PERRO, vocablo exclusivo del castellano, de origen incierto; probablemente palabra de creación expresiva, quizá fundada en la voz prrr, brrr, con que los pastores incitan al perro, empleándola especialmente para que haga mover el ganado y para que éste obedezca al perro; son imposibles por razones fonéticas las etimologías célticas e ibéricas que se han propuesto.

1.ª doc.: Monte de Perra, localidad citada en doc. leonés de 1136.

Se trata de una donación, al monasterio de Sahagún, del lugar de Mansilla, con todos sus términos, entre los cuales figura el así nombrado (Vignau, Índice § 94)1. Acerca de la antigüedad de perro recogieron materiales Groussac (RH XV, 277-91), Monner Sans (Perrología, en Humanidades, La Plata, 1923, V, 205-11) y sobre todo Solalinde (RFE XV, 290-2; XXIII, 54-55), quien demostró irrefutablemente que ya hay muchos ejs. en el S. XIII; el más antiguo era el apodo Diego Perro, en doc. mozárabe toledano de 1211, relativo a un difunto, que, por lo tanto, viviría a fines del S. XII; a los datos ya abundantes de Solalinde se puede agregar, como el caso más antiguo con valor de apelativo, un pasaje del Fuero de Madrid de 1202: «eia [‘echa’] garavato a tuo perro, quia dano faze in las vineas» (Mem. Acad. Hist. VIII, 43), y el del nombre propio Perra arriba citado, y ya mencionado por Oelschl. Perro tropezó con gran resistencia hasta imponerse, por ser considerado vocablo vil e innovador, frente al tradicional can, generalmente preferido, hasta el S. XV inclusive, por lo menos en boca de nobles y en literatura.

No solamente autores aristocráticos, como Alfonso el Sabio y D. Juan Manuel, emplean sólo can o lo prefieren marcadamente, sino que del mismo modo se conducen Berceo y los autores del Cid y de Apol. (que desconocen perro completamente), así como los varios tratados de cetrería y de caza. Al principio suele aparecer como voz peyorativa y popular, en calidad de insulto, o como apodo insultante: «el sennor de las buenas mannas e el donayre, devenlo ondrar, maguer sea pobre, así como el leon... e el que es de malas mannas e escaso, devenlo desondrar maguer sea rrico, assí como el perro, quel desondran los omnes» Buenos Proverbios, p. 37; «los homes viles son aquellos que se tienen por abastados con poca cosa, et alégranse con ello así como el perro que falla el hueso seco, e se alegra con él» Calila (Rivad., p. 20); «bestias muertas y echaron / e perros que mal fedían» Alf. XI, 1964d, etc. No quiero con esto decir que can no «aparezca con este valor en los autores más antiguos, pero no sólo entonces, sino aun más tarde se dirá can y no perro siempre que se habla del perro de raza, del compañero del hombre, etc.; aun autores del S. XIV, cuando ya perro está ganando terreno, aun Juan Ruiz, que ya le da cierta preferencia, todavía emplean can en el estilo sentencioso y serio del refranero, y perro cuando se trata del de guarda que muerde al ladrón2; desde luego se nota el empleo frecuente con aplicación a los perros de pastor: «5 chafizes... fueron espendidos en servizio de los perros de la cabanya» invent. arag. de 1374 (BRAE II, 345); en J. Ruiz (771b) el ganado hace gran fiesta «sin perros e syn pastores», etc.

Si la palabra perro pudo ganar terreno y acabó por eliminar el vocablo tradicional, se debió en buena parte a la falta de un femenino y un diminutivo correspondientes a can, que obligaba a servirse de perra y perriello aun a los autores que rechazan el uso de perro: así observa Solalinde que en la Gral. Estoria no aparece can, pero sí hay tres casos de perra, dos de perriella, ocho de perrilla (forma más vulgar, y por lo tanto preferida en este caso) y dos de perrillo o perriello3; perrezno en el F. de Usagre, S. XIII. Pero el antiguo matiz se conserva hoy todavía en los otros romances que tomaron el vocablo castellano en préstamo: bearn. pèrrou «chien de garde» (Palay), Azun pèrrou ‘perro de pastor’ (L. Paret, Das ländliche Leben..., p. 31), «petit chien laid» (Rohlfs, BhZRPh. LXXXV, § 326), piam. perro «cagnolino», y secundariamente «coniglio», calabr. cane pierru «cane lascivo, cane in caldo, rabbioso» (Rohlfs); en portugués este préstamo es propio del habla de los negros (Leite de V., RH LXXXI, i, 243), etc.4.

