LAMPREA, ‘Petromyzon marinus L.’, del lat. tardío NAUPRDA, alterado posteriormente en LAMPRDA, quizá por influjo de LAMBERE ‘lamer’, a causa de la propiedad del pez de adherirse a las peñas con la boca.

1.ª doc.: J. Ruiz, 1114a.

También en APal. («naupreda, pexe: lamprea», 297d), Nebr. («lamprea, pescado: murena; dixo Ambrosio: lampreda»), Rob. de Nola (L. de Guisados, 164), Aut. (con otros testimonios), Carus (II, 498), etc. En latín se halla naupreda sólo desde Polemio Silvio (S. V); los mss. de Ántimo (S. VI) traen nauprida o lamprida, y en glosas posteriores figura lampreda (dos veces en un glosario Vaticano conservado en códice del S. X) y lampetra (en el del seudo-Filóxeno, códice del S. IX); esta última es la forma más alterada por la etimología popular lambe-petram ‘lame la piedra’, pero el vocablo se conserva en los seis romances principales de Occidente y todos ellos acusan formas procedentes de LAMPRDA. Vid. Schuchardt, ZRPh. XXX, 724. No es improbable que NAUPREDA sea compuesto latino de NAVIS ‘barco’ + PREHENDERE ‘coger’ (comp. PRAEDA ‘presa, botín’, de la misma raíz), por la considerable semejanza entre la lamprea y la rémora, a la cual los antiguos atribuían la propiedad de detener los barcos agarrándose a ellos: es también lugar común popular y literario la costumbre de la lamprea de succionar rocas u otros peces, como escribía Turmeda a fin S. XIV: «barbs hi viu qui pasturaven, / llampreses qui encalçaven / savogues per a xuclar» (Cobles de la Divisió, N. Cl., 104). La caída de la -D- tras vocal postónica no es normal en castellano, pero lo es en gallegoportugués, leonés y catalán, romances que han proporcionado casi toda la nomenclatura de la ictiología marina castellana, por ser casi los únicos hablados en las costas hispánicas antes de la Reconquista de Andalucía.

DERIV.

Lampreada. Lampreado. Lamprear. Lampreazo ‘latigazo’, por la forma prolongada del cuerpo de la lamprea [1836, Pichardo]. Lamprehuela o lampreílla.