ZARAZAS, ‘especie de ungüento o pasta venenosa empleada para matar animales’, origen incierto, probablemente del antiguo çeraza ‘cierto ungüento curativo’, derivado de cera, por la que se emplearía en su composición.

1.ª doc.: J. Ruiz.

«Lançó medio pan al perro que traya en la mano, / dentro yvan las çaraças, varruntólo el alano; / diz: non quiero mal bocado...» (175b). Çaraça y ceraza, -azo, aparecen en G. de Segovia, aunque sin traducción1. También en la Celestina: «Cata, madre, que assí se suelen dar las çaraças en pan embueltas, porque no las sienta el gusto» (acto xi, ed. 1902, 132.28). Figura asimismo en el Coloquio de los Perros, en Góngora, en Fr. A. de Zamora (Cej. IX, pp. 578-9), etc. No está en APal. ni Nebr., pero sí en Oudin («çaraças: poison que l’on baille aux chiens, comme du verre pilé ou des pointes d’espingles dedans de la paste, ou de la poix»), en Covarr. («una cierta pasta y cevo venenoso y engañoso, con que matan a los animales malignos y perniciosos») y en Aut. («massa que se hace mezclando vidro molido, veneno o agujas, y sirve para matar los perros, gatos u otros animales semejantes; sólo tiene uso en plural»).

Ni Dozy, ni Diez, ni Meyer-Lübke, ni los filólogos españoles de la escuela de Menéndez Pidal han escrito nada sobre el origen de zarazas. Un académico, creo Saavedra, anotó en la ed. de 1884 del dicc. oficial (doctrina mantenida hasta la última ed.) que viene del persa zahri sag ‘veneno de perro’ (idea aceptada por Eguílaz en su dicc.); esto significaría, en efecto, la combinación de estas palabras persas (zahr ‘veneno’ y sag ‘perro’), pero no hace falta decir que esta denominación sólo pudo llegar a España por conducto del árabe, y como en este idioma no se ha empleado2 es forzoso desechar la idea, que además tropezaría con los evidentes e insuperables obstáculos fonéticos que ya le reprochaba Baist (RF IV, 393).

Max Leopold Wagner (RFE XXI, 225-8) llamó la atención sobre un pasaje del Libro de la Caza de López de Ayala, donde como remedio de las aves de cetrería que tienen obstruídos los orificios nasales se recomienda abrirlos con un instrumento cortante y luego curarles la herida con «un poco de algodón e ceraza», lo cual explica el duque de Alburquerque en sus antiguas glosas como «ungüento compuesto de cera, aceyte y otros ingredientes, por otro nombre cerato»; supone Wagner que el nombre se extendió luego a «cualquier pasta de cera, de aceite, de grasa, de pez, y a la pasta específica que servía de veneno para los perros, ratones y otros animales». El cambio de e en a, en efecto, sería enteramente normal. F. Lecoy (Rom. LXI, 512) objeta que las zarazas no se hacían de cera, sino, según los dicc. que he citado, de vidrio molido y agujas; pero no es reparo decisivo ni mucho menos, pues claro está que en los dos siglos y medio o tres que separan a López de Ayala de los dicc. aludidos hubo tiempo de que cambiara mucho la composición de las zarazas, sin que por ello hubiera de cambiar el nombre: al principio bien pudo ser una composición química, arsenical u otra, arreglada en forma de ungüento, pero la gente vulgar, en aquel tiempo en que los servicios del boticario o el droguista estaban al alcance de muy pocos, debió de emplear preparados caseros, de acción mecánica y más al alcance de todos. Bastará recordar cuántos ungüentos llevan nombres derivados de cera, como cerote, cerato, cerapez, etc. El único escrúpulo que me queda, pero éste tiene fuerza real, es que las rimas de Juan Ruiz, la grafía de G. de Segovia y la pronunciación del judeoespañol (BRAE XIII, 232) y del trasm. saraças (préstamo cast. ya indicado por Wagner) revelan unánimemente el carácter sordo de la consonante en la terminación de çaraças, lo cual está en desacuerdo con la -z- sonora que tiene constantemente el sufijo -ACEA en castellano; habría que suponer un préstamo de otro romance vecino (port., cat., oc. y fr. tienen todos sorda en este caso), pero el hecho es que estos idiomas no conocen tal palabra. Sin embargo, sería excesivo desechar la etimología por esta única razón válida, tanto más cuanto que cabe la posibilidad de una dilación de la sordez de la ç inicial, fenómeno que en efecto se produjo en el caso de cedaço SETACEUM (nótense también las grafías ceniça del ms. P del Alex. y cerveça de Fz. de Oviedo).

