ORATE, tomado del cat. orat ‘loco’, y éste derivado romance de AURA ‘aire, viento’, en el sentido de ‘aura malsana’ y en el de ‘ligereza, inconstancia’.

1.ª doc.: 1425.

En esta fecha se menciona ya en Zaragoza la casa de orates, mientras que la casa d’orats de Valencia ya se cita en 1409 (sabido es que allí se fundó el más antiguo manicomio del mundo, cuyos métodos fueron muy imitados en los demás países en fecha posterior [Symposium CIBA, V, 1957, 131-134]). El vocablo entró seguramente por Aragón, y en catalán era de uso muy corriente desde el S. XIII. Como catalán lo emplea Torres Naharro en uno de sus pasajes escritos en este idioma, y luego emplea dos o tres veces el cast. orate. V. índice de la ed. Gillet, y H. R. Lang, RRQ III (1912), 310-12, quien ya se dió cuenta de la procedencia catalana. Falta todavía en APal. y Nebr., pero está en D. Sánchez de Badajoz (Cej., Voc.) y ya es corriente en el S. XVI, vid. Aut. y Covarr.

Así el cast. como el port. orate son palabras de tono literario e impopular. Bien al contrario de la voz catalana, orat, -ada, que si bien hoy es vocablo noble y literario en el Principado, en vulgar en la Edad Media, y sigue siéndolo hasta ahora en las Baleares y tierras de Valencia (ahí le registra Lamarca, que no suele contener voces cultas): en Mallorca, especialmente, es todavía palabra llena de savia, no sólo en su ac. propia sino en la de ‘alocado, ligero de cascos’, ‘salvaje ingobernable’ (hablando de cabras y otros ganados sin pastor; especialmente en Pollença, BDLC VIII, 137; IX, 214, 307); la vitalidad del vocablo se comprueba por sus numerosos derivados: oradura, oradell, y el verbo eixorar ‘volverse loco’, qne deriva directamente de AURA con prefijo EX-, y tiene su correspondencia en el gascón del Lavedán eschauryat «éveillé, étourdi, léger» (Cordier, p. 15).

El área de orat continúa, efectivamente, más allá de los Pirineos en el occitano aurat, -ada, muy frecuente desde la Edad Media hasta la actualidad, hoy todavía usual, p. ej., en el bearn. aurat (Palay); su familia era también numerosa en este idioma, pues había además auran, -ana, ‘loco’ (ejs. medievales en Litbl. XIV, 331); aureza; aurios ‘loco’; auriu «ombrageux; peureux»; aurouge «farouche»; enaurat «écervelé» (FEW I, 177b).

En la Península Ibérica el área popular del vocablo no se reducía al catalán, pues el adjetivo aȬrâto, -âta, pertenecía al mozárabe, aplicado a las hierbas silvestres o bordes: el anónimo sevillano de h. 1100 registra yérba aȬƫa(h) ‘verdolaga’, explicando que equivale a «hierba tonta», y mâlba aurâƫoh, (léase aȬƫa(h)) «que significa malva tonta, porque es grande y de espeso follaje», y que Asín identifica con la malva loca (pp. 343 y 161-2)1.

