SERPIENTE, del lat. SĔRPENS, -ĔNTIS, íd., derivado de SERPĔRE ‘arrastrarse’.
Entre los nombres de la Letanía: «Oliva, cedro, bálsamo, palma bien avimada, / piértega en que sovo la
serpiente alçada: / el fust que Moysés enna mano portava / ... / si non a la Gloriosa, ál non significava»
Mil., 39
d;
S. Dom., 197
d. Está también en J. Ruiz, y en autores de todas las épocas («
serpiente: serpens» Nebr.; Cej. IX, § 207), pero fué siempre palabra literaria: lo popular ha sido
CULEBRA en todas partes; y si hoy se dice
serpiente en Lima, es porque su sinónimo plebeyo ha sido objeto allí, como en muchas partes, de un tabú o interdicción léxica (M. L. Wagner,
VKR XI, 53). Luego es probable que debamos considerar
serpiente más bien semicultismo que voz realmente hereditaria. En latín
SERPENS, propiamente ‘la que se arrastra’, era ya palabra sustituta, para evitar el nombre propiamente dicho
anguis; podía ser masculino o femenino, vacilación que ha persistido en otros romances (fr., cat.), mientras que el cast. ha generalizado el femenino, por influjo de
culebra. Es probable que en todos los romances
serp(
i)
ent(
e) y sus congéneres sean semicultos; en latín vulgar el nominativo
SERPENS se pronunció regularmente
SĔRPES, que fué tomado por un femenino en
-IS (
serps en Venancio Fortunato); de ahí la forma que ha predominado por lo general en romance: it.
serpe, oc. y cat.
serp, y en cast. ant.
sierpe [Berceo; J. Ruiz; Nebr. con referencia a
serpiente], hoy anticuado o dialectal:
Calle de las Sierpes en Sevilla, ast.
sierpe ‘birlocha’ (V).