Desde el tiempo de Diez (Wb., 476) el origen de perro tiene fama merecida de ser uno de los problemas desesperados de la etimología romance. Groussac ridiculizó con razón las varias etimologías propuestas, que en su texto puede ver el curioso, pues no hace falta refutarlas, por su evidente imposibilidad5; pero él no se elevó por encima de este nivel, al suponer que era el nombre propio de persona PETRUS, que ni explicaría la rr en castellano, ni es razonable suponer se convirtiera en el nombre general del perro. Schuchardt (ZRPh. XXIII, 199) se limitó a conjeturar «quizá ibérico», y desde luego no se puede rechazar esta posibilidad, si la tomamos, como hace M-L. (REW 6449), en el sentido vago de ‘hispánico prerromano’; pero el propio Schuchardt en artículos posteriores logró demostrar en forma irrefragable que la P- inicial es ajena al vasco genuino y también al ibérico en sentido estricto, de suerte que podemos estar bien seguros de que más tarde abandonó aquella opinión primeriza.

El celtista C. Hernando Balmori hizo concebir grandes esperanzas al anunciar que emprendía el estudio de esta voz, pero las decepcionó al desempolvar la vetusta etimología de Mayans (Oríg. de la L. Esp. I, 151), repetida por Diez, a base del canis petrunculus de la Lex Burgundionum y el canis petronius ‘perro de caza’ citado sólo por Gracio (princ. S. I d. C.), si prescindimos de tardías fuentes medievales que en él se basan. Adopta Balmori en su sabio artículo (RFH III, 43-50; con modificaciones en Ét. Celtiques IV, 48-54) una explicación semántica más especiosa que la ridícula de Mayans ‘el que pisa piedras (PETRAS)’, suponiendo se trate de un compuesto del galo petru ‘cuatro’, combinado con (p)o(d)s ‘pie’, con el sentido de ‘cuadrúpedo’; pero que se diera a animal tan importante para el rústico, como lo es el perro, una denominación tan vaga y abstracta como la de ‘cuadrúpedo’ dudo que hubiera convencido ni a los neogramáticos del S. XIX, y desde luego no lo aceptará el etimologista moderno, que exige bases semánticas más concretas6. Pero si en este punto caben discrepancias de escuela, o más bien de época, no cabe vacilar en el aspecto fonético, en el cual esta etimología es imposible.

Dejemos que los celtistas discutan los expedientes algo rebuscados a que recurre el erudito colega para justificar la formación temática del vocablo; pero está claro que si *petr-(p)os había de asimilarse en *petrros, tal combinación sólo podía pronunciarse dando valor vocálico a la primera r, lo cual había de resolverse en *petirros, *peterros, algo semejante: suponer que *petrros se cambiara en *perros, o es jugar con letras, en lugar de operar con sonidos, o es atribuir inconscientemente al céltico la larga, pero no geminada, privativa del iberorromance7. Y todavía hay otro grave tropiezo: puesto que según Balmori estamos ante el indoeur. kwetwores ‘cuatro’, está fuera de discusión que la e del supuesto *petrros había de ser breve (aunque Gracio cuente la primera sílaba de petronius como larga, tiene derecho a hacerlo ante el grupo tr), y por lo tanto tenía que diptongarse en castellano8: aunque pudiéramos concebir una Ë larga en este vocablo céltico, no es imaginable que el latín vulgar no hubiese reducido *PRROS a *PĔRROS, puesto que la combinación RR no existía en latín, era contraria a la fonética de este idioma, y recuérdese que los numerosísimos iberismos en -ERR, -ORR, descubiertos por M. P. en la toponimia pirenaica presentan todos, sin excepción, la diptongación -ierre, -uerre; en una palabra, si tuviésemos que postular una base pre-medieval para el cast. perro, tendría que ser forzosamente PէRRO-, lo cual está en contradicción con la forma gala atestiguada PETRU- para ‘cuatro’. Pero aun admitiendo la posibilidad de la falta de diptongación, en vista de los hechos hispano-célticos a que aludo s. v. BERRO, quedan además otras graves objeciones, como la de que el nombre genérico perro difícilmente puede salir de un tipo muy peculiar de canes como los petronios, denominación que más que celtismo tiene todo el aspecto de ser un derivado del nombre propio de algún inteligente cinegeta Petronius, muy latino y romano seguramente9.