Figuradamente y con carácter secundario se aplicó zaraza a la mujer de mala vida (como quien dijera peste o azote), de lo cual ya parece haber ej. en J. Ruiz («que me loava della como de buena caça, / e porfaçava delia commo si fues çaraça» 94b, aunque hay ca- en el ms. S y quizá en todos, el olvido de la cedilla es fácil y no se ve qué otra cosa podría ser); y de ahí pasó a aplicarse a hombres de modales y gustos mujeriles, en lo cual ha predominado la pronunciación andaluza sarasa (ejs. de Baroja y de Blasco Ibáñez en Wagner).

DERIV.

De ahí quizá zaracear vallad. ‘condensarse el vapor acuoso de la atmósfera y caer cristalizado en forma de agujas de hielo’3, pero la forma sarracear íd. del Alex. (2392b) parece indicar otro origen, comp. port. saraiva ‘escarcha’, hisp.-amer. saraviado (Cuervo, Ap., § 987) y ast. xarabia ‘lluvia menuda’ (Hubschmid, RF LXV, 296). La derivación de zarazas podría apoyarse algo en Alto Aller ceraciar «caer granizo gordo» (Rdz. Castellano, p. 198) y zaraza «granizo, granizada fuerte» (íd. 201), Guadalajara zaracear intr. «nevar con nieve seca, que llaman perruna» (Vergara, RDTP II, 146), ast. xarazu ‘granizo’, xoraciar ‘granizar’ (G. Oliveros, pp. 188, 59). Pero la existencia, con el mismo significado, de vocablos de terminación muy diferente y con la misma raíz zar-, sar-, me hacen creer que el parecido con zarazas es falaz. Es seductora a primera vista, pero todavía menos sólida, la idea de G. de Diego (Dicc., 1656) de partir de cercear ‘soplar el cierzo’, de donde se habría pasado a ‘hacer una tormenta de viento NO., hacer mal tiempo en general’; las formas en que se apoya no valen: serán meramente supuestos el gall. zarcear ‘lloviznar’ (no en Vall. ni Carré) y el nav. ciarraizar (Iribarren sólo trae ciarráiz ‘viento NO.’ en Pamplona y ciaraice ‘viento N.’ en el Baztán, que son representantes de CERCIUS con fonética vascuence); el nav. circir, -il, ‘lluvia menuda’, es creación expresiva paralela al bilbaíno chirimiri y al cat. ximxim; y las formas canarias que reúne tampoco tienen nada que ver con esto4. Por otra parte, el medieval sarracear se aparta de cierzo fonética y morfológicamente, y es inseparable del port. saraiva ‘escarcha’5, nevar e saraivar Gil Vicente, Triunfo do inverno, ed. príncipe fº CLXXVIIvºb, gall. saraviar ‘granizar’, saravelar íd. (G. de Diego, no Vall. ni Carré), ast. saramenar (Bol. del Inst. de Est. Ast. XVI, 248), saramiyar, xarapiar ‘llover y nevar a un tiempo’ (G. Oliveros, 59), ast. occid. xalabriada ‘nortada, viento frío con lluvia’ (Acevedo-F.), gall. sarandón ‘cellisca’ (G. de D.). En conclusión, no parece haber ahí ni derivados de zarazas ni de ceirzo ni formas afines al oc. gelabrous, gelebr-, pues para todo habría insuperables dificultades fonéticas; parece haber en todo esto una raíz común SAR-, provista de terminaciones diversas, acaso prerromana.

