MONA, origen incierto, probablemente abreviación de mamona, variante de maimón, -ona, corriente en todos los romances medievales y procedente del ár. maȳmûn ‘feliz’, vulgarmente ‘mono’, así llamado al parecer porque los monos procedían del Yemen o Arabia Feliz.

1.ª doc.: h. 1400, glos. del Escorial.

Mona en este glosario y ximio en el de Toledo figuran como traducción de un fetacusa, que es corrupción del nombre de las islas Pithecussae, así llamadas en griego porque abundaban en monos. Poco después, en 1438, leemos en el Corbacho que las mujeres «no son sino como monicas: quanto ven, tanto quieren fazer: ―¿Viste fulana, la muger de fulano, la vezina, cómo iva el domingo pasado?» (II, cap. 1; M. P., Antol. de Pros., p. 57)1. El masculino mono, puesto que entre los romances sólo existe en castellano y en portugués, puede ser de creación más tardía, aunque ya está en Fco. de Baena (Canc., n.º 105, n. 17) y en Nebr. Aut. trae varios ejs. clásicos de los dos géneros; los numerosos usos figurados y fraseológicos que reúne Fcha. son el mejor indicio de la gran vitalidad y popularidad del vocablo en la época clásica; V. otros en Ca. 46. La ac. ‘borrachera’, fundada en la afición de los monos por el vino y su divertido comportamiento en estado de ebriedad (vid. Bluteau, s. v., y Sainéan, Sources Indig. I, 93), se encuentra ya en Torres Naharro (vid. índice de la ed. Gillet), en el Quijote y en el Buscón (Cl. C. 149), y tiene paralelos en otros romances: oc. cargà la mounino, it. pigliar la mona, etc. Para mono ‘muñeco’, vid. Cuervo, Ap.7, p. 426; para mono ‘lindo’, que ya está, como familiar, en Aut., vid Sainéan, BhZRPh. I, 92.

Para la etimología es importante determinar la antigüedad y arraigo del vocablo en los demás romances, pues ha alcanzado gran extensión, aunque en ninguno es tan popular como en español. Del port. mono y mona no se cita documentación, aunque ya están en Bluteau (1715): son menos arraigados que en castellano, pues allí les hacen fuerte concurrencia macaco, que es más popular, y bugio. El cat. mona tiene antigüedad considerable: Ag. dice haberlo leído en el S. XV, y en efecto se halla en el poema de Jaume Roig, h. 14602. En Italia, aunque se ha considerado, por algunos, patria del vocablo, está menos arraigado que en español; la expresión popular y antigua es allí scimmio, scimmia, o bien berta, bertuccia; sin embargo, existe monna, con variante mona, y ya con cierta antigüedad: se citan varios ejs. desde el Lasca († 1584), y ya anteriormente se halla monnina en el Pataffio, que es del último tercio del S. XV (aplicado a la gallina en Firenzuola, † 1543); de Italia pasaría al neogriego μοǢνα, y al checo muna; de allí viene también oc. mod. mounino (menos corriente mouno); el fr. med. monne, que se halla, pero sólo con carácter erudito, en los SS. XVI y XVII, pudo tomarse de España o de Italia. Sin embargo, hay datos de que el vocablo fué más o menos conocido en Francia desde fecha bastante remota, pues Jean de Chavenges en 1345 da al singe el apodo de Sire Monnin y algunas décadas antes Jean de Condé, que escribía en francés, pero vivía en el límite de Flandes, emplea con el mismo carácter el diminutivo flamenco Monnekin; del arraigo de esta forma es prueba la aparición de un testimonio bajo-alemán de Moneke en 1498, y sobre todo la estabilización de monkey como nombre inglés del simio por lo menos desde 1530. Como estas palabras no tienen raíz conocida en germánico, y es lógico que no procedan de allá, tratándose de un animal africano u oriental, debemos tener por seguro que Francia es su lugar de origen, todo lo cual indica que formas semejantes a mona debieron pulular en este país, por lo menos desde princ. S. XIV. ¿Deberemos suponer, dada la procedencia mediterránea del animal, que a Francia llegaron desde España o Italia? No es preciso que sea así, si tenemos en cuenta que los monos no se importaban en cantidades importantes ni con carácter utilitario, sino sólo como curiosidad exhibida por juglares y saltimbanquis o estudiada por los naturalistas. Éstos y no los comerciantes italianos o catalanes, ni los guerreros castellanos, hubieron de introducir el nombre, que en estas condiciones lo mismo pudo entrar por Francia que por los países meridionales.

