OVERO, ‘de color de melocotón’, ‘remendado, manchado’, antiguamente hobero y en port. fouveiro, origen incierto; ha de haber relación con el lat. vg. FALVUS, voz de origen germánico (a. alem. ant. falo, escand. ant. f྿lr, etc.), de donde procede el fr. fauve ‘de color de melocotón’, pero como así no se explican la terminación ni la segunda ac. castellana, que corresponde a la del lat. VARIUS, es probable que overo salga de FALVUS VARIUS.
1.ª doc.: Nebr. («hobero, color de cavallo: gilvus»).
En efecto, overo es inseparable del port. fouveiro, bien documentado desde el S. XVI, y ya h. el año 1500 (Vieira, Moraes), cuyo significado es «(cávalo) malhado de branco, ou seja o fundo preto, ou cachito, ou lazƟo, castanho» («cavallo fouveiro com remendos tƟo bem postos», en el Clarimondo de Camoens). Por otra parte la grafía con h- de los antiguos lexicógrafos, entre ellos el andaluz Nebr., que no admitía más hh que las aspiradas, y PAlc. (1505), está confirmada por las autoridades antiguas, Casiodoro de Reina (1569), Pedro de Aguilar (1572), C. de Virués (1588), el Inca Garcilaso (1609), Lope, etc.2; Góngora, que como andaluz aspiraba las hh, se abstiene siempre de hacer sinalefa ante hovero («sobre un cavallo hovero», 8 sílabas, «cofre digo hovero, con bonete», 11 sílabas, ed. Foulché III, 7); y hoy se pronuncia jovero en todos los países de América que conservan la aspiración: Méjico, Cuba, Puerto Rico, Sto. Domingo, Colombia, Venezuela, Paraguay3.
Averiguada la forma antigua del vocablo, vamos al significado. Hay una vieja discrepancia entre los lexicógrafos, que puede resumirse en las dos acs. que he indicado arriba: Nebr. y Aut. dan la primera (puesto que gilvus es ‘amarillo pálido’), Covarr. y Oudin la segunda (puesto que aubère es «[cheval] dont la robe est mélangée de poil blanc et poil rouge»; el fr. aubère, escrito primero hobère, se tomó del castellano en el S. XVI), y la misma indican el portugués4 y el francés. La ac. ‘remendado’ está corroborada por los textos inequívocos de Reina, Balbuena, Garcilaso, Aguilar, Cervantes y Lope citados por Cuervo, y es la que hoy prevalece en Colombia, Sto. Domingo5 y algún otro país, pero la otra ac. se apoya en la autoridad más antigua de todas, y lo común es que las dos coexistan en las varias zonas donde el vocablo es conocido6.
En cuanto a la etimología se han propuesto dos que pueden apoyarse en buenos argumentos. Dozy (Gloss., 286; Suppl. I, 243) y otros, siguiendo las huellas de Guadix y Covarr., parten del hispanoár. hubéri con que PAlc. traduce el cast. hobero; este adjetivo parece derivado del ár. Ʌubârà ‘avutarda’, derivación que desde el punto de vista formal no presenta dificultad alguna, pues Ʌubārî sería el derivado normal del nombre de aquella ave en árabe clásico, y así el retroceso del acento como el cambio de ā en e son hechos generales en la fonética del vulgar de España7. Pero contra esta etimología está el hecho de que este adjetivo árabe no se documenta en fuentes anteriores al tardío e impuro glosario del árabe granadino (falta en R. Martí, el glosario de Leyden, y los diccionarios clásicos), ni se encuentra en el árabe vulgar actual8; si a esto agregamos que el parecido del color overo con el de la avutarda es tan dudoso que obliga al P. Guadix a hacer los equilibrios que se han notado más arriba (comp. Cuervo, p. 577), nuestra credulidad ante la etimología de Dozy no podrá abstenerse de vacilar, y terminará convirtiéndose en escepticismo completo al prestar atención a la forma portuguesa fouveiro (con razón subrayada por Spitzer, ZRPh. XLVI, 566n.), pues el diptongo ou no se explicaría entonces de ninguna manera. Todo indica, pues, que el ár. hispánico y marroquí Ʌubéri, Ʌebári, es un préstamo del romance, aunque disfrazado de voz árabe gracias a la etimología popular, que le dió la forma de un derivado de hubârà ‘avutarda’.
