ALHURRECA, del ár. Ʌurráȳqa ‘ortiga’ (de la raíz Ʌ-r-q ‘quemar’).
Este lexicógrafo, única fuente del vocablo, traduce
alhurreca con
adarca y
calamochnus, nombres grecolatinos de una especie de espuma que se adhiere a las plantas ribereñas del mar, materia acre empleada en medicina para el uso externo, que escuece al contacto de la carne. Observa a ello Laguna (1555): «al adarce llamó A. Nebrisense
alhurreca, y no sé cómo pudo darle nombre español, no siendo conocido en España». Debemos aceptar el dictamen de Laguna, buen conocedor de la materia, y admitir que Nebr., como le ocurre a veces, dió una traducción latina aproximada a un vocablo castellano cuya exacta equivalencia clásica no conocía. El significado real lo sabemos por el portugués. Moraes define
alforrecas ‘materia esponjosa, cartilaginosa y redonda, parecida a la jibia, que el mar deja al retirarse la marea’, y Figuereido ‘celenterio (es decir, acalefo, animal marino de cuerpo hueco) parecido a una sombrilla y de tejidos trasparentes’. El malagueño Medina Conde recoge
alburreca ‘agua mala’. Es evidente por estas descripciones que se trata de la medusa o de otro zoófito muy parecido, tanto más cuanto que
alfarreca en la antigua germanía portuguesa significó ‘cabellera’. Ahora bien, los acalefos y medusas se llaman también en castellano
ortigas de mar y en griego
ęκαλƲưƓ ‘ortiga’, por la propiedad que tienen de arrojar un líquido cáustico que causa ardor a quien lo toca. Esto nos obliga a dar la razón al P. Guadix, a quien se debe la etimología
Ʌurráȳqa ‘ortiga’, voz bien documentada en árabe hispánico y magrebí (Abenalbéitar, Abenbuclárix, R. Martí, PAlc., etc.), en contra de la opinión unánime de autoridades como Casiri, Engelmann, Eguílaz y Steiger, que parten del ár.
Ʌurâq (
Ʌurrâq como forma vulgar) ‘(agua) muy salada’ (Freytag I, 369
a; pero Dozy no cita testimonios vulgares), palabra que, además de su alejamiento semántico, ofrece la grave dificultad fonética de que hallándose entre
r y
q la
â no podía cambiarse en
e1.