TORTUGA, del antiguo tartuga, en italiano tartaruga, origen incierto; probablemente del femenino del lat. tardío TARTARȢCHUS ‘demonio’, gr. ταρταροǢχος ‘habitante del Tártaro o infierno’, por haber los orientales y los antiguos cristianos tomado la tortuga, que habita en el cieno, como personificación del mal y de la herejía.

1.ª doc.: tartuga, APal.

Donde dice «aviendo salido el Nilo, ya tornado a decrecer, quedó en seco una tartuga, y después de podrida y seca quedaron en el cuero extendidos los nervios della, y tocados por Mercurio sonaron muy agradablemente en sus oydos, y Mercurio fizo a aquella semejança la guitarra» (249b); igual en el tudelano Arbolanche (1566) 74v20. La forma moderna es ya la que aparece en Nebr.: «tortuga, galápago: testudo», y debió de ser la usual entre los descubridores y conquistadores de América, pues es la que emplea Fz. de Oviedo, y en el castellano se inspiran los italianos A. Vespucio llamándola tortuga y Rainusio dando a su nombre la forma tortuca (Zaccaria). Tortuga le llaman también C. de las Casas (1570), Percivale, Oudin, Covarr. y Aut., pero la forma antigua tartuga se conservó hasta hoy en judeoespañol (por lo menos en Bosnia, RFE XVII, 137). Por lo demás tortuga en castellano es palabra moderna y seguramente importada, pues el viejo nombre autóctono era GALÁPAGO, registrado en España según fuentes musulmanas desde el S. X, y según fuentes cristianas desde el S. XIII y aun el IX; de ahí que aquél se haya reservado especialmente a la tortuga de mar, de tierras ultramarinas, y éste se haya aplicado más bien a la tortuga fluvial, propia de la Península. En efecto el vocablo falta en los glos. aragoneses de h. 1400 y en los textos bíblicos medievales estudiados por Solalinde, que contienen en cambio galápago unos y otros. La correspondencia de esta palabra, cágado, parece haber sido siempre de empleo todavía más general en portugués; es conocida allí, sin embargo, la palabra tartaruga, ya registrada por Bluteau (1715), pero no tengo referencias más antiguas acerca de la antigüedad de esta palabra portuguesa, que bien podría ser importada de Italia.

Mayor arraigo tiene en cat. (donde galàpet se ha aplicado casi siempre al sapo): tartuga ya figura en los dicc. de Jaume Marc (1371) y de J. Esteve (1489), tortuga en texto de 1387, y el vocablo está ya en un doc. valenciano de 1324, no sé en cuál de las dos formas (Ag.)1; hoy tortuga es corriente, pero también se oye tartuga como forma vulgar, hay tortugas bravías en un valle del término de Mequinenza y en algún punto junto a Fraga donde he anotado tartuga como nombre de las mismas. En lengua de Oc encontramos tartuga desde med. S. XII (Marcabrú), pero también es frecuente tortuga desde el XIV. En francés se dice tortue, ya documentado en el S. XIII en Brunetto Latini (italiano de nacimiento), y no sabemos con qué frecuencia. En italiano, fuera de las traducciones del español arriba mencionadas, es bastante general la forma tartaruga, frecuente desde el S. XVII, y tartaruca aparece una vez en Ramusio (princ. S. XVI); C. de las Casas (1570) da como formas italianas tarterucca y tartucca; hoy tartuca se dice en Siena y lo empleó Giusti, y aunque por lo demás es general tartaruga, en el dialecto calabrés se dice tartaruca (Rohlfs); según el REW tartuca en Sicilia, tertugghie en Cerignola, tartaruca en Roma. El bajo latín nos proporciona algunos complementos (además de tartuga en fuentes occitanas del S. XV): tortua en el británico Silvestre Giraldo († 1210), tortuca en el mantuano Mateo Silvático (1297) y en el inglés Odo de Cheriton († 1247), vid. Du C. y KJRPh. IV, 101. En total nada evidente se deduce del conjunto de esta documentación, si no es que la forma tartuga es la documentada más antiguamente, pero seguida a poca distancia por tortuca.

