SALAMANDRA, del lat. SALAMANDRA y éste del gr. σαλαμάνƌρα íd.

1.ª doc.: šalāmándriyā, mozár., 1219, códice parisiense de Dioscórides; salamandra, 1555, Laguna.

APal., 429b, sólo lo explica a título de palabra latina; Nebr. da salmandra (sic) como traducción latina de salamanquesa. Los viejos naturalistas atribuyen a la salamandra terribles cualidades venenosas, y la propiedad de resistir a la acción del fuego por lo menos durante cierto tiempo; de ahí que se convirtiera en el nombre de un animal mítico que viviría en el fuego como en su elemento natural. Laguna dice que la salamandra no se encuentra en España, y que es erróneo confundirla con la salamanquesa, aunque algunos lo hacen; agrega Aut. que la «salamandra aquática», diferente de la terrestre, vive en el Friúl. Es frecuente la variante salamandria, que ya se encuentra en los mss. B, K y T de San Isidoro (Etym. XII, iv, 34); «¡Tisbea, Usindra, Atandria! / No vi cosa más cruel. / ¡Triste y mísero de aquel / que en su fuego es salamandria!» Tirso (Burlador, Cl. C. I, v. 968, donde se cita ej. de Rojas Zorrilla). En mozárabe y en árabe penetró pronto el vocablo, pero no sólo se encuentra en el citado códice mozárabe, y samándal en R. Martí, sino que esta forma se encuentra en el oriental Mausilí y hoy en el egipcio Bocthor, y samándar pertenece aun al árabe clásico (Simonet, p. 578). Hoy en el Sur de España suele alterarse por etimología popular: salamadre o salamare en pueblos de Huelva, y luego madreagua en Chiclana (Cádiz), RFE XXIV, 228; comp. saramela o seramela en el port. del Minho (Leite de V., Opúsc. II, 358, 256).

Como nombre de la salamanquesa, saurio más pequeño que el batracio salamandra, y común en España, alcanzó gran popularidad nuestro vocablo, pero a causa de la extendida creencia en que la salamandra, como espíritu del fuego, desempeñaba un gran papel en la alquimia y la magia medievales, la palabra sufrió considerables alteraciones tendientes a relacionarla con el nombre de Salamanca y su famosa universidad, que el vulgo miraba como sede principal de las actividades nigrománticas (vid. SALAMANCA); comp. Schuchardt, BhZRPh. VI, 16; ZRPh. XXVII, 614; XXX, 717; M. L. Wagner, ARom. XIX, 118; de ahí el salm. sal(a)mántiga1, extrem. salamántica ‘salamanquesa de agua’ (BRAE IV, 103), sanabr. salamántica, -ánquita (AILC IV, 279), Sierra de Gata salamantega, salamanquina (VKR II, 84), cub. salamanquita («especie la más pequeña y linda de lagartijas: Sphoesiodactylus sputator» Pichardo), gall. salamántiga (Pardo Bazán, Obras, ed. 1943, p. 1490), port. popular saramântiga, Beira salamântiga, Alentejo salamantíga (RL IV, 74; XXXI, 126), Minho saramantiga (Leite de V., l. c.). Por lo demás no falta alguna forma alpina muy semejante a éstas: Giudicaria šarmántaga «salamandra» (Gartner, Wiener Sitzungsber. C, 871). Pero en el castellano común el vocablo fué adaptado del todo al antiguo étnico de los habitantes de dicha ciudad, que era salamanqués (así todavía en Nebr.); de ahí salamanquesa = lat. stelio en los glos. del Escorial y de Toledo (h. 1400), «salamanquesa, animal: salmandra» Nebr., en Cervantes (Fcha.), etc.; chil. jalamanquesa (Cuervo, Obr. Inéd., 98), colomb., ecuat., per. salamanqueja, chil. salamanquina. Comp. ALICANTE.

DERIV.

Salamandrino.

1 M. P., Festgabe Mussafia, p, 398, ve ahí uno de los acostumbrados sufijos átonos; pero más bien hay que partir de la citada variante salamandria, alterada por influjo de Salamanca, salmantino, lat. Salmantica. La -r- también se elimina en otras hablas romances: aran. salimana, Charente-Inf., H.-Saone salamande (ALF).