El diptongo au de estas formas occitanas y mozárabes es indicio elocuente de la etimología, y no lo es menos el port. ourado ‘mareado, que siente vértigo’, «que tem ouras, tonturas na cabeça», ya documentado en los Apólogos Dialogues de F. M. de Melo († 1666), derivado de ourar «hallucinar» en Bento Pereira (1647), que a su vez deriva del port. vulg. ouras f. pl. «tonturas na cabeça por fraqueza, ou andar á roda: dão-lhe ouras» (Moraes), y del cual deriva por otra parte ourijado «hallucinado, vertiginoso», empleado por el minhoto Diogo Bernardes († 1605)2. Está bastante claro que este port. ouras, singular oura, no es otra cosa que el lat. AURA ‘aire, vientecillo’, con evolución fonética popular, y que por lo tanto el cat. orat, -ada, es un derivado del mismo, análogo al port. ourado. Sabido es que el lat. AURA, tomado del gr. αƧρα íd., fué al principio palabra poética y literaria, pero acabó por popularizarse del todo (V. abajo los derivados cast. orear y el ant. oriella). Se nota especialmente la frecuencia de sus usos figurados con la idea de ‘ligereza’, en virtud de los cuales aura equivale a levitas en Lucrecio (IV, 1180) y en Enodio (past. 2.118, p. 323), o a inconstantia en Ovidio (Epist. VI, 109, Pont. IV, 3.33), Séneca (Nat., 3), etc. Por otra parte, la arraigada opinión popular que atribuye a un mal aire muchos males y enfermedades era ya muy corriente en latín, donde Lucano habla de una aura letifera (VI, 522), Paulino de Nola la llama mortifera (carmen 28, 242), Tertuliano, S. Jerónimo y el seudo Rufino le dan el epíteto de pestilens (Nat., 2, 5; Epist., 107.9; An., 4, 9), y aun obras médicas como las traducciones de Oribasio tratan de una aura venenosa (syn. 1.24).

Inútil decir que estas ideas persistieron en romance, puesto que la fraseología correspondiente pertenece al castellano y al habla de todos, sin exceptuar a los médicos, que todavía nos hablan de auras histéricas y epilépticas, y el pueblo asegura que al paralítico «le dió un aire» (Acad., etc.), port. deu-lhe um ar; el herido de apoplejía se llama en catalán aire-ferit, y ya en el Cançoner Satíric valenciano del S. XV se lee la maldición mal ayre·t toch (IV, 232); con idea más semejante a la expresada por orate, existe el port. aréu «homem que nƟo sabe o que fazer no discrime em que se acha» y arear «perder o rumo» (sobre los cuales llama la atención Spitzer, Litbl. XXXV, 398).

El antecedente más definido de nuestro orden de ideas parece hallarse en una tableta de maldición latina, señalada por Jud (Rom. XLV,. 550-1), donde se halla el mal deseo patiatur auram, quizá ya en el sentido de ‘sufra un ataque de locura’, en todo caso aludiendo al acceso de una enfermedad. Este origen de orat, sugerido primeramente por Spitzer (Neuphil. Mitteil. XV, 160) y Tallgren (ibid. XVI, 72-73) y aceptado por Wartburg y M-L. (REW3 788), es, pues, indudable. Claro está, por toda clase de razones evidentes, que no puede venir del gr. ǞρατƲς ‘espectador’, como todavía asegura la Acad.

DERIV.

Orático ‘orate, medio loco’ hond. (RFE XII, 81). AURA ‘vientecillo’ se conservó con carácter popular en lengua de Oc antigua y en algunas hablas francesas, pero se ha perdido casi del todo en los demás romances, en parte a causa de la homonimia con HĶRA3>; una huella aislada de AURA se conservó en castellano antiguo en oriella, que expresa claramente la idea de ‘viento’ en Berceo, aunque ya no tanto en J. Ruiz4; de ahí el ast. occid. ouriƫɊar el granu ‘aventar’ (Munthe); AURA se ha conservado además en el chil., colomb. y antill. ora ‘epilepsia’, M. L. Wagner, NRFH V, 224-5, nota que añade útiles aclaraciones sobre el origen de orate. Otro derivado es orear [«poner al aire, ad auras expono» Nebr.; Cej. IV, § 136], cat. orejar (oreig ‘brisa’, Senescal d’Egipte, N. Cl., 161), oc. aurejar, it. oreggiare; oreante, oreo (ast. oreos ‘cambiantes de la bruma’, como término de Marina, Vigón). Oraje ant. ‘viento, régimen de vientos’ (Berceo, Mil., 589b; Alex., 2136b; de buen oratge ‘con buen viento, con aire propicio’, Sta. M. Egipc., 275), tomado del cat. oratge; alguna vez se ha empleado modernamente, por crudo galicismo, en el sentido de ‘tempestad’, pero no parece acertada la decisión de la Acad. al quitarle la nota de anticuado que llevaba todavía en su ed. de 1843. Oral ast. ‘viento fresco y suave’.

