetes de fiesta, etc., se dice que entonces «venía el tiempo del baile y del dastaband». El vocablo, en efecto, figura en los léxicos árabes del ?auharí (fin S. X) y del Fairuzabadí (fin S. XIV) ―autores nacidos en el Irán―, que según Lane (p. 878) lo definen «a certain game of the Magicians: they turn round, as though imitating the revolutions of the ‘host of heaven’, having taken one another by the hand, in a manner like dancing», y agrega Lane que de ahí pudieron venir las evoluciones semejantes que practican los derviches en Egipto. A esto se reduce todo lo que sabemos del ár. dastabánd: ceremonia de procedencia iránica, y de carácter religioso, en que los personajes se mueven como en una sardana; es posible que acabara por convertirse en un baile de diversión, aunque esto no consta en forma inequívoca. Del uso del vocablo en el árabe de España o siquiera de África, no hay testimonio alguno (falta en el Suppl. de Dozy, en Beaussier, etc.). Alega Ribera que dastabánd en cast. pudo convertirse en *daçabanda, lo cual es indudable (vid. ZAGUÁN, ZURRIAGA); que luego pudo haber una metátesis *çadabanda, y finalmente el cambio esporádico de la -d- en -r-, como en seguirilla por seguidilla. En rigor todo esto es posible, aunque la verosimilitud va haciéndose cada vez más escasa a medida que se acumulan los fenómenos fonéticos excepcionales. En conjunto el proceso fonético es dificilísimo (no habiendo datos de las formas intermedias), aunque no inconcebible. En lo semántico la danza ritual de los magos habría dado un salto mortal hasta convertirse en la endemoniada orgía que organiza Loaisa y escandaliza a Mariana y al Pinciano; también podríamos admitirlo, aunque ahí se trata de las evoluciones de una bailarina aislada, no de un corro de gente. Y así las improbabilidades van acumulándose. ¿Nos atreveremos a negar todo valor a la afirmación repetidísima de Cervantes, Mariana, Covarr. y todos de que la zarabanda era invención reciente a fines del S. XVI?3 Alguna vida subterránea pudo llevar el vocablo antes de esto. Pero el prolongado calvario fonético que supone el cambio descrito de dastabánd hasta zarabanda exigiría siglos, y entonces es anómala la falta completa de testimonios del baile y del vocablo en toda la Edad Media, así en la España cristiana como en el Andalús. En conclusión, hay que mantener un completo escepticismo ante la idea de Ribera y por lo menos replicar: vengan pruebas.

Rdz. Marín (pp. 266-9) emite una idea que por lo menos tiene la ventaja de ser verosímil en el aspecto semántico y de no exigir reconstrucciones lejanas. Recuerda este erudito dos frases populares fundadas en el meneo rítmico de la zaranda: «más puta que una zaranda» y «anda, zaranda, que te caes de blanda», aplicada sin duda a una mujer de cadenciosos andares; añade la jácara de Quevedo en que una mujer harto atrevida «Aguedilla la bermeja / se cansó de zarandar / y está haciendo buena vida / en la casa del Abad»; y apoyándose en el estribillo arriba aludido «Ándalo, zarabanda, / que el amor te lo manda, manda», imagina ingeniosamente que el vocablo pudo nacer en una letra o estribillo semejante en que se deformara intencionalmente la palabra zaranda, que venía a ser de cajón cuando de tales meneos se trataba. El cambio «fonético» de zaranda en zarabanda podría deberse a algo como la seguidilla en jerigonza, que el propio Marín recuerda de Sevilla «Dígale usté a ese móbozo / que está en la esquíbina / que si tiene terciábanas / que tome quíbina. / Una rosca y un bóbollo...», etc. De la misma manera habría podido recordar deformaciones populares como de vobis vobis en bóbilis bóbilis, o voquible por vocablo y análogos. En una palabra, la idea del erudito sevillano, además de tener más gracia, puede tomarse más en serio y es perfectamente posible4. Claro que llegar a la certeza en un punto así será muy difícil: puede depender de que el azar nos depare un día el encuentro de una letra a propósito, y quizá nunca podamos llegar más lejos de nuestra conclusión actual: la zarabanda, y probablemente su nombre, se inventó en España en el S. XVI, época del gran florecimiento coreográfico español, o poco antes; como en los casos de chacona, zambapalo o jácara (recuérdese el fracaso de los esfuerzos para aclarar el origen, de fandango, bolero, etc.) toda etimología remota es inverosímil, y una creación indígena es probable a priori.

De zarabanda en el sentido de ‘bulla’ es deformación zurribanda ‘pendencia’ [Acad. S. XIX] y luego ‘zurra’ [1604, Pícara Justina, Aut.], por cruce con zurriburri y zurrar, comp. ZALAGARDA.

DERIV.

Zarabando [Cervantes, V. arriba]. Zarabandista. Azkue (Dicc. y Supl.) informa de que el vco. zarabanda significa «columpio» en Isturitze (b. nav.) y «rumor» en Marquina, y zarabandatu «balancearse en el columpio».

1 Todavía más testimonios en Fcha. y Cej. IX, 572.―

2 Es arbitrario el pudibundo intento de Cej. de achacar la invención a los franceses. El cancán y lo demás es del S. XIX y no del XVII. Mariana, no menos orgulloso de su españolía que Cej., dice la verdad, y él podía saberlo.―

3 Sin duda el ej. de Guzmán Mejía que he exhumado arriba, aumenta la antigüedad de la zarabanda en una cuarentena de años. De todos modos estaríamos más tranquilos si nos garantiera la fecha y autenticidad de este poema un erudito menos extravagante que B. J. Gallardo. Y aun en 1539 estamos ya lejos de la Reconquista, y el ambiente de Panamá nos trae a la compañía de los bailes indianos (la chacona, el zambapalo) que por entonces invadían la sociedad española, más que a un ambiente moruno.―

4 La otra idea de Rdz. Marín *zamaranda, derivado de un *zámara por ZAMBRA, con el mismo sufijo que jacarando, jacarandina, ya es poco probable en vista de que la forma *zámara no se encuentra, y probablemente no existió nunca. En lo mismo debía de pensar Sainéan, Les Sources Indig. II, 410, cuando relaciona con el port. sarambeque, de *zambreque.