Y de hecho no ignoramos cuál fué la denominación introducida en esta forma. El naturalista Tomás de Cantimpré, S. XIII, y sus numerosos imitadores le llaman mamonetus; el nombre que le darían los juglares podemos deducirlo de la literatura francesa de imaginación, donde maimon y maimonet son muy frecuentes en los SS. XII a XV; hay también el cast. ant. maimón en Juan Manuel (h. 1326) y en el Marco Polo de Fz. de Heredia (S. XIV), cat. ant. maimó(n) [1284], oc. ant. maimon, maimona, it. ant. maimone. Junto a estas formas aparece una variante ma(m)mone, que es corriente en italiano y en bajo latín, fr. ant. memon en 1351, y el citado mamonetus de los naturalistas confirma su amplia difusión. Ahora bien, del tipo mamon- pudo fácilmente salir mon-, con el carácter de abreviación haplológica popular, particularmente fácil en vocablo que el pueblo oía nombrar sólo esporádicamente, pero como nombre de un animal que impresionaba fuertemente su imaginación. La abreviación pudo producirse en España, donde alcanzó el arraigo máximo, o bien en Francia, donde se documenta por primera vez; no sería extraño que esta alteración, rechazada en el país de origen por los enterados, como corruptela popular, y más tarde olvidada, arraigara más fuertemente en los países vecinos (España, Inglaterra, etc.), adonde llegaba ya como un hecho consumado y con el prestigio de lo extranjero. Indicó primeramente esta explicación Schuchardt, ZRPh. XV, 96; apoyada por Baist (RH IX, 18-19, comp. KJRPh. VIII, 202) con argumentos cronológicos, ha sido aceptada por M-L. (REW 5242) y otros, y a mi entender puede adoptarse generalmente teniendo en cuenta la abundante documentación filológica reunida concienzudamente por A. Thomas, Rom. XXXVIII, 556-63.

Las demás etimologías tienen muy poca verosimilitud. Que el it. monna sea aplicación figurada de monna ‘señora’ (< ma donna MEA DOMINA), como admitieron Diez, Skeat y otros, suponiendo se pasara de ‘señora’ a ‘vieja’ y de ahí a ‘mona’, es poco convincente desde el punto de vista semántico, y tropieza sobre todo con la fecha tardía del vocablo en Italia3. Sainéan, BhZRPh. I, 57 y 89, y Riegler, ARom. X, 255-7, sostuvieron que mona era propiamente un nombre acariciativo del gato que había pasado al simio; que hay denominaciones comunes a ambos animales, y que al segundo se le ha llamado gato maimón o gato paús, es indiscutible; también es un hecho que algunos nombres hipocorísticos del gato, como minino o mozo, se asemejan algo a mono, pero no es verosímil que entre ma(i)mona y mona no exista relación alguna; lo que sí puede creerse es que el éxito de la corrupción vulgar de mamona en mona se deba precisamente al parecido con estas denominaciones populares del gato.

El gr. μιμNj ‘mono’ podría tomarse en consideración como origen de nuestro vocablo si fuese palabra antigua, pues podría derivar regularmente de μιμεƗσȎαι ‘remedar’, pero desde luego es palabra tardía, aunque de fecha no bien fijada (V. el trabajo de Thomas); todo indica que, junto con su variante μαȉμοǢ, vendrá del árabe, aunque se incorporase a la familia de μιμεƗσȎαι por etimología popular; ambos se hallan por lo menos desde el S. X.

Para el origen arábigo de MAIMÓN, V. el artículo correspondiente.

DERIV.

Monada. Monear; gall. monear ‘hacer gestos con la cabeza’, Sarm. CaG. 13lv (para sacudir el pelo de la frente, etc. Vall., ‘hacer monadas’, ‘fastidiar con pesadeces’ Vall.). Monería. Monesco. Monillo ‘jubón de mujer sin faldillas ni mangas’ [Aut.], comp. mono ‘traje de faena propio de mecánicos, etc.’. Monín. Monona. Monote [Acad. 1899 o 1914]. Monuelo. Enmonarse.

1 Otro pasaje del mismo libro en Cej., Voc. En opinión de este lexicógrafo ahí significaría ‘bonito’, lo cual no es claro. Con el significado ‘simia’ en el Canc. de Baena, n.º 105, v. 13.―

2 Las mujeres «son alimanyes, / serp tortuosa / son e rabosa, / mona, gineta...», v. 7701. La afirmación de Baist de que en la Península Ibérica nuestro vocablo podría hallarse desde el S. XIII parece ser meramente conjetural.―

3 Claro está que el paralelismo con el it. berta, procedente de un nombre propio, que había hecho impresión al propio Baist (RF XII, 652), es muy relativo. Aplicar a los animales apodos populares no es lo mismo que darles el nombre de ‘dama’.