Otra etimología la propusieron Cornu (GGr. I, § 34) y C. Michaëlis (RL III, 174) al formar con el lat. vg. FALVUS, de origen germánico9, un derivado *FALVARIUS, que no presentaría dificultad fonética para explicar las formas española y portuguesa; de suerte que esta etimología fué aceptada sin vacilación por Cuervo, M-L. (REW, 3174), Spitzer, Brüch (ZFSL XLIX, 294), Wartburg (FEW III, 403b) y otros varios, entre ellos el propio Gamillscheg (R. G. I, p. 37), que antes había optado por el origen arábigo. A pesar de esta unanimidad, queda en pie la objeción de Baist (RF IV, 365): no se explica así la adición del sufijo -ARIUS. FALVUS bastaba: ¿por qué se iba a agregar este sufijo, que además no suele modificar adjetivos, y menos adjetivos de color? No se ve para ello razón alguna. Por este motivo se inclinaba nuevamente Baist por la etimología arábiga, y es motivo tan fuerte que nos obliga a prestar atención a otros detalles que no acababan de ser claros, como el de que overo sería el único adjetivo hispánico de colores que, procediendo del germánico, tendría forma autóctona (según observa Gamillscheg): blanco, gris, bruno, blondo, son todos tomados del galorrománico; es verdad que en el caso de FALVUS nada nos priva de postular su existencia en gótico, puesto que es palabra común a todas las lenguas germánicas y muy antigua; de todos modos inspira desconfianza este aislamiento semántico entre los préstamos góticos. Pero las razones arriba indicadas nos causarían grave escrúpulo si tratáramos de volver al étimo arábigo10.
Por otra parte, la ac. ‘remendado, manchado’ no se explica satisfactoriamente con el étimo FALVUS, y, sin embargo, esta acepción aparece desde antiguo, y no debe de ser evolución de la otra, ya que coexiste con ella en unos mismos lugares. Esto produce el efecto de algún viejo enredo léxico, de un encuentro con otro vocablo. Ahora bien, caballo overo suena hoy lo mismo que caballo vero, y esta identidad fónica pudo ser antigua en las zonas de Castilla donde la pérdida de la aspiración inicial se puede documentar, como lo hizo M. P., desde los orígenes del idioma. ¿Será casual que este caballo vero sea la continuación fonética normal de CABALLUS VARIUS, que es precisamente el nombre latino y romance del caballo remendado? Testigos el voir destrier del Roman d’Énéas, el palefroi ver de Erec et Enide, y docenas de ejemplos del francés y del occitano antiguos (véanse en Ott, Étude sur les Couleurs en Vieux Français, 49); pero hay más: esto mismo ocurría en la España medieval, puesto que en el gallego de las Cantigas de Alfonso el Sabio se habla de uno que iba «fogind’en sa egua veira» (213.6)11.
Ya se ve lo que ocurrió: cavallo vero significaba ‘remendado de cualquier color’, ‘caballo pío’, mientras que el cavallo *hobo o *fouvo (FALVUS) era lo mismo que el fr. cheval fauve el ‘amarillo rojizo’, el de color de melocotón: «sor un fauve destrier corné» (Cligès 4770), «La où Cligès point sor le fauve» (íd. 4771), «et Aye chevaucha le jor un fauve mul» (Aye 55) (más ejs. en Ott, 83); pero se daba también el caso de que los fauves podían ser al mismo tiempo remendados de otro color, y este tipo de animal se llamaba naturalmente hobo vero, fouvo veiro, que casi forzosamente habían de pasar a hobero, fouveiro, por haplología. Hobero parecía un derivado de hobo, y expresando una mera variedad del color fauve o de melocotón, era inevitable que se produjeran confusiones de sentido; por otra parte, hobo (y en algunos puntos hove o fouve) significaba ‘haya’, como descendiente del lat. FAGUS (vid. HAYA): luego caballo hobo parecía ser ‘caballo de color de haya’, asociación absurda; el problema se agravaba en Castilla, donde caballo hobero y caballo vero ‘remendado de cualquier color’ venían a coincidir fonéticamente. En definitiva hubo que acabar desechando este último, so pena de introducir una completa confusión en la nomenclatura e inventar denominaciones nuevas que lo reemplazaran, como remendado, manchado o pío, cuyo carácter secundario salta a la vista; de rechazo quedaba hobero o fouveiro, como nombre del fauve, puro o remendado; desde entonces la supervivencia de hobo (fouvo) se hacía superflua y esta otra voz equívoca se olvidaba también.