Por lo demás, es poco verosímil a priori que una denominación estrictamente castellana como perro, forastera en portugués (o sea en la región más celtizada de la Península) y ajena al catalán y al galorromance, sea de origen céltico, tanto más siendo voz vulgar y avillanada, y por lo tanto de creación posterior, que sólo lentamente logra sobreponerse al tradicional can. Para una palabra de carácter tan esencial como ‘perro’ la fecha del S. XII es muy tardía. Este argumento hace dudar de toda etimología prerromana. Y puede ser útil mirar algo alrededor nuestro, tratando de ver cuál suele ser el origen de las denominaciones europeas del ‘perro’. Por lo pronto hay una agobiante mayoría de casos de conservación del indoeur. KWON-: en indoiránico, tocárico, armenio, griego, báltico, germánico, céltico, itálico y en casi todos los romances; aun una de las raras denominaciones de aspecto extraño, el ruso sobáka, resulta ser préstamo del irán. σπάκα (del derivado indoeur. KWևT-QO-), muy explicable por la famosa actividad pastoral de los escitas iránicos. Quedan muy pocas palabras de origen oscuro, como el irl. matad, y junto a ellas un número considerable de términos de manifiesta formación hipocorística, como los siguientes10. Oc. ant. chica ‘perra’ (poit. y Guernesey chicot), fr. pop. y dial. toutou, toutouche, tètè, etc., alem. wauwau; estoy conforme con que éstos son casos alejados de perro, en parte por su carácter infantil, y en parte por la visible reduplicación; pero el gall. tuso (RL VII, 228) es ya nombre general del perro y su etimología podría intrigarnos si no recordáramos el dicho antiguo «a perro viejo no digas tus-tus»; el vasco-fr. potzo ‘perro grande’, con sus congéneres xíriga puz ‘perro’, minhoto pôcho «cão», pucho «cão pequeño» (Leite de V., Opúsc. II, 388, 442), y quizá también el eslavón pĭsŭ, responden evidentemente a una voz de llamada o de azuzo psss, pššš, puesto que todavía hoy se dice en el Minho ¡pôxo! o ¡pôcho! y en la Beira ¡pôxe! como interjección para que acuda el perro (Leite, pp. 378 y 388).

No se diga tampoco que éstas son denominaciones mucho más modernas que perro, pues cucho ya se halla en Gonzalo de Berceo (Duelo 197d), y ¿quién dudará que es denominación de origen hipocorístico? Esto nos conduce al caso de la única lengua europea, que junto con el castellano, el inglés y el eslavo, ha roto completamente con el nombre indoeuropeo de este animal, a saber, el catalán, donde gos es el único término en curso y no es menos antiguo que perro; es sabido que este nombre, con el cast. gozque, y sus variantes guzque, guzco, cuzco, cuzo, chucho, arag. caus y cos, oc. ant. cos, it. cuccio, y mucho más lejos rum. cuţ, alb. kuƇ, servio kuƇe, afgano kuth, hindustani kutha, etc., procede de la voz ksss para azuzar el perro, y que el cast. enguizcar, guizgar, cat. aquissar ‘azuzar’, tienen el mismo origen. ¿Cómo olvidar, por lo tanto, que junto a perro está el gall. apurrar (éste también en el glos. de Cantares Gallegos de Rosalía de Castro), empurrar, ‘azuzar los perros’ (Cuveiro), ‘azuzar, enrizar, irritar, exasperar’ (Vall.), y luego el prov. bourrà, abourrà, ‘lanzar para que muerda’, ‘azuzar el perro’, ‘atacar’ (Honnorat), bearn. abourrì-s «se jeter impétueusement», continuado en todo el Norte de Italia por el tipo bòrrer, borrir «aizzare, ammettere i cani», «assalire, correr contro (il cane a una persona che non conosce)», que hallo desde el Piamonte (boré, Gavuzzi), hasta Parma (Malaspina) y Bolonia (Coronedi), y aun en Génova (sburrî «cacciare, incalzare», Olivieri), Bérgamo y Venecia (con el sentido de ‘ladrar’), y que reaparece en Bélgica (burir ‘arrojarse impetuosamente’, Rom. XXVIII, 175; fr. ant. aburir): como demostró Schuchardt (Sitzungsber. Wien CXLI, iii, 132; ZRPh. XXIV, 417-8) se trata indudablemente de una interjección verbalizada.

