SIRENA, tomado del lat. tardío sīrēna, lat. sīren, -ēnis, y éste del gr. σειρƲν íd.
1.ª doc.: serena, princ. S. XV, Canc. de Baena; sirena, APal. 458d.
La forma serena, hoy todavía popularmente empleada en muchas partes (Chile, Asturias, V, etc.), fué muy general en lo antiguo; no sólo está en los versos de J. García de Vinuesa contra J. A. de Baena (Canc., n.º 382, v. 17), sino que es la única registrada por Nebr. («serena de la mar: syren») y es la que figura en el texto de La Hermosura de Angélica de Lope («que en medio de la mar del Norte fría, / la serena de amor suspende el canto», canto XIV), que alguien (RFE V, 283) ha querido corregir, innecesariamente; en Oudin están ambas formas, aunque Covarr. y Aut. ya sólo admiten la erudita. Podrían indicarse muchos más ejs. de la otra, que se encuentra más o menos en todos los romances: cat. serena (Jaume Roig, v. 8564, y hoy vulgar), fr. med. seraine (en Oudin), port. sereia, más corriente que sirena según H. Michaëlis y hoy vivo en el Cabo Carvoeiro, al Norte de Lisboa (RL II, 311), gall. serea («feitizos de serea» Castelao 205.12), port. ant. serea ‘foca’ en 1274 (RL IV, 287). Se trata de una etimología popular bastante natural (por el canto dulce y apacible de la sirena), que ya viene del latín vulgar: «sirena, non serena» en el Appendix Probi (n.º 203), en glosas y en muchos mss. de textos literarios (ALLG XI, 64, 239). Para la evolución histórica del concepto de ese animal mítico, vid. BRAE IX, 690-7.
DERIV.
Sirenio. Serení ‘bote pequeño que llevaban los antiguos barcos de guerra’ [Acad. ya 1843], ¿de aquí?, comp. serení, s. v. SERENO.