Se trata, pues, de un interesante caso de complicación homonímica y asociación léxica. Una comprobación de la intervención de VARIUS en la historia de overo, la veo en los ojos overos de que se burló Quevedo en el Gran Tacaño («la cara nc tenía sino un ojo, aunque overo»), y que Aut., con su obsesión etimológica, trata de explicar así: «los ojos que son todo blancos, y que parece no tienen niña, por la semejanza que tienen con lo blanco y la hechura del huevo». Es decir, con la clara del huevo; pero ¿a quién se le ocurriría llamar ‘de color de huevo’ a lo que es blanco? Es un absurdo de etimologista a la antigua. En realidad los ojos en que menos se distingue la pupila no son blancos (¿los hay?), sino grises acerados, y éstos eran los yeux vairs, tan famosos en la literatura francesa medieval como dechado de belleza, véanse las pruebas en Ott, 95-96. Pero en España se tiene otra apreciación estética, y esta clase de ojos, en país de morenos y de ojos negrazos, es objeto de burlas. Allí el paso de ojo vero (< VARIUS) a ojo overo, pudo ser resultado de un chiste o fruto casual de la fonética sintáctica: seguramente las dos cosas a un tiempo. Para otro posible derivado de FALVUS, V. HOBACHO.
En cuanto al lat. FULVUS en que piensa GdDD 2863, hay que desecharlo sin más, pues habría dado *huv-. La nota de Steiger, Fs. Wartburg 1958, 786, nada de interés aporta al estudio de overo.
1 La Acad. mudó más tarde de parecer; desde 1822: «aplícase regularmente al caballo de pelo blanco manchado de alazán y bayo» (es decir, la ac. americana), y desde 1884: «aplícase a los animales de color parecido al del melocotón». Aut. además recoge palomo overo «especie de paloma que sale del casamiento del pelo de ratón con el filacotón; es de color imperfecto que tira a rosado» (con cita de Jerónimo Cortés, 1672). El palomo pelo de ratón tiene «todo el cuerpo como de bayo claro, el pecho tostado...» y otros colores en otras partes, y el filacotón es «de color no mui blanco, mezclado de líneas de color de azafrán muy encendido, y el cuello, cabeza y lomo mui albo».― ↩
2 Véanse las citas en Cuervo, Ap., § 544, y RH V, 296; la exposición más completa y documentada está ahora en Disq., 1950, 576-81. Hay también citas clásicas de la grafía overo, mas pertenecen al S. XVII, época en que ya la aspiración había desaparecido del todo en el idioma culto; además nótese que sólo una corresponde a un texto editado filológicamente, el Marqués de las Navas de Lope (v. 647). No es éste el caso de El Mejor Alcalde del mismo autor (ed. Losada II, xii, 225), ni de Guillén de Castro y B. de Villalba (Fcha.), ni de otros que cita Cuervo. Aun en Guzmán de Alfarache (Cl. C. I, 50.7) escriben con h las ediciones antiguas (Cuervo, p. 579).― ↩
3 Sundheim; Hz. Ureña, BDHA V, 143; Ca., 228; las demás citas en BDHA III, 60. Malaret cita en un poeta de su isla «para montar diligente / en un chiringo jobero» (Por mi patria, 25).― ↩
4 Sin embargo, la otra ac. no es ajena al portugués, pues Vieira cita pêlo fouveiro «que atira ao ruiviscado».― ↩
5 Brito: «jobero: que tiene el cutis manchado».― ↩