¿Que todo esto está lejos de perro por la vocal radical y la sonoridad de la consonante? Pero el gall. apurrar tiene p, y el port. berrar ‘hacer caminar a gritos los animales’ (Leite, Opúsc. II, 229) tiene e. De hecho es conocidísimo que estas interjecciones se caracterizan por su consonantismo y vocalismo vacilante. Schuchardt señala en alemán la forma purr! junto a burr!, de donde el verbo purren y burren ‘abuchear, esquivar’; según Rohlfs (ZRPh. XLV, 674) se emplea prrít tsáy en los Bajos Pirineos para llamar a las ovejas, en el Gard brr , en Òssola brrr , en árabe bir! para cabras, en vasco bíri para patos, en alemán purrr y burrr para ovejas y cabras.

De ahí una infinidad de nombres hipocorísticos de estos animales: langued. però, prov. parrò, gasc. parrot ‘cordero’, y ya oc. ant. paroc en el Libre de Séneca; más cerca está el ribag. parres ‘cabezas de ganado que quedan en la montaña por no poder seguir el rebaño’ (Congr. Intern. de la Ll. Cat., p. 230), ast. occid. y gall. parrulo ‘pato’, y el cast. PARRO íd. con sus variantes que he estudiado en el artículo correspondiente; y aquí hemos vuelto a encontrar la p- de perro y aun su vocal e. ¿Que estas últimas formas no designan el perro sino otros animales? ¿Qué importa si apurrar, bourrà y análogos nos demuestran su aplicación a este animal?

Por mi parte puedo atestiguar personalmente que en las majadas del Pirineo he oído docenas de veces a los pastores, cuando anochece, tratando de encerrar el ganado en el redil, lanzar a sus perros, atareados en la persecución de las ovejas, y también a estas mismas, una interjección que a veces era brrrt y otras brrr, pero con no menos frecuencia se oía prrr o prrrt. Justamente es típico de estas interjecciones y nombres hipocorísticos el poderse aplicar a varios animales; otros nombres de animales derivados de la interjección prr colecciona Hubschmid, VRom. XIV, 195. ¿Qué más propio del perro que ksss y, sin embargo, en el Sur de Italia š-kûš se aplica a las cabras, y en el griego de Ótranto ša se ha convertido en el nombre mismo de este animal (Rohlfs, ZRPh. XLV, 674)? Frente al tipo vasco e iberorromance potzo, pocho ‘perro’, en el Sur de Italia pûsa-pûsa se emplea para llamar a las cabras (Rohlfs).