En cuanto a la etimología, supuso Diez (Wb., 316) que tortuga derivaba de TORTUS ‘torcido’ por la forma de las patas del animal (Aut. decía por lo combado de la concha), y a esta opinión se atuvieron varios, entre ellos M-L. en la primera ed. de su REW, si bien observando con marcado escepticismo que siendo las formas en tor- propias de las hablas septentrionales, y las en tar- de los dialectos del Mediodía, donde el animal es autóctono, era más probable que fuesen éstas las primitivas. Este argumento es discutible, pero la etimología de Diez es poco convincente en el aspecto semántico, por ser poco llamativa la forma de las patas de la tortuga, y también es algo extraño el empleo del raro sufijo -ȢCA. Por ello sugería Spitzer (Lexik. a. d. Kat., 128) derivar de la raíz expresiva TAR-TAR- de tartalear, en el sentido de animal que avanza titubeante y lentamente: la idea es sugestiva desde el punto de vista semántico, y preferible a la de Diez, aunque sigue siendo algo extraño el uso del sufijo2. Brüch (Misc. Schuchardt, 68) se lo arregló para derivar tortuga del lat. TESTȢDO, -INIS, ‘tortuga’, con una complicada serie de cambios de sufijo y contaminaciones, que a nadie podían convencer.

En fin, el joven arqueólogo austríaco Rudolf Egger3 propuso una etimología nueva, que ha encontrado aplauso bastante general4. En esculturas de la antigua Grecia figuran repetidamente ciertas diosas representadas hollando una tortuga: por alusiones de textos egipcios e iránicos puede deducirse que se trataba de un mito oriental que hacía a la tortuga encarnación de los malos espíritus, mito no bien comprendido por los propios griegos; más tarde, en varios mosaicos de la basílica de Aquilea (S. IV), y en otras representaciones del bajo Imperio, vemos a la tortuga atacada y vencida por un gallo, a quien los poetas latino-cristianos y el simbolismo de todas las épocas solieron tomar por el representante y paladín de la luz contra las tinieblas; ahora bien, San Jerónimo, que vivió en Aquilea, poco después de construirse la basílica, nos explica en una de sus obras que la tortuga, con su marcha pesada, «haereticorum gravissima peccata significat, qui suis in coeno et volutabro luti erroribus immolant». Por lo visto las tortugas, «in coeno et paludibus viventes» como dijo Plinio, se tomaron, como las ranas, por habitantes del infiemo subterráneo de los antiguos, y del pantano de Aqueronte. El hecho es que en varios textos griegos de baja época se llama ταρταροǢχος o habitante del Tártaro a todo espíritu infernal, y en una tablilla de maldición romana se alude al demonio llamándole «spiritus immundissimus tartaracus»5. En el plomo de Trogira (Dalmacia), del S. VI, se lee también el vocativo «inmondissime spirite tartaruce» (BRAE XXXIV, 53).

De este conjunto de hechos puede deducirse sin duda que este nombre se aplicaría a la tortuga como espíritu demoníaco. La demostración no es absolutamente sin réplica, pues el propio Egger reconoce que no hay testimonios directos de que en la Antigüedad se mirara a la tortuga como un habitante del infierno subterráneo, y mientras no encontremos testimonios más antiguos de la forma tartaruga, -uca, como nombre del animal, será posible abrigar algunas dudas. Pero desde luego esta teoría es verosímil. La reducción fonética de TARTARȢCHA a *tartruga y tartuga es tan natural como la de BARBARUS a bravo (la existencia de una variante vulgar *TARTERȢCHA sería bastante natural), y el cambio de tartuga en tortuga se explica fácilmente por la etimología popular.

1 Además tartaruga figura en R. Martí (S. XIII), pp. 163 y 603. Las señales que le pone el editor no están de acuerdo con lo que nos dice en su p. xxii, y así no sabemos si el vocablo figura en el ms. o si lo ha agregado él.―

2 Riegler, ASNSL CLIII, 1928, 101-3, aunque apoya la idea de Spitzer citando el austro-bávaro tåttermann ‘salamanquesa’, sigue vacilando y cree se trata primitivamente de TORTUS, alterado por la etimología popular tar-tar.―

3 Fünfundzwanzig Jahre Römisch-Germanische Kommission, Archäolog. Inst. d. deutschen Reichs, 1930, pp. 97-106.―

4 H. Grégoire, Rev. de l’Univ. de Bruxelles XXXV, 305-7; Gamillscheg, ZFSL LV, 254; M-L., REW3 8589a; Bloch y más resueltamente Wartburg en Bloch2; Migliorini.―

5 Por mi parte puedo agregar que este nombre se conservó en el arcaico portugués popular de Gil Vicente, princ. S. XVI, como nos muestra el Auto da Barca do Purgatório, cuando el diablo quiere convencer a un pastor de que debe entrar en su barca: «DIABLO: Digo-te, pastor amigo, / que foste gram peccador. / PASTOR: Senhor tartarugo, digo / que mentis como bestigo, / salva’nor» (fº52).