6 En Asturias Rato define overo «color del caballo dorado» y xoveru «color de caballo amarillo o dorado claro», pero agrega «también se suele tomar por el color pío» (‘blanco manchado de otro color cualquiera’). Nótese que esta forma xoveru es ultracorrección dialectalista de la pronunciación ིo༠éru, inspirada en la norma de Rato de que «la no debe existir en bable»; lo mismo hace con hurgar y hurgón convirtiéndolos en xurgar, xurgón. En la Arg. lo común parece ser ‘manchado’: comp. «si los tejidos son de uno o varios colores, se les denomina lisos u overos respectivamente» (O. di Lullo, La Prensa, 15-XII-1940); «no vengan con... zorzales overos [pájaro que debería ser todo negro]: no me hablen de medios días, / habiendo días enteros», «un matrimonio moreno [‘negro’ o ‘mulato’] / aunque se laven la cara / siempre han de quedar overos» (coplas populares, Draghi, Canc. Cuyano, 303, 236; otras que no son claras en 234, 312). Pero la existencia de la otra ac. la prueba el famoso dicho criollo hijo ’e tigre, overo sale, y este otro que cita Draghi (p. 437) no es tan overo el tigre como lo pintan. Esta ac. quizá se esté anticuando, lo cual explicaría la desviación hacia ‘fiero’, observable al parecer en este último refrán, que parece ser una especie de «acriollamiento» de no es tan fiero el león como lo pintan, a base del dicho que cité primero (el león argentino o puma no es fiero, pero sí el tigre o jaguar). Más datos acerca de overo en el Plata en Granada, BRAE VIII, 194, y A. Alonso, El Problema de la Lengua en América, 170. Este mismo autor, en Castellano, Español, Idioma Nacional, r. 69, alude rápidamente al vocablo, distinguiendo entre hovero *FALVARIUS y un obero *ALBARIUS, que se basará en los ojos overos del Buscón, que Aut. interpreta imperfectamente como ‘blancos’; no hay que dar importancia a esta teoría improvisada (sin importancia para la teoría que ahí defiende el autor), no confirmada por los datos filológicos, y no habría necesidad de mencionarla si no se inspirara en la misma idea Said Armesto en su ed. de Guillén de Castro (Cl. C., p. 261) al definir caballo overo por ‘caballo blanco’: pero tal interpretación no se apoya en el contexto de este pasaje ni de otro ninguno.― ↩
7 En cuanto al hecho de derivar un nombre de color de caballo del de una ave (que no es tan rara en España y África como en Alemania) no es tan extraordinario como parece a Brüch. Con adjetivos en -î se forman Ɋinābî ‘alazán’ (derivado de Ɋinâb ‘mostaza’), Ȑášqar ȝahabí ‘alazán dorado’ (de ȝáhab ‘oro’; cita de Bocthor), y Ȑášhab Ʌamaní con que se traduce el b. lat. storno albo en la lista de colores de caballo que figura como apéndice del Glosario de Leyden.― ↩
8 A no ser en el dialecto de Marruecos (Ʌiebari, Ʌbari, Lerchundi), tan penetrado de influencias españolas. No hay otros testimonios en Dozy, Bocthor, Fagnan, Probst, Beaussier, Ben Sedira, Gasselin, etc.― ↩
9 Falbus con las equivalencias fulvus y heluus está documentado en el glosario Abavus, que es del S. VIII o IX (CGL IV, 345.23; Loewe, Prodromus, 422). Es palabra germánica de la misma raíz que el lat. PALLIDUS, representada en a. alem. ant. falo (falawe), alem. fahl, falb, b. alem. ant. falu, ags. fealwo (fealwe), escand. ant. f྿lr; vid. Kluge, ARom. VI, 304.― ↩
10 Lo más probable es que FALVUS perteneciera al latín vulgar común, puesto que hay también el it. ant. y merid. falbo, como nota Wartburg. Como nombre de color de caballo sería el que más lograron extender los soldados germanos, y así quedaría en España y en el Sur de Italia, donde faltan BLAO, BLANK, etc., como términos autóctonos.― ↩
11 Para otros testimonios de veiro en gallegoportugués arcaico, vid. Augusto Magne, A Demanda do Santo Graal III, 408. Para el cast. ant. vero, vid. A. Castro, RFE X, 120. Unos y otros, por lo demás, corresponden en su mayor parte a las peñas o pieles veras. Otro representante puro de VARIUS: rioj. vero ‘ceniciento’, hablando de pollos, Magaña, RDTP IV, 301. ↩