De suerte que nadie extrañará ver que perrìta es el nombre de un rebaño de ovejas (a veces ovejas flacas, otras veces de toda clase) en todo el departamento de Altos Pirineos, y perritè es el nombre del ganadero (Paret, o. c, p. 31; Schmitt, La Terminologie Pastorale dans les H.-Pyr., 3, 43; Rohlfs, RLiR VII, 155; BhZRPh. LXXXV, § 339): ahí vemos bien clara la llamada prrrt, que he oído tantas veces, y que Rohlfs anotó en el Bearne en la forma prrit; otras veces se oye solamente rrrt, de donde ¡rita! ‘voz con que los pastores llaman al ganado menor’ (Acad.). Y si en estos lugares se aplicó el nombre a uno de los actores del cotidiano drama pastoral del encierro, yo no dudo que lo mismo ocurriría en Castilla, ya en la Edad Media, con su actor principal, el perro de ganado. Me adhiero, pues, a la etimología de perro ya sugerida, aunque sólo en términos generales, por Sainéan (BhZRPh. X, 10-11; MSL XIV, 220)11.

DERIV.

Perra [V. arriba]. Perrada. Perrengue ‘el que con facilidad y vehemencia se enoja’ [Quevedo], comp. el gall. perrencha que explico en la n. 11. Perrera; en cub. ‘escándalo, gritería’ (Ca., 182); zamor. ‘viñedo que tiene pocas cepas’ (Fz. Duro); perrero; perrería. Perreta ‘rabieta, de niño, etc.’ cub. (Ca., 23, 182). Perrezno [S. XIII, F. de Usagre, cita de Solalinde, arriba]. Perrillo [h. 1275, Gral. Estoria, arriba]. Perrina de Dios ‘coccinelle septempunctata’ ast. (Vigón). Perruno [Nebr.]; perruna. Aperrear; aperreado (vida ap. ‘vida de perros’, Ca., 51; también en Esp.); aperreador; aperreo. Emperrarse [1605, Lpz. de Úbeda (Nougué, BHisp. LXVI)]; emperrada; emperramiento.

1 Tratándose de las montañas de León es probable que sea lugar pastoral (otro de los términos es Quintanillas de Páramo).―

2 «Quien matar quisier su can / achaque le levanta porque nol dé del pan» 93a, pero «el ladrón, por furtar algo, començóle a falagar, / lançó medio pan al perro...» 176a.―

3 Más tardíamente a veces se insinúa perro como cómoda variante estilística de can; p. ej. en el Libro de los Gatos, § 40, sale canes dos veces seguidas, y a la tercera, perros.―

4 No tengo noticias de este matiz en el caso del langued., rouerg. y Var perre, perro (Mistral), de donde pèrru ‘hombre’ en el gergo de Val Maira (valdés), ASNSL CLXIX, 77; ni respecto del logud. y campid. perru (Spano). Desde luego es seguro que todas estas formas modernas son préstamos y no formas hermanas de la castellana, como quisiera suponer J. Hubschmid (Festschr. Jud, 268) al aprobar la etimología céltica de Balmori. En cuanto al diptongo pierru del calabrés es caso típico de «castellanismo exagerado», como ocurre en el pierro empleado por un catalán que escribe castellano en la Exhortación a Barcelona del S. XV, publ. por Morel-Fatio en la Rom. También pyarru en el judeoespañol de Castoria (Homen. a M. P. II, 200), forma introducida por judíos portugueses o catalanes castellanizados. Me informan de que también dicen pierro los rifeños que tratan de hablar español.―

5 Dentro de esta categoría agréguense las notas del Prof. William I. Knapp (La Ilustración Esp. y Amer., 1889, II, p. 14: ¡CANIS PATRIUS!) y, según creo, las de J. M. Escudero de la Peña y A. P. B. en El Averiguador I, 1888, 24, 57, 298. Los Kahane, Glotta XXXIX, 1960, 133-145, exponen una descabellada teoría basada en la etimología griega πυǥǦóς ‘bermejo, rojizo’ de Cascales (ya ridiculizada, si mal no recuerdo, por Groussac, y con razón) que quizá no vale la pena refutar.―