1 Asín quisiera leer aurato en los dos casos, pero por lo menos el primero no lleva escrita vocal alguna en la última sílaba y este manuscrito emplea la letra -h como equivalente del ta marbuta, notación indirecta de la -a final.―

2 Hoy no parece ser de uso corriente, pues ni Bluteau, ni Fig., ni CortesƟo registran siquiera estas palabras. Pero están en Moraes, Vieira y H. Michaëlis; gall. oura ‘capricho, ventolera’, ‘un pronto’: «fulano tiene unas ouras disparatadas, en dandolle a oura es insufrible» y ast. lloria tiene el mismo sentido (quizá deglutinación de l’oria), Sarm. CaG. 121r.―

3 Griera, BDC II, 86, asegura que se ha conservado en Cataluña, en la forma ora. Acaso; pero sería difícil dar pruebas, y desde luego él no las da. Dice que este vocablo significa «vientecillo suave, fresco y apacible, de manera que no hace frío ni calor» y por otra parte «temperatura suave y apacible sin frío ni calor», y agrega la frase fa una bona ora, localizada en la Selva del Camp y en Caçà de la Selva. Todo esto es una tautología y no hay prueba alguna de que realmente se piense en la idea de viento (de Griera parece haber pasado esa definición etimologizante a Fabra); he oído la frase en cuestión en algún punto del Principado, con alusión clara a la temperatura: podía darse el caso de que concurriera una ligera brisa, pero no siempre. Aunque Griera asegura que esto no se dice fuera de Cataluña, anoté precisamente fa bon’hora ‘hace buena temperatura’ en Benassal y en Vistabella del Maestrazgo, y Caries Salvador, que por su larga residencia en Benassal tiende a emplear el habla de esta localidad, propone la frase «Després de granisar s’asserenà l’hora» en su Ortografia Valenciana, p. 61, donde la idea es claramente de ‘tiempo’ y no de ‘viento’. ¿Que tenemos ahí deformaciones semánticas secundarias? No niego la posibilidad de este supuesto, pero sí afirmo que es innecesario, pues al mismo resultado se pudo llegar desde HĶRA ‘tiempo’. Por lo menos habría que dar mejores pruebas. En casi todo el territorio lingüístico catalán el descendiente de HORA se pronuncia hoy con o abierta, en virtud de una tendencia fonética, de carácter general en este idioma, a abrir las oo en sílaba inicial (plòra, vòra, òlla, sòl, sòla, gòt, sòca, etc.); sólo en el obispado de Gerona, en el Ripollès, Berguedà y alguna comarca vecina del NE., se pronuncia hóra, plóra, ólla, sóla, etc., mientras que los representantes de AU tienen ò abierta en todas partes ¿Con qué clase de o suena la frase citada en Caçà de la Selva? Es lo único que habría interesado saber.―

4 «Moviósse la tempesta, uns oriella brava, / desarró el maestro que la nave guiava», Mil., 591a; ya es dudoso en J. Ruiz 1006c: «byen ençima del puerto fazia orilla dura, / viento e grand elada, rozio con grand friura»; y en 796c sólo queda la idea de ‘tiempo’: «después de muchas luvias viene buena orilla, / en pos los grandes nublos grand sol e grane sonbrilla». Covarr. explica «algunas veces significa un vientecillo fresco que traspasa el cuerpo; y cuando éste corre decimos correr mal orilla», pero Covarr. debe inspirarnos la misma desconfianza que Griera, pues ambos suelen acordarse de su latín cuando no hace falta. Según A. Castro, el andaluz hacer mala orilla se dice del tiempo lluvioso y ventoso, y buena orilla del tiempo bueno que sucede al anterior (Lengua, Enseñanza y Literatura, 74).