XANA, ast., ‘hada o ninfa de las fuentes’, del lat. DIANA ‘diosa de la caza’, que en las supervivencias tardías del paganismo se convirtió en el nombre de cualquier divinidad silvestre.
1.ª doc.: 1745, jana Sarm.; xana G. Laverde Ruiz, Rev. de Asturias, 1879-80.
Lejos de allá, en el catalán del alto Pallars (Flamicell), he oído vivo (1958) janes para las hadas que habitan en cuevas, a menudo cerca de fuentes, con muchas historias de ropa lavada y tendida, resplandeciente desde lejos a la luz del sol, y visitas de galanes, que trataban de llevársela, y que a menudo terminaban en encuentros amorosos con lindos seres míticos. En la toponimia catalana se encuentra el vocablo en muchos lugares de las comarcas del Oeste y del País Valenciano: lo más importante es La Jana, pueblo del Maestrazgo donde había una de las raras fuentes de aquella seca comarca; el pueblo de Anna en los Serranos, junto a Énguera, está a orillas, de una albufera donde mana el agua por todas partes, y su nombre era Yana en tiempo de los moros (documentado en el S. XIII), por donde enlazamos con el mozár. JANA de R. Martí. Fontjanina es el pueblo más norteño de la Ribagorza catalana, con una fuente de grandes raudales, de la que se cuentan historias maravillosas, y entre ellas oí en 1957 otra versión de la leyenda fáustica, mezcla del Mal Caçador y el Comte N’Arnau.
Indicó don R. Menéndez Pidal que se trataba del lat. DIANA, la diosa de la caza, en cuyo nombre el grupo D?- se redujo a J-, según es normal en latín vulgar (DIURNUS > it. giorno, fr. jour, etc.), que hubo de dar j- en portugués y en leonés antiguo, hoy ensordecida en x- por el asturiano; en efecto, en la baja época se empleó DIANA como nombre de una pequeña deidad rústica adorada todavía por los campesinos españoles del S. VI según S. Martín de Braga (Caro, Pueblos de Esp., 312), y hoy formas semejantes (REW 2624) se encuentran en rumano (zină), toscano ant. (jana), logudorés (yana), fr. ant. (gene), oc. ant. (jana), siempre con el sentido de ‘hada’ o ‘bruja’, y del latín pasó también al alb. zanཙ ‘hada montesina’ (Idg. Jahrbuch X, 189; XII, 125). Más dudoso es que pertenezca a la misma familia el fr. ant. genoische, genaiche, ‘bruja’, hoy vivo en Lorena, y existente en el S. XII en el Sur de Francia, a juzgar por el derivado genesquer (-cher) aplicado a una encina en docs. de 1136-7 en los Hautes-Pyrénées, y a una haya en otro lemosín del mismo siglo (Mél. Fd. Lot, 1925, 737-42): la dificultad estriba aquí en que el sufijo -ISCUS no es latino, aunque sí antiguo en romance; de todos modos no nos lleva lejos suponer un origen céltico (como hace M-L., REW 3732a) y es difícil separar genoische del fr. ant. gene. Sea de ello lo que se quiera, el étimo DIANA es seguro en el caso del primitivo xana, gene y análogos, pues DIANA aparece en la baja época con el sentido de ‘hada nocturna’ (Du C.), y tenemos la forma vulgar JANA con la traducción «dea silvarum» en una glosa latina (CGL V, 459.55) y como equivalente del mozár. faƫa (= cast. hada) en R. Martí.
Claro está que la etimología *AQUANA de GdDD 625 es fonéticamente imposible, y superflua: la jana pasaba a l’ajana y, con propagación de nasal, anjana, que podía volverse onjana por influjo de ojáncano.
DERIV.
Gall. orensano xaira ‘la estantigua nocturna’ (Sarm. CaG. 182r), de *jãeira.
CPT.
Del orensano xans y xa(e)ira ‘hada, bruja’ y ‘conjunto de brujas y apariciones’, por cruce con un sinónimo untureira viene otro nombre gallego de la bruja que ha dado mucho que cavilar (y no poco que errar y aun inventar) a los lexicógrafos locales: antaruxá y antaruxaira, recogido ya por Sarm. en 1755 «hacia Orense» y en Monterrey (extremo SE. del país), CaG. 182r. La acentuación en la -á está indicada taxativamente, y nada menos que dos veces, en el manuscrito, y además confirmada en forma inequívoca por la versificación de las coplas populares compuestas por el benedictino (n.º 1153): «ou antaruxá / que beixava ao demo» (scil. besaba el trasero al cabrón diabólico, en los aquelarres o xairas de brujas). En otros pasajes de sus obras repite el vocablo muchas veces, siempre con la definición bruja, localizándolo ahí en Monterrey; y, aunque no siempre él, o su amanuense, se acordaron de acentuarlo, la identificación, que allí hace ya Sarm., con el ast. jana, gall. jans, it. dial. janara (suponiendo así un *antaruxana), implica también la acentuación -xá; y sus fantasiosos enlaces etimológicos con el it. fattucchiera (supone un *fatura-jana) implican siempre la acentuación aguda, con la reducción fonética de -ANA > -á, que es normal en aquellas comarcas.
No importa que más tarde pésimos lexicógrafos gallegos hayan deformado esto en *antarúxa, *-uxo, y aun *artuxa (citas en el libro de Pensado, 88-89): podemos limitarnos a echar por la borda toda esa arbitraria vegetación parásita; el vocablo, por lo visto, quedó pronto anticuado. El camino hacia la buena explicación etimológica lo hallamos en el propio CaG. de Sarm. (212v): «onzoñeira y onzoneira: se dice de una mujer mísera y vil: creo que es de UNCTIONARIA para llamarla ‘bruja’». Esta explicación de onzoneira es evidente. Es sabido que en todas partes se nos presenta a las brujas ungiéndose con sus untos, UNCTIONES, unciones o unturas cuando van a levantar el vuelo para irse al aquelarre. Untar y su familia han sido siempre vivacísimos en Galicia: el verbo ya sale en las Ctgs. («untou-lle ben a chaga» 206.42), en una cantiga de escarnio de Alfonso el Sabio (R. Lapa 39.5) y un par de veces en la Gral. Est. gall. de princ. del S. XIV (37.25, 37.27), unto ‘grasa, gordura’ en Castelao1, untacio ‘untura de grasa’ en las hablas de Oriente (Lemos y el Incio, ape. a Eladio), etc.
Claro que la disimilación + metátesis de *unturaxá, *unturaxaira, en antaruxá, antaruxaira está en buen orden fonético, y que el influjo de antergos ‘ancianos’, aunque pudo contribuir a esa modificación, sólo tuvo, si acaso, un papel bastante secundario.
1 «Chegou a perdé-lo unto» 220.6. ↩