6 Las pruebas que aduce de que perr- significó ‘cuadrúpedo en general’ son insostenibles, una de ellas hasta pueril (la adivinanza portorriqueña que llama al perro cuatropies); el port. perrisco ‘majada improvisada para contar las ovejas’ es alteración local de aprisco, cat. aprés, íd. (AP-PRESS-ICARE); en cuanto al cat. perranya, palabra rara, que falta en Ag. y es ajena al uso común, nótese que no significa ‘caballo’, sino precisamente ‘rocín viejo e inservible’: los adjetivos son lo importante en tal caso, y lo mismo que el alto-arag. perrecallo íd. (ZRPh. LV, 610), se tratará de la familia expresiva del cat. parrac ‘andrajo, pingajo’ y el cast. purria, en el sentido de ‘cosa despreciable’. Aunque no conozco perranya en la lengua viva, recuerdo que en el drama reciente de Feliu Aleu, La Vida d’un Home, la emplea uno de los personajes pueblerinos en la frase ni una perranya ‘ni pizca’, lo que corresponde bien a este origen expresivo. Los demás nombres de animal en parr- y perr- que cito más lejos se deben al grito de azuzo o abucheo prr y no pueden apoyar la teoría de Balmori. En apoyo de la idea de Balmori citaba Diez nada menos que el cat. gos peter ‘perrito faldero’, derivado de pet en el sentido de ‘pedorrero’, que naturalmente nada tiene que ver con perro.―

7 Nada que ver con esto tiene el fenómeno francés TR > rr, que es asimilación de tipo corriente; ni tampoco los supuestos testimonios de este paso de *trr a rr citados por Balmori, que en parte pueden ser casos tempranos de la tendencia francesa (Perrugorii = Périgueux) y en parte meras erratas epigráficas o manuscritas.―

8 Muchas lenguas indoeuropeas tienen una vocal reducida en la primera sílaba de kwtwores, pues en efecto corresponde ahí vocalismo cero. Razón de más para que la vocal fuese breve en galo, como en efecto lo es en las demás lenguas célticas. No se me reproche que si conocemos la cantidad de la e gala ignoramos su timbre, pues no son raros los celtismos con E breve que presentan diptongación en castellano: pieza PETTIA, biezo BETTIUM (REW, s. v.), brizo < briezo < BERTIUM, yezgo < *ĔD֊CUS < ֊DĔCOS, y así en otros romanees (valón vien, cat.-oc. vèrn < VERNA, alto-it. tiedza < ATTEGIA, etc.).―

9 Es natural por lo tanto que el estudio de C. Hernando Balmori haya encontrado poca aprobación. Brüch (WS. VII, 171) rechazó ya la relación con petronius, pero tampoco podemos aceptar su idea de partir de un céltico *BERR- ‘morueco’ (de donde la familia alto-italiana estudiada por el REW 1049), iberizado en *PERR-, pues no es aceptable que un viejo nombre ―sólo deducido de una forma albanesa― del morueco pasara a designar el perro; el supuesto cambio ibérico dé B- en P- no se funda en nada firme (comp. lo dicho en PARRA), y es extrañamente inverosímil, siendo así que el ibero apenas poseía la P- en posición inicial.―

10 Entre los oscuros, de casi todos me inclinaría a sospechar también procedencia hipocorística u onomatopéyica; sabido es que el escand. ant. gagarr (con el préstamo irl. mod. gadhar) viene de una voz que significa ‘ladrar’ o ‘gañir’; el misterioso ingl. dog (que sólo tardíamente reemplazó a hound, de abolengo indoeur.), con el golpe brusco de sus dos oclusivas y su o abierta, me parece razonable imitación del ladrido; y del esl. pĭsŭ, antes que aceptar las inverosímiles etimologías de Walde (= ¡gr. ποικίλος ‘abigarrado’!) u Osthoff (indoeur. peku ‘ganado’, pero no se ve el sufijo por ninguna parte), es más natural pensar en la llamada psss, comp. el vasco potzo, romance pocho, que cito luego.―

11 Con mis datos queda suficientemente contestada la duda de Elise Richter (KJRPh. XI, 101) y W. Giese (Litbl. LV, 122), sobre la existencia de la interjección prrr dirigida al perro, que los lleva a rechazar la etimología de Sainéan y Paret. La alternancia p-b vuelve a hallarse en el gall. perrencha «enfado sin motivo, por nada, como el de los niños generalmente» (Vall.), que no es otra cosa que el cast. berrinche, y tiene igualmente procedencia expresiva.