VERANO, abreviación del lat. vg. VERANUM TEMPUS ‘tiempo primaveral’, derivado del lat. VR, VRIS, ‘primavera’; hasta el Siglo de Oro se distinguió entre verano, que entonces designaba el fin de la primavera y principio del verano, estío, aplicado al resto de esta estación, y primavera, que significaba solamente el comienzo de la estación conocida ahora con ese nombre: de acuerdo con este valor, primavera viene del lat. vg. PRզMA VRA, lat. cl. PRIMO VERE ‘al principio de la primavera’.

1.ª doc.: 1032, doc. de Arlanza, Oelschl.

Normalmente, en la Edad Media y aun en el Siglo de Oro verano significa ‘primavera’: «el mes era de março, salido el verano» (o sea ‘comenzado’), «(el febrero) pártese del invierno, con él viene el verano» J. Ruiz (945a, 1279d; son equívocos 686c y 996c); «a tres días de março, entrado el verano» Vida de San Ildefonso; análogamente en el glos. del Escorial, en el Libro de los Cavallos del S. XIII (p. 121); «el verano es março, abril e mayo» Juan de Mena, Coronación, y hay muchos ejs. de lo mismo en el Siglo de Oro: Sta. Teresa equipara verano al mes de abril (citas en Aguado), «las comidas también tienen su cuándo, que no nos sabe bien en el invierno lo que por el verano apetecemos, ni en otoño lo que en el estío, y al contrario» G. de Alfarache (Cl. C. II, 242.9), «donde jamás miente a Flora / el siempre joven verano, / ni el estío adusto a Ceres, / ni el fértil otoño a Baco; / donde el encogido invierno / sale decrépito y cano» Tirso (La Prudencia en la Mujer III, vii, ed. Losada, p. 247), «salga la primavera con guirnalda de flores, cantando. verano: Primavera soy de flores, / alégrense los humanos, / que vengo de rama en rama / dando alegría a los campos» Quiñones de B. (NBAE XVIII, 787). En el Quijote tenemos la enumeración completa de las «cinco» estaciones: «pensar que en esta vida las cosas della han de durar siempre en un estado, es pensar en lo escusado, antes parece que ella anda todo en redondo, digo a la redonda, a la primavera sigue el verano, al verano el estío, al estío el otoño, y al otoño el invierno, y al invierno la primavera, y assí torna a andarse el tiempo...» (II, liii, 202r°). También en portugués medieval y clásico verão valia ‘primavera’: Don Denís, V. 1132; y lo mismo en Gil Vicente, en la Tragicomedia de don Duardos (ed. Alonso, 303) y en otros pasajes (E. A. Vidal, RL II, 264-6), en JoƟo de Barros, en Jorge Ferreira de V. (RF II, 81-82), etc. Había, pues, discrepancias más o menos leves en los autores y en el habla popular, pues los unos distinguían sólo cuatro estaciones, verano, estío, otoño e invierno (Tirso, Mateo Alemán), y otros agregaban a estas cuatro la primavera, sea como sinónimo de verano (Quiñones) o como nombre especial de los meses de marzo y abril (J. Ruiz, Sta. Teresa, Cervantes y el autor del San Ildefonso); pero lo constante en todo esto era emplear verano como nombre del tiempo primaveral y no de la época de los grandes calores. Es verdad que algunos oponen ya verano a invierno (Berceo, Mil., 3d, 162c, 713d, S. Dom., 47a; Apol., 260c), pero entonces no se trata de una enumeración completa, sino de una oposición bipartita, sinónima de buen y mal tiempo, y en este sentido también podemos concebir verano como equivalente a primavera.

