MACABRO, tomado del fr. macabre íd., sacado modernamente de danse macabre ‘danza de la Muerte’, antes dance Macabré o Macabé, del nombre propio de persona de la misma forma, que se empleó en Francia en la Edad Media; aunque esta etimología está comprobada sin lugar a dudas, no se ha logrado averiguar por qué se aplicó este nombre propio a la denominación de aquel género literario.
G. Paris,
Rom. XXIV, 129-32; Horning,
ZRPh. XXI, 233-4; Sainéan,
Sources Ind. I, 289-91. En castellano es palabra muy reciente, que ni siquiera como galicismo era usual en el segundo tercio del siglo pasado (falta en Baralt); aun en francés, la aplicación del vocablo quedó restringida hasta entonces a la
Danse Macabre o Danza de la Muerte; composición literaria o representación pictórica en que una serie de personajes de todas clases y posiciones sociales desfilan despidiéndose de la vida, guiados a una lúgubre danza por la figura de la Muerte. Una obra literaria de esta clase, bellamente escrita, existe en la literatura castellana h. 1400, y se inspiró en un modelo francés, pero lleva el nombre
Danza de la Muerte; en efecto en el Norte de Francia fué donde nació y alcanzó mayor boga la Danza Macabra, y que sus manifestaciones inglesas, holandesas, alemanas y españolas se imitaron de allí lo han comprobado una serie de monografías, encabezadas por la que escribió Seelmann en 1894. La primera mención francesa de la
dance de Macabré es del año 1376; otras veces se halla
dance Macabrée y por lo común
dance Macabré, donde el nombre propio funciona como genitivo sin preposición, según era normal en el francés de la época. El empleo de esta palabra como nombre propio de persona no es raro en la Edad Media francesa, donde ya figura como nombre de un moro en cantares de gesta del S. XII y en otras fuentes; un
Laurentius Machabré figura como capellán de Reiville en 1419, acompañando al capellán de la iglesia de los Innocents (E. P. Hammond,
MLN XXIV, 63), precisamente donde había la representación pictórica más renombrada de la Danza de la Muerte; sin embargo, no cabe pensar que este personaje diera su nombre a la pintura, y con ello a las obras literarias que en ella se inspiraran, pues ya en 1407 y en 1420 se mencionan las pinturas de esta danza en dicha iglesia (
Hist.
Litt.
de la Fr. XXIV, 716; Littré, s. v.), y es de suponer que fuesen más antiguas si en ellas se inspiraron las señaladas, en Westfalia en 1383, y la obra literaria francesa aludida, de 1376. Pero si
Macab(
r)
é era corriente como nombre de sacerdotes franceses, otro anterior pudo ser ocasión del de una pintura o poema por él inspirados. Por otra parte, es posible que la primera obra de este tipo pusiera en escena a los siete hermanos Macabeos que, junto con su madre, sufrieron martirio en 168 antes de Cristo, por la causa nacional del pueblo hebreo
1; es lo que sugieren el nombre latino
chorea Macchabeorum y el holandés
Makkabeusdans, documentados en el S. XV (
Rom. XXIV, 588), pero estas menciones tardías pueden deberse a interpretaciones posteriores. En cuanto al cambio de
Macabré en
Macabre se debe seguramente al empleo del vocablo en el folklore meteorológico francés: en el Morvan, Vendômois y Meuse se llama
âbre Macabre (o con variantes parecidas, entre ellas
abre de Macabé) un desfile de nubes que se desprenden de otra nube o salen de cierto punto del horizonte, en días claros, y que se compararía popularmente con la famosa danza; olvidada esta fuente literaria, la imaginación del pueblo, movida por la sílaba
-abr-, vio en la nube madre un árbol fantástico o comparó las nubecillas con otras tantas ramas, de ahí el nombre
âbre macabré, después alterado en
âbre macabre por la misma razón
2; y esta alteración se comunicó en el siglo pasado al nombre de la danza (todavía acentuado
danse Macabre en el S. XVIII).
La vieja etimología ár. maqâbir ‘tumbas’, ‘cementerio’ (todavía defendida por Devic, 46-47, Eguílaz y la Acad.), no toma en consideración la larga historia del vocablo francés; hoy sólo podría defenderse suponiendo que el vocablo árabe pasase directamente a Francia y allí se identificara, por etimología popular, con el nombre propio Macabeo, pero tratándose de una voz ajena a España y al Sur de Francia, y originada en la historia literaria del Norte, aun este supuesto es sumamente inverosímil. De dicha voz árabe procede realmente almacabra ‘cementerio moro’, que aparece una vez en Cervantes (DHist.), port. almocávar o almocóvar, Almería macabe (Dozy, Gloss., 168); para la voz portuguesa vid. el Elucidario de Viterbo, I, 65; además Almacave es nombre de una freguesía en la ciudad de Lamego, D. Lopes, RLu. XXIV, 260. J. M. Solá Solé HispR. XXXVI, 1968, pp. 315-317, insiste en la vieja etimología arábiga y aun la toma como base máxima de su teoría del origen catalano-aragonés del género literario de la Danza de la Muerte; no aporta ningún dato, ni razonamiento nuevo en cuanto a lo primero, y ni siquiera parece darse cuenta de lo absurdo de buscar el origen de un vocablo en lenguas donde no está documentado sino como galicismo recentísimo; todos sus datos en apoyo de la existencia de maqâbir en España figuraban ya en mi artículo, pero nótese que todos ellos son hapax y que sólo documentan el uso del vocablo entre moros o moriscos (aun el raro almeriense macabe, hoy desconocido, por lo menos en la zona montañosa); aun en la parte histórico-literaria de su trabajo (pp. 303 ss.) no da pruebas sino meros indicios, en gran parte muy equívocos y dudosos. Limitándome al aspecto lingüístico observaré que ninguno de los pretendidos aragonesismos que cree hallar en la Danza de h. 1400 tiene carácter realmente aragonés: son todos vulgarismos en Castilla; en el verso 143 suele admitirse que hay que leer cuer (en lugar de coraçón), forma castellana a todas luces, y no cor. Me abstengo de opinar sobre el resto, puesto que no interesa para la etimología de la palabra.