CÁICABA ‘fruto del almez, almecina’, voz bajo-aragonesa, del árabe ȳqaba íd.

1.ª doc.: 1903.

Al parecer se trata de una palabra sólo viva en la comarca de Segorbe (prov. Castellón). La recogió primeramente C. Torres Fornés en su bien compuesto y auténtico libro Sobre Voces aragonesas usadas en Segorbe, p. 133; agregando que el almez ―latonero por lo común en Aragón, lledoner en catalán, ‘Celtis Australis’― se llama allí mismo caicabero, especialmente el grande y que echa fruto. No sé de dónde sacó Am. Castro la cita de un «valenciano caicabes» ‘almecinas’, en RFE VI, 1919, 344; no le da etimología, por lo menos con carácter directo, ni indica localización precisa, ni consigna su fuente. Supongo que su informe procede del de Torres Fornés por vía directa o indirecta (no tengo a mano Colmeiro), y que hay un poco de quidproquo, pues aunque los segorbinos se precien de valencianos, su habla es aragonesa, de lengua castellana, y en valenciano no es conocido tal nombre vegetal, por diccionarios, glosarios, informes particulares, ni lo recogí en la lengua viva ni en la toponimia (en esta forma) en mis numerosas y exhaustivas encuestas toponímicas, y no sólo tales, en toda la extensión de la zona lingüística del Reino (por lo demás, de haber pasado al catalán valenciano se habría vuelto *càiqueva). Sí tengo, en cambio, comprobación del empleo segorbino, gracias a mi sabio amigo D. Fletcher (febrero de 1974): un colaborador local de su Servicio de Investigación Prehistórica, D. Inocencio Sarrión, recogió caícabas «fruit del lledoner o almez» en Algimia de Almonacid (en un valle de la Sierra de Espadán, unos 8 km. al Norte de la ciudad) y obtuvo confirmación de lo mismo en la propia sede diocesana. Para la aparición de cacchabas o carca- en glosarios latinos de los SS. X y XI, vid. CÁRCAVO n. 15.

La etimología no me ofrece dudas. El ár. ȳqab es el nombre del mismo árbol. Como es normal en nombres semejantes, junto a esta forma, empleada con carácter colectivo, o como denominación de la especie, existe el nombre de unidad ȳqaba aplicado al árbol individual. Era ya palabra muy clásica, pues el empleo de la madera del almez como material sólido y algo flexible para muchos usos importantes (horcas, bastones de lujo, arneses), que sigue en vigor, era ya practicado por los árabes en los períodos más brillantes de su civilización: el viejo poeta Abendureid (oriundo de Omán y vecino de Básora), alrededor del año 900 d. C. († 933), alaba ya las sillas de montar fabricadas con ȳqab, y lo mismo ponderan otros orientales como el Saganí (h. 1230) y los grandes lexicógrafos árabes de origen iranio Օauharí (h. 980) y Firuzabadí (en el MoɅkam del murciano Abensida ―h. 1050― qábqab parece ser mala puntuación en lugar de qáiqab); de suerte que qáiqab acabó por volverse uno de los nombres de la propia silla de montar, o bien se aplicó a otros arneses del caballo (dicc. de Lane, 2552a, 2459a § 4). Dichos lexicógrafos precisan que es el árbol llamado azâd diráȟt en persa y el sabio gramático W. Wright explica que se emplea especialmente para el qarbûs («pommeau de la selle»), Dozy facilitó documentación más trasparente para nosotros (Suppl. II 433): que es el «micocoulier» (almez) ya fué definido por Cherbonneau y por Carette1, cuyos datos corresponden a la Argelia árabe y cabileña, y también lo recoge el dicc. de Beaussier. Por otra parte hay otra acepción moderna, según éste, el «acer obtusatum» (‘especie de arce’) y según Dozy con este valor figura en el sevillano Abenalauam, mientras que el malagueño Abenalbéitar († 1248 en Damasco) aseguró que en Jerusalén qaiqab y qaiqabân se aplican al madroño. Aunque ni Dozy ni los demás etimologistas han indicado que esta palabra haya persistido en romance, los datos segorbinos confirman tanto la identificación del árbol como la popularidad del vocablo en el árabe vivo de España.

Y hay otros datos más transformados que muestran la antigüedad y arraigo del vocablo. En la zona valenciana de lengua catalana podemos reconocerlo en un nombre de lugar muy repetido, por lo menos en toda la amplia zona central, desde Almenara hasta mucho más allá del Júcar, en plena Mancha (y tengo memoria más vaga de haberlo oído también más al Sur y al Norte); por lo menos puedo dar estos datos precisos: El Caicó es el nombre de una partida serrana en Quart de Segó y de otra en La Font de la Figuera (a los dos extremos de dicha zona), por otra parte hay una partida de Caicons en el término de Vilamarxant (a la raya de Cheste) y hay un Pla de Caicons en el de Liria, muy lejos de la ciudad y ya cerca del de Alcublas; además Los Caicons es nombre de una partida junto al Ebro entre Miravet y Benissanet. No dudo que se trata de un antiguo nombre valenciano del almez (árbol muy corriente, y muy llamativo, allá), pues entra dentro de lo más común el que las palabras árabes en -b dejen caer esta consonante final, y formen luego el plural en -ns; recuérdese que al-aqrab da val. alacrà, -ans, cast. alacrán; al-muɅtasab > cat. mostassà, -ans, cast. almotacén. En esta forma vulgar ―lo mismo que en alacrá(n), mostassà, ciclán y otras muchas― el acento aparece trasladado a la última sílaba según la norma del árabe hispano. En cuanto a la vocal, el paso a ó entre las dos consonantes labializantes q y b es muy corriente: pensemos en šarâb > xarop, siqlab > val. sicló, -ons, cast. ciclán. V. para esto los artículos correspondientes y BDC XXIV, 38-39.

