En su
Dial. Vulgar Salmantino recoge este autor como voz regional «
sansirolé adj.: soso, simplón», con la variante
sansirolí, empleada en Vitigudino. En 1925 lo adoptó la Acad. como voz familiar del género común, y agregando una variante
sancirolé (¿meramente etimológica?), con la explicación de que viene de
San Ciruelo. En efecto
ciruelo, como otros nombres de vegetales, se aplica a «un hombre necio y muy incapaz». Así pudo partirse de una locución familiar enfática como
san se acabó,
en santas paces, etc. Pero faltaría explicar la extraña terminación y el extraño cambio de acento. Como en tantas expresiones recientes del habla familiar habrá que buscar el punto de partida en ambientes agitanados. Los gitanos al adaptar a su idioma envilecido las palabras castellanas o romances suelen trasladar el acento a la última sílaba, cambiando
antruejo en
antruejó ‘carnaval’;
ANGUSTIA, cat.
angoixa, en
angujá (Besses), etc.; por otra parte, en esta lengua alternan las terminaciones
-ó,
-é,
-í, que en su fase primitiva eran terminaciones flexivas de este dialecto índico de declinación complicada (
-ó era el nominativo masculino singular,
-í el femenino, etc.), pero que en su fase española actual, donde la antigua flexión ya se ha olvidado, sólo son variantes de valor prácticamente igual: recuérdense
parnó-parné y otro que cito en este artículo, y duplicados como lo que registra Besses
arbijundé-arbijundí,
barbalé-barbaló,
batorré-batorrí,
bengorré-bengorró,
berdí-berdó,
boqué-boquí,
busné-busnó, etc.
San Ciruelo, con seseo andaluzado, se convertiría, pues, en
*sansiroló y luego
sansirolí y
sansirolé. La locución
San Ciruelo, por lo demás, tiene raíces ya antiguas, pues Quevedo habla de «El día de
San Ciruelo o la semana sin viernes»
1 (Fcha.), y todo esto partirá de la costumbre pastoril de invocar santos inexistentes o de jurar por ellos: en el
Auto del Repelón de Juan del Encina los pastores víctimas de los estudiantes juran sucesivamente por
San Botín,
San Doval,
San Contigo,
San Tillena y
San Pego. Llamar
San Ciruelo a un pastor tontucio era, pues, doblemente oportuno, y sabido es que el pastor, para el gitano malicioso, constituye el símbolo y cifra de toda tontería posible. Para esta clase de «santos», cf. Tobler,
Vermischte Beiträge zum Frz. II, 221 ss.