IMAGEN, tomado del lat. ĭmāgo, -ĭnis, ‘representación, retrato’, ‘imagen’.
1.ª doc.: Berceo, Mil., 318d, 515, 517.
DERIV.
Imaginar [princ. S. XIV, Zifar 22.9; Nebr.; maginar, h. 1400, Rim. de Palacio, 1034; fin S. XV, Rodrigo de Reynosa, Phil. Q. XXI, 40; amaginar, Canc. de Baena, DHist.; maginar íd. y otras citas en Cej., Voc., s. v., también en Mosé Arragel, S. XV, cita de Castro, NRFH III, 153], tomado de ĭmagĭnari íd.; imaginable; imaginación [princ. S. XIV, Zifar, 22.8; Conde Luc., ed. Knust, 289.2; Nebr.; maginación, Vélez de Guevara, Serrana de la Vera, v. 1823]; imaginamiento; imaginante; imaginativo [1569, Ercilla (C. C. Smith, BHisp. LXI)], imaginativa; magín [Acad. ya 1817], comp. cat. magí ‘cerebro’. Imaginero; imaginería [Juan de Mena (Lida, 246)]. Imaginario [Nebr.], tomado de imaginarius íd.; imaginaria, abreviación de centinela imaginaria, que empezó siendo la que se ponía en los cuarteles de tropa para guardar por la noche un cuarto donde estaban las imágenes religiosas1.
El lat. imago debió ser derivado de un verbo preliterario *imari, cuyo frecuentativo ĭmĭtārī ‘reproducir, representar, imitar’ persistió en el idioma literario: de ahí se tomó el cast. imitar [Mena (C. C. Smith); 1570, C. de las Casas; Fr. L. de Granada, etc.]; imitable; imitación [APal. 439b: «scina se interpreta imitación»]; imitado; imitador; imitante; imitativo; imitatorio. La forma popular remedar [h. 1250, Setenario, f° 10v°; APal. 281b, 442d, 448b, 455b; «r.: imitor», Nebr.; su existencia en el S. XIII se deduce de la de remedador ‘especie de juglar’, M. P., Poes. Jugl., 31], procede, junto con el port. (ar)remedar, de *REէMէTARI; remedable; remedamiento [Nebr.]; remedo [S. XVII, Aut.]; hubo una variante sincopada arrendar [1553, Almazán; Horozco; DHist.], hoy persistente en Cespedosa (RFE XV, 257), Albacete (RFE XXVII, 242n.); de donde el derivado arrendajo [«rendajo, ave: avis imitatrix», Nebr.; arr-, Covarr.; Cej. V, § 101; arrandrajo en Cespedosa, RFE XV, 275].
1 En el S. XIX había tomado el sentido general de ‘centinela que hacía la guardia de noche en un cuartel’. Cuando Pedro Corominas escribió (1897 cat., 1899 cast.) su libro Las Prisiones Imaginarias era ya vocablo viejo, al que se refiere en la obra, y que tal vez contribuyó a crear en su mente la idea de una obra de imaginación moral-filosófica y fantasiosa entretejida con los hechos reales de su cautiverio en un castillo. ↩