Además un topónimo andaluz (que, aunque esté algo aislado quizá no sea único, puesto que allí contamos con escasa información toponímica) revela que aun en la zona granadina existió algo así. Y es sumamente curioso pues nos proporciona indicio de un extraordinario proceso de trasmisión repetida y recíproca, sugerente de los varios períodos de creciente islamización. Caicunes es un caserío de 80 hab. en el municipio de Casarabonela (no lejos de Álora, diócesis malagueña). Topónimo que supone la existencia de una antigua forma romanizada caicons a la manera valenciana, y luego más arabizada. Ni la ú ni la -n- se explicarían ahí por trasmisión directa desde el árabe. Pero he aquí cómo me lo explico: hubo primero el paso de qaiqáb a caicón en el lenguaje mozárabe desde fecha muy temprana2, probablemente ya antes del período de renacimiento mozárabe-muladí del tiempo de Omar Ben-Hafsún y los suyos. Luego, con la violenta y avasalladora reacción musulmana, el habla hispana de los mozárabes ―idioma romance si bien con préstamos semíticos― va cediendo ante el árabe, y entonces es cuando el supuesto mozárabe andaluz Caicons o Caicones pasó de nuevo al árabe granadino, con la consiguiente arabización de -on en -ûn, y de ahí la forma moderna del topónimo. En una palabra: ar. qaiqáb > mozárabe hafsuní caicón, Caicones > árabe nazarí Kaikûneš > cast. andaluz Caicunes.

Graves alteraciones que nos podrían inducir hasta preguntarnos si esta etimología oriental es bien segura, y no se trata más bien de una vieja voz hispana; pues al fin la estructura de qaiqab, no correspondiendo a una raíz triconsonántica (en realidad ni a raíz verbal alguna), no nos obliga a dar como clara la naturaleza árabo-semítica del vocablo. ¿No sería, pues, por lo contrario, la palabra arábiga que tuviera origen español o en general romance? Tanto más cuanto que en Italia y aun más al Este damos con formas emparentadas. Ya Castro señaló en aquella nota el artículo de Schuchardt en la ZRPh. XXXV, 1912, 389, en que éste trató de cáccamu nombre del almez en Sicilia. Dato seguro que nos confirman las fuentes allegadas por Penzig (Flora Pop. It. II, 82): cáccamo o cáccami muri se emplean con este sentido en Palermo y en Avola. Además hay coccumo en Mesina. Por lo demás no hay nombres emparentados en el resto de Italia, donde desde Calabria hacia el Norte reinan los tipos melicuccu (de ahí el fr. micocoulier), fraggiracolo y otros. La propia limitación del vocablo càccamu a tierra siciliana es ya elocuente indicio de que aun más allá del Tirreno es también arabismo. Y es sobre todo el hecho de aparecer en las fuentes orientales de los SS. IX-XIII que he señalado arriba, y en autores tan puristas, tan conservadores y refractarios a lo no árabe (y sobre todo cuando no es asiático), como Abendureid y los demás allegados por Lane y Wright, el arraigo especial que ya en el S. XIII demostraba en el árabe de Palestina y con la adherencia al terruño revelada por el desarrollo de una acepción tan diferente como ‘madroño’, lo que descarta inapelablemente una procedencia hispánica. Con lo cual yo no quiero decir que qaiqab sea voz semítica aborigen en Arabia; de todos modos las palabras de esa estructura, con diptongo ai en la primera sílaba, y aun a menudo con reduplicación consonántica, son frecuentemente viejas palabras asiáticas o griegas incorporadas desde tiempos preislámicos al árabe (p. ej. daimûs < ƌƓμóσιον, qaidûs < χάƌος).

Si en Italia no existen otras formas afines en el nombre del almez, hay sin embargo otros nombres emparentados. Junto al mesinés coccumo, en efecto, vemos cuccumilu «prugno selvatico» en Calabria, y éste, como indica el dicc. de Rohlfs procede del gr. ant. κοκκύμελον ‘ciruela’. Palabra griega formada sin duda con el gr. ant. κóκκος ‘grano, frutita’, quizá combinado con μŲλον ‘manzana’. ¿Sería acaso el ár. qaiqab una palabra de origen griego más o menos directo? Es tanto más posible cuanto que los sic. cáccamu y cóccumo parecen presentar variantes intermedias entre aquellas dos, más que descendientes puros de qaiqab; y aun podríamos pensar en reivindicar la genuinidad de la grafía qabqab en Abensida, que nos acercaría más a càccamu. En fin de cuentas, atiéndase a que el propio gr. κóκκος es palabra sin etimología indoeuropea, que algunos miran como creación expresiva pero otros creen de origen exótico. Así que un origen más lejano de la voz árabe y de la voz greco-siciliana (con remotas raíces comunes más que con trasmisión unilateral) no es tampoco una alternativa descartada. Lo que sí podemos dar por seguro de todos modos es que, en el aragonés segorbino y en la toponimia valentino-andaluza, procede del árabe, como palabra importada de Oriente y no como algo hispánico remoto.

1 Définition léxicographique de mots usités dans l’Afrique septentrionale (h. 1850); Études sur la Kabilie d’Algérie, 1849.―

2 La -n secundaria de los arabismos no es en manera alguna peculiar al catalán, ni debida a hechos morfológicos catalanes. Abundan los casos en arabismos castellanos puros: albardín, aloquín, zarracatín, azacán, alacrán, y para -ón me bastará recordar albollón (albellón) junto a albañal. Por lo demás esto forma parte de un conjunto más amplio que abarca además otras consonantes epitéticas: alcabor, alfajor, albañal, albañil, alacrán, almotacén, ciclán, etc.