PIRO-, primer elemento de compuestos cultos, tomado del gr. πǢρ, πυρóς ‘fuego’. Pirobolista, de πυροβóλα, -Njν, ‘máquina para lanzar proyectiles incendiarios’ (con βάλλειν ‘lanzar’). Pirofilacio [1709, Tosca], con ưυλάκειον ‘lugar donde se guarda algo’. Piróforo, con ưέρειν ‘llevar’; pirofórico. Pirolusita [Acad. 1925, no 1884], con λύσις ‘descomposición’, porque este mineral se descompone por la acción del calor (formado en 2: francés; Littré pyrolysite). Piromancía [1399, Gower, Conf. del Amante, 354; 1438, J. de Mena; Nebr.], de pyromantīa, gr. πυρομαντεία, con μαντεία ‘adivinación’; piromántico [1640, Saavedra F.]. Pirómetro.

Piropo ‘cierta piedra preciosa o metal brillante’ [J. de Mena († 1456) (Lida); APal.], ‘requiebro, flores, palabra lisonjera que se dice a una mujer bonita’ [¿Quevedo?; Acad. 1843, no 1817], del lat. pyrōpus ‘aleación de cobre y oro, de color rojo brillante’, gr. πυρNjπος adj. ‘semejante al fuego’, ‘de color encendido’ (compuesto con Džψ ‘aspecto’)1; piropear [Acad. 1925, no 1843].

Piróscafo, con σκάưƓ ‘barco’ (palabra it., rara en cast.). Piroscopio, con σκοπεƗν ‘examinar’. Pirosfera, V. ATMÓSFERA. Pirotecnia [Aut.]; pirotécnico. Piroxena [Acad. 1925, no 1843], del fr. pyroxène, formado con ξενóς ‘forastero’, por hallarse accidentalmente este mineral en medio de los productos volcánicos. Piroxilina, con ξύλινα ‘hilos de algodón’; piróxilo. Piragón, con ęƔǠν ‘lucha’; pirausta, con αƧειν ‘arder’. Pirexia, con ƅξις ‘estado’; apirexia. Piretología, de πυρετóς ‘fiebre’ y λóƔος ‘tratado’; de ahí los derivados antipirético y apirético.

DERIV.

de πǢρ. Pelitre [Tratado de las Enfermedades de las Aves (fin S. XIII) p. p. B. Maler (Filologiskt Arkiv IV, p. 100); Nebr.; PAlc.; Covarr.], del oc. ant. pelitre, alteración del lat. pyrĕthrum, gr. πύρεȎρον íd. Pira [Cetina, † h. 1557: (C. C. Smith, BHisp. LXI); 1626, Pellicer; no Covarr.], de pǰra, gr. πυρά íd. Piral, de πυραλλίς íd. Pirita; piritoso. Pirosis. Empíreo [El Cartuxano; empirio, 1515, Fz. Villegas (C. C. Smith, BHisp. LXI); impireo, h. 1580, F. de Herrera y Fr. L. de León, RFE XL, 156], de empyrĭus, gr. Ɔμπύριος ‘inflamado’, porque la Antigüedad colocaba en esta parte del cielo el fuego puro y eterno. Empireuma, derivado de Ɔμπυρεύειν ‘poner a asar’; empireumático.

1 Palencia lo emplea en el sentido de metal: «auricalco y piropo, que tiene cierta parte d’oro y cierta parte de plata» (278b); éste era el sentido latino, aunque en realidad era aleación de oro con cobre: es voz frecuente en los clásicos, y un verso de Ovidio «flammasque imitante pyropo» lo trasmitió a la Edad Media; pero ahí, partiendo de este pasaje, se creyó que era una piedra preciosa, como prueban Juan de Janua, el Grecismo y el glos. del Escorial (V la ed. Castro); del b. lat. pasó a otros romances, como el port. (Moraes) y el it., donde debía de estar más arraigado que en cast. durante el S. XVI, pues C. de las Casas (1570) lo registra solamente como voz de esta lengua; como cast. falta en Nebr., Covarr., Oudin, Percivale, pero Pellicer (1626) lo emplea como sinónimo de ‘carbunco’, ac. que de ahí pasó a Aut. y Acad. La ac. moderna ‘requiebro’ parte del empleo del vocablo en el sentido de ‘piedra preciosa’, dirigido como lisonja a una mujer. G. de Diego (RFE VII, 141) compara con paralelos muy diferentes, y en parte erróneos. En todo caso, con esto no está todo dicho, pues costaría comprender esta expansión callejera de una voz tan erudita en su sentido propio. Pero los humanistas españoles emplearon el vocablo en sus versos latinos, y en particular se lee al principio de la Retórica de Arias Montano (1569) «Pinge me egregiam vultu formaque puellam, / cuique gena roseo surgant de lacte colore / lumina, stellanti denigrent luce pyropum» (ed. Valencia, 1775, p. 5). Como certeramente me escribe D. Américo Castro: «estos versos se grabarían en la memoria del joven estudiante que aprendía la Retórica como libro de texto; pyropus aparecía en un contexto, para él, de incitante sensualidad; porque los versos que siguen son ‘Assistant labiis Veneres; sit nasus Amoris / quam solet hamatis pharetram complere sagittis’. Los muchachos comenzarían llamando a sus novias piropos, a echar piropos, etc.; del lenguaje de la escuela se pasaría al de la calle, con la misma pedantería juvenil que llevaba a enseñarle a la novia alfabetos raros (griego, árabe o sánscrito) para escribirle sin que se enterara la familia». Y, en efecto, es probable que Arias Montano sea el punto de partida inicial. Por lo demás, otros muchos colaboraron en la difusión del vocablo, quizá reminiscentes de la Retórica famosa. Piropo aparece en Calderón (1637) y otros poetas, en contextos pomposos («un rey, el mayor de todos /... / en su palacio cubierto / de diamantes y piropos / ―y aun si los llamase estrellas / fuera el hipérbole corto― / me llamó valido suyo...», Mágico Prodigioso II, vii, ed. Losada, p. 206). El texto de Calderón y el de Pellicer son inequívocos: piropo se había vuelto palabra culterana, y en este sentido se burla de ella Quevedo, en su Ejemplo Hermafrodito Romance-Latín («yace cláusula de perlas, / si no rima de clavel /... /un tugurio de pyropos / ojeriza de Zalé...», Libro de Todas las Cosas, a. 1631, Cl. C., 149.17). He aquí por qué dice Aut. que pyropo «se toma también por el relumbrón de voces demasiadamente cultas». Pero es el caso que la moda exigía escribir en esta jerga culterana las poesías de amor, pues como nos explica luego Quevedo, su incomprensible Hermafrodito es «un romance a la boca de una mujer en toda cultedad» (tugurio de piropos = choza de arreboles). Este uso cristalizó, dando lugar al empleo de la palabra piropo como requiebro por excelencia. Otro pasaje de Quevedo, citado por Aut., parece mostrar el vocablo ya por este camino: «pues lléguese la mañana, / con sus perlas y sus ostros, / a sus dos labios, que allá / se lo dirán de pyropos». Contra lo afirmado por Ruiz Morcuende, Moratín no lo emplea todavía más que en el sentido propio, si bien con alusión al abuso culterano.