1 Tallgren (pp. 85, 88) quiere derivar el segundo de CERASEUM ‘cereza’, lo cual es inaceptable. También hay caraça, p. 81, que. puede ser la misma palabra con olvido de la cedilla. Aguado, a propósito del pasaje de J. Ruiz, quiere encontrar çaraças en un pasaje de Juan Manuel, donde se halla impreso cerezas, pero su enmienda es imposible según el contexto (no sería oportuno poner las çaraças en un tabaque o cesto).―

2 No está en Dozy (Suppl.), Beaussier, los glosarios hispanoárabes, etc. Zahr ‘veneno’ sí se ha empleado en Argelia (Humbert), pero no dicha combinación.―

3 El americano zarazo (sa-) adj. «el grano que está en su sazón intermedia, ni tierno o verde, ni maduro o seco; aplícase al maíz» (Pichardo), «a medio cocinar o a medio madurar; medio crudo» (Brito), serazo o zar- ‘(maíz) que empieza a madurar’ (Cuervo, Ap., § 682), quizá podría derivar de zarazas, por una comparación exagerada de un alimento mal cocido o desabrido con un veneno. El vocablo se extiende además (en parte con acs. secundarias) a Méjico, Venezuela y Ecuador, pero ya no al Perú (Supl. de Malaret). Que sea palabra originaria de Méjico, como dijo Pichardo, no es posible, pues el náhuatl no tiene r (para nada se refiere Robelo a esta palabra). Varios han querido relacionar con el quich. sara ‘maíz’, lo que es poco apropiado semánticamente si lo miramos como derivado castellano, y no casa con la extensión geográfica del vocablo; Tascón supone un derivado ya formado en quichua, lo cual además tiene el inconveniente de que tal vocablo no se encuentra en los dicc. de este idioma. Toda etimología americana se hace imposible al advertir que zarazo se emplea en Andalucía (Acad.) y en el Alentejo: «saraço incompletamente maduro (cereais)» (Capela, A Ling. no Concelho de Elvas, p. 180), «verdoengo ou saraço ou sarolhaço: (vegetal) ainda nƟo completamente seco» (RL XXXI, 132). La última variante se debe a un cruce con zorollo, que en el sentido ‘a medio cocer’ he oído en Almería y se empleará en otros puntos de España: debe de derivar de zorolla, variante de acerola, fruto áspero. Pero zarazo no puede salir de ahí. En América lo hallo documentado desde el S. XVIII: saraso ‘(maíz) que no está ni en leche ni ya duro’ y «seraso ya quasi medio seco», h. 1770, en Fr. J. de Santa Gertrudis, Maravillas del Perú, BRAE XXXIII, 143.―

4 Chorizo, churiza, cherizo, ‘llovizna menuda y fría’, cherizar, chir-, ‘lloviznar’, en vista de la variante churume ‘llovizna’, pueden ser lo mismo que chorume ‘jugo’ (vid. CHIRUMEN) o más bien derivados del port. chorar ‘llorar’. Reúne estas formas canarias Pz. Vidal, RDTP V, 187-197; no creo que atine éste, dado el significado, al partir del port. cheirar ‘oler’ FLAGRARE, aunque el influjo de derivados de este vocablo como cheiro ‘perfume’, ‘exhalación de olor’, puede haber sido causa de las variantes en che-, chi-, comp. el canario cheiro, cheire, ‘niebla espesa y baja acompañada de menuda lluvia’.―

5 Para saraiva (cf. arriba), V. ahora mi estudio en los Coloquios de Epigrafía y Toponimia de Salamanca, 1974.