Los nombres latinos de las consonantes se formaban agregando una
e, pospuesta a los fonemas oclusivos (
pe,
te,
de, etc.) y antepuesta a los fricativos y continuos (
es,
el,
em, etc.); con el nombre de la aspiración se hacía esto mismo, pero con una
a, de donde
ah (comp. alem.
ha). En la baja época, perdido en la lengua viva el fonema
h, al tratar de imitarlo artificialmente, se pronunciaba
k, de donde el b. lat.
nichil = nihil, y la pronunciación
ach (=
ak) de nuestra letra, nombre que se ha conservado en catalán
2.
Esta explicación dada por Spitzer (
ZRPh. XL, 218-20) es convincente (a pesar de la duda de M-L.,
REW 3965
a). El carácter excepcional de la forma de esta denominación, entre los nombres de letras, haría que en algunas partes se cambiara
ach en (
h)
acca, seguramente apoyándose en el nombre de la
ka y quizá en el de
ha (pronunciado con aspiración), que en algunas partes se daba a la
hache. Del b. lat.
hacca salen el it.
acca y el fr.
hache (> ingl.
ache); el port.
agá se formó por otra imitación aproximada de la pronunciación aspirada de la
h. El préstamo de esta denominación francesa en castellano pudo tener lugar al introducirse la letra carolingia por los monjes cluniacenses, y se relaciona con el préstamo del símbolo francés
ch tomado a fines del S. XII para representar la consonante africada palatal sorda.