Realmente hay que conceder que esta distinción elemental y vaga es la más popular o quizá la única verdaderamente popular, como reconoce E. A. Vidal en el trabajo citado, como nos lo muestra el proverbio catalán «una flor no fa estiu», equivalente del portugués «uma andorinha nƟo faz verão»: las golondrinas vuelan y las flores salen en primavera, pero el pueblo catalán y portugués sólo piensa vagamente en el «buen tiempo» al decir estiu o verão. Partiendo de estos usos e imprecisiones era natural que se trasladara o ampliara la noción de lo que se entendía por verano, y así Nebr., aunque empieza afirmando «verano, propiamente: ver», se apresura a reconocer la existencia de una nueva ac. agregando «verano, estío: aestas». Atx. ya mira verano ‘primavera’ como una ac. meramente etimológica o supuesta y lo da como sinónimo de estío, citando un ej. inequívoco de esta ac. a princ. S. XVII; lo mismo hace Calderón (Eco y Narciso, jorn. II), y éste es el valor generalizado en la actualidad. Lo ocurrido ha sido, pues, que a pesar de la distinción de autores más cuidadosos, el vulgo, en los SS. XV-XVII, ya hacía sinónimos verano y estío, y éste, como superfluo, acabó por quedar anticuado. VERANUS es una innovación del lat. vg., que reemplazó el adjetivo clásico VERNUS ‘primaveral’: con este valor aparece aquél en el glosario de Plácido (conservado en ms. del S. VIII o IX, CGL V, 50.16), y también se encuentra la combinación VERANUM TEMPUS = Ɔαρινòς καιρóς en los Hermeneumata Monspessulana (ms. del S. IX, CGL III, 295. 52); éste se redujo a VERANUM lo mismo que invierno sale de la combinación adjetiva HIBERNUM TEMPUS, que sustituyó el clásico HIEMS. De ahí, además del nombre cast. y port., el logud. beranu ‘primavera’, que no es castellanismo, pues veranu ya está en los Estatutos de Castelsardo (el calabr. veranu, citado por M-L., falta en Rohlfs).

La Gral. Est. emplea agosto en lugar de estío. Dice Dios a Noé «que frío e calentura, e agosto e yvierno e verano, e noche e día, e sembrar e coger, que siempre serie e querie que fuessen» (I, 34a29). Hace tiempo que Elcock propuso ver en el gc. agor, abor, arag. agüerro (Fanlo, Bielsa, Gistau, Benasque) y vco. agor un representante de AUGUSTUS, aunque aquellos significan ‘otoño’ (gc. agor Baretons, Aspa, abor Ossau, Azun, Lavedan, Pontacq, gorre Landes y Gironda) cf. Rohlfs § 66. Ahora bien, vco. agor es ‘septiembre’, en gran parte del dominio vasco (los datos geográficos de Rohlfs y de Azkue no están de acuerdo en las zonas; Azkue da ‘seco’ como la ac. común y documenta ‘secano’ y ‘estéril’ en fuentes escritas), pero agortu es ‘agostarse’ en vizc, guip., dos pueblos alto-nav., ronc. y sul., y agorril es ‘agosto’ en el Roncal, lab., b. nav. y un pueblo de A. Nav.: ahora bien, il significa ‘luna’ y ‘mes’. El texto de la Gral. Est. parece que dé a Elcock la razón, aunque no explicó la -rr.

En cuanto a primavera, la primera documentación que encuentro en cast. es tardía, en APal.: «senicion llaman una yerva que nasce por las paredes y se seca en la primavera» (446b); falta todavía en Nebr. y sólo está en los dicc. desde C. de las Casas (1570): arriba he citado ejs. literarios desde el Quijote, y también es muy frecuente en Góngora. El crítico anónimo de RFE VII, 399-400, confirma que en los materiales del C. de Estudios Históricos no hay ejs. del vocablo hasta el S. XV. Por otra parte, en cat. los tenemos desde fines del XIV («sí·m lleví un bon maití, / temps era de primavera» Turmeda, Divisió de Mallorques, 103), y en lengua de Oc los hay por lo menos desde 1300 (Raynouard cita primavera y primver en Matfré Ermengaut, 1322); el it. primavera ya sale cuatro veces en el Petrarca; agreguemos que el vocablo es también portugués, para completar su área geográfica.

¿Hay que deducir de estas fechas que el cast. primavera es un préstamo de la lengua de los trovadores? Quizá, y creo que esta idea obtendría el aplauso de Spitzer, quien sostuvo que el de esa estación es «un concepto esencialmente poético, y por lo tanto literario, culto» (ASNSL CXXXV, 417-20). Sin embargo, quizá en esto haya su poco de confusión de ideas: que el hablar de primavera es lugar común poético (y trovadoresco aún más) está fuera de dudas; también es seguro que en literatura los que hablan de primavera son sobre todo los poetas y los prosistas poéticos; pero el pueblo y los agricultores también necesitan hablar de ‘primavera’, y ellos son los que hubieron de crear el vocablo, aunque luego lo repitan sobre todo los poetas; y así no es muy sorprendente que en cast. no aparezca hasta el primer siglo de su lírica, el XV, y que la aparición se anticipe en las tres literaturas más orientales, de lírica más temprana. Cuesta creer a Spitzer, MLN LXXIV, 136-7, cuando sostiene que primavera sea en todas partes debido a un influjo del Petrarca, influjo tan tardío y de carácter tan hondamente culto en España. V. allí otras consideraciones valiosas, y de mucha autoridad en este asunto.

Luego es muy posible que el cast. primavera existiese desde los orígenes del idioma. En todo caso se trata de una combinación que ya existía en latín vulgar. En César (Bello Gallico VI, iii: «Concilio Galliae primo vere ut instituerat indicto») los dos términos de la combinación conservan cada uno su sentido propio, y no hay indicio alguno de una soldadura: es ‘al principio de la primavera’, mas ya no estoy seguro de que tenga el mismo valor el primo vere de Paladio (Re Rust. III, xxiv; V, iii), y no parece ya ser así en un texto vulgar más tardío como la Mulomedicina Chironis, donde primo vere será sólo ‘en primavera’ (citas de Densu?ianu, Rom. XXXII, 455; Hist. de la L. Roum. I). Aparece también PRIMA VERA en una o dos inscripciones (CIL III, 7783; no sé si es la misma que la de Ephem. Epigr. II, 310, n.° 409), y aunque M-L. sospecha (Litbl. XXV, 205) que ahí se trate de una mujer llamada Vera y calificada de ‘primera’ (?), tal sospecha ya no cabe en los Hermeneumata Vaticana, glosario trasmitido en ms. del S. X, que contiene otros vocablos hispánicos (támara ‘leña menuda’), y que traduce prima vera con palabras griegas que significan ‘equinoccio de primavera’ (CGL III, 426.7). El cambio de género y el consiguiente de terminación lo mira Spitzer como debido al influjo de STATIO, pero más acertado parece ver en ello, con Morf (ASNSL CXXIX, 277), una consecuencia del género neutro del lat. cl. VER: sea que VER, como tantos otros neutros de la tercera declinación (MAR, MEL, FEL, etc.), se hiciera femenino, y *PRIMA VER se cambiara más tarde en PRIMA VERA por simetría de los dos componentes, sea que se generalizara en vulgar un plural clásico PRIMA VERA, tal como decimos en plural ‘los principios de...’, lo cual quizá sea algo más arriesgado. Desde el punto de vista semántico, la historia del vocablo en cast. y port. prueba irrefragablemente que PRIMA VERA designó primeramente el inicio de la estación de las flores y no es debido a un cruce de VER con PRIMUM TEMPUS (> fr. printemps), como quería Spitzer: que verano esté hoy restringido al cast., port. y sardo no prueba que siempre fuese así, y al contrario es de creer que el primitivo VER pasó al romance en otros varios países, puesto que lo encontramos en lengua de Oc y en el trovador catalán Severí de Girona; de ahí la limitación PRIMA VERA. El que más bien parece ser secundario es printemps, puramente francés, y así es posible que resulte de un cruce de PRIMUM VER con BONUM TEMPUS. Con razón subraya el citado crítico anónimo (¿Américo Castro?) la importancia psicológica del principio de la primavera frente al invierno, de donde la frecuencia de expresiones equivalentes a la que comentamos, desde los clásicos más antiguos, como vere novo en Virgilio.1.

DERIV.

Para antiguos topónimos, vid. M. P., Oríg., 2.ª ed., p. 159. Veranada [Aut.]. Veranear [1605, Píc. Justina] o veranar [Aut.]; veraneo [Aut.]; veraneante. Veranero [Aut.]. Veraniego [«vernus, vernalis» Nebr.]. Veranillo o veranico de San Martín [Aut.].

Primaveral [Acad. S. XIX].

Vernal, de vernalis íd.

1 En América primavera cambia de sentido, de acuerdo con las condiciones cosmográficas. En el hemisferio austral son los meses de setiembre a diciembre; en los trópicos otra cosa: según F. Ortiz, vale ‘principio de la estación de las lluvias (ya entrado mayo)’ en Cuba, y ‘meses de diciembre a abril’ en la